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247 euros y 26 céntimos

Diversos billetes y monedas de euro, en una imagen de archivo.

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Entré en un vagón abigarrado del metro de Madrid, se me acercó un señor, me birló la cartera del bolso y salió disparado antes de que se cerrasen las puertas. Ocurrió hace unos años. Pude gritar “¡Al ladrón!”, técnica imbatible en las películas americanas, pero me quedé paralizada mientras escuchaba el “pi pi pi” metálico de la puerta. Y en mi cabeza, que procesó todo a cámara lenta, sonaron varios violines fúnebres. Existe una ley de Murphy que establece que el día que te roban la cartera tienes que haber sacado dinero del banco y, además, en grandes cantidades. Y así fue, por supuesto. Ese día había sacado 100 euros, que allá se fueron, corriendo de forma errática por un andén de la línea 3. Una semana después, me llamó la policía para avisarme de que el portero de un edificio de Alcobendas había encontrado mi cartera. Dentro quedaban mi DNI, la tarjeta del centro de salud, la tarjeta de mi gimnasio (vaya por dios) y, para mi sorpresa, 65 céntimos en el interior del bolsillo de las monedas. El maleante se llevó los 100 euros, pero me dejó 65 céntimos. Me pareció un detalle loable. Te robo pero te dejo la calderilla.

La historia de mi robo me recordó, salvando la evidente distancia, a cuando la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes recurrió a depósitos alquilados a empresas privadas para almacenar el aceite por España en los años setenta. En Vigo lo hizo la empresa REACE (Refinería de aceites y grasas), que disponía de unos cuantos bidones en la zona del puerto. Pero, cuando necesitaron abrir los bidones, se encontraron con que habían desaparecido unos 4.000 millones de kilos de aceite. Quedaba, eso sí, aceite en el fondo para aliñar una ensalada. 

Algo similar habrá sentido estos días el juez Adolfo Carretero que ordenó el embargo de las cuentas de Luis Medina, acusado de falsedad documental, blanqueamiento de capitales y estafa agravada, cuando solo se encontró dentro de una de esas cuentas con 247 euros. 247,26 euros para ser exactos. Me imagino el momento en el que Medina calibró qué cantidad dejar. ¿En qué te basas para determinar cuánto dinero mantener en una cuenta que vacías? ¿Cómo poner número a la avaricia?. “A ver, Luis. ¿Dejamos 300 euros? Una cifra demasiado redonda, quizá. Puede levantar sospechas. ¿244? ¿Un poco más? ¿Qué tal 248 euros? ¿Por qué no 246? 247 euros parece una cifra razonable. 247,26 euros, sin embargo, parece la cifra perfecta”. 

He pensado mucho esta semana en la cifra en cuestión: 247, 26 euros. Es, más o menos, lo que cobra un becario en un medio de comunicación cualquiera. Yo misma cobré durante meses 275 euros en una radio estatal. Mis padres, qué remedio, me tenían que pagar el piso y los 275 euros iban destinados a sufragar gastos, lo que destinaba a mi cuenta corriente al vacío absoluto a final de mes. Si el universo tiende al infinito, la cuenta de un becario tiende siempre a cero. 247 euros tienen un valor todavía menor hoy que hace años. 210 euros, sin ir más lejos, le han llegado de factura de la luz a mi abuela este último mes. 250 euros, sin ir más lejos, es la ayuda máxima del bono joven de alquiler. Porque 250 euros, sin ir más lejos, puede costar una habitación en un piso compartido a las afueras de una gran ciudad.  

Sentirse pobre, dejar un poco de aceite en el fondo de un bidón, dejar 247 euros en tu cuenta corriente, es un capricho únicamente al alcance de los ricos. Porque la pobreza no es una sensación, ni mucho menos una elección, es un estado. Sin embargo, lo que sí que no se tiene, sino que se elige, es el deber cívico o la moral. Lo que sí que no se tiene, sino que se elige, es el individualismo extremo o la codicia. 

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