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Adolescentes diversos en las mismas aulas

Una expansión educativa tardía explica las "malas notas" de España en la OCDE

José Saturnino Martínez García

La LOGSE nació con un prejuicio clasista que llevó al aumento del fracaso escolar y de la desigualdad de oportunidades educativas. Este prejuicio clasista consiste en considerar que la educación obligatoria debe ser una pequeña universidad. Es un prejuicio atávico, que deriva de la división entre quienes se ensucian y sudan cuando trabajan y quienes no. Para la clase media, ir a clase, obligado por el Estado, para estudiar economía financiera está bien, pero no para aprender carpintería o peluquería.

Antes de la LOGSE se apreciaba con claridad tres tipos de adolescentes: quienes se preparaban para ir a la universidad, para aprender un oficio o se quedaban en la calle, trabajando, sobreviviendo o en la marginalidad. La ampliación de los catorce a los dieciséis años se hizo con el discurso de la comprensividad, pero es poco comprensivo forzar a estar en las aulas a personas con inquietudes y necesidades que no quedan reconocidas durante la escolarización obligatoria. No es comprensivo diseñar una educación secundaria obligatoria tan academicista, con contenidos que reflejan las antiguas licenciaturas, pero que deja de lado la preparación de oficios y a quienes necesitan de más atenciones que las estrictamente educativas. Una educación obligatoria en la que el Ministerio fija con detalle gran cantidad de contenidos, de forma que la autonomía docente se ve reducida a entrenar a estudiantes para que memoricen libros de texto y procedimientos de cara al examen, sin el tiempo lento necesario para el aprendizaje significativo.

Además, esta pequeña universidad se convirtió en algo así como el nivel mínimo para ser ciudadano, hasta el punto absurdo de que sin el título de ESO no se podía cursar estudios reglados. Tanto que nos gusta la FP dual alemana, pues se puede cursar sin haber obtenido el título equivalente al de ESO. En Inglaterra, según las calificaciones, así será el centro post-obligatorio al que se accede. En EEUU, se entra en un community college con lo que se sabe, y a partir de ahí se va progresando. Pero nosotros decimos que tras diez años obligados por ley a estar en un centro educativo, sabes lo mismo que alguien que nunca estuvo escolarizado. Y nos parece bien, porque nuestro sentido común es que la educación no es para formar al que no sabe, sino para legitimar la desigualdad social entre quienes tienen títulos y quienes no.

Por si fuera poco, convertimos la FP media en un ciclo absurdo. Por un lado, se exige saber lo que la pequeña universidad enseña, aunque nadie pueda explicar cabalmente por qué desconocer las cinco fases de la nutrición inhabilita para ser una experimentada técnica informática (¿recuerdan el concurso televisivo ¿Sabes más que un niño de Primaria?, en el que los adultos solían fallar ante un currículum de primaria? Y nos hacía gracia, en vez de llevarnos a quemar esos libros de texto absurdos).

Una vez que podemos recitar de memoria las fases de la nutrición, ya estamos capacitados para aprender un oficio. Pero si tras dos cursos deseo progresar, necesito superar un examen de Bachillerato, para pasar a un ciclo superior de FP. Luego nos quejamos de que en España poca gente estudia FP y mucha educación superior… sin saber que esto es incongruente, pues la educación superior se compone tanto de estudios universitarios como de FP. Cuando se contrapone FP con estudios superiores se comete un gran absurdo, pues hay FP media y superior, y encima somos unos de los países con más estudiantes en FP superior. La FP de ciclo medio se debe contraponer al fracaso escolar, no a los estudios superiores.

La LOMCE mejoró alguno de estos problemas, al facilitar el paso del grado medio al superior. Pero tuvo un fallo de diseño con la FP básica. Al crear este itinerario al tiempo que se recortaba en políticas de atención a la diversidad, muchos centros la emplearon como un espacio al que derivar al alumnado que generaba conflicto en las aulas. Así, lo que según la ley debería ser un lugar para aprender un oficio, en muchos centros ha pasado a ser una forma de sacar de las aulas a quienes necesitan más atención.

La LOGSE, por solo reconocer al alumnado con trayectoria universitaria, y la LOMCE, por convertir la preparación en un oficio en una atención sin recursos a la diversidad, se equivocan. Y las dos se equivocan en lo mismo: no reconocer la diversidad de los adolescentes. Por un lado, debemos atender a los tres perfiles de estudiantes: académicos, profesionales y necesitados de un tratamiento más personalizado. Por otro, son edades muy tempranas, por lo que el sistema debe ser muy flexible para que de cada una de esas trayectorias, se pueda pasar a otra.

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