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Azaña, la vergüenza eterna

Pedro Sánchez, ante la tumba de Azaña.
19 de marzo de 2021 21:52 h

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El presidente de la II República Española, Manuel Azaña, se vio obligado a salir de España a consecuencia del golpe militar que originó la Guerra Civil y generó la larga dictadura de Franco.

Azaña, perseguido por agentes franquistas, por la Gestapo y por agentes del gobierno colaboracionista de Vichy, terminó sus días en el mes de noviembre de 1940, en el Hôtel du Midi de la localidad francesa de Montauban. En el cementerio de esa localidad reposan sus restos. La derecha española que apoyó la sublevación, monárquicos y carlistas, la iglesia colaboracionista del régimen de Franco, los propios militares franquistas, provocaron la muerte del presidente en el exilio. Fue una victoria coyuntural, pero una vergüenza eterna. Una victoria provisional de las pistolas contra la razón el 1 de abril de 1939, pero una victoria definitiva de la razón contra las pistolas. 

De una sencilla tumba en un cementerio de un pueblo perdido en Francia,  emerge ese mensaje eterno del valor de la democracia y del respeto a los derechos humanos.

Esta misma semana el presidente del Gobierno Pedro Sánchez y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, han celebrado una cumbre bilateral en Montauban. Con ese motivo, el presidente francés publicaba en su cuenta de Twitter: “Tras la victoria de Franco, Manuel Azaña, último presidente de la Segunda República Española, eligió Francia como refugio, en Montauban. En 1938, su llamada a la paz presagió la esencia del proyecto europeo”.

El comunicado conjunto, publicado por la presidencia francesa, hacía referencia a que los dos países “han celebrado los lazos históricos que les unen, entre ellos la memoria de los más de 500.000 refugiados republicanos que salieron de España a partir de 1939 para instalarse en Francia y, muchos de entre ellos contribuir después a su liberación”.

En aquellos momentos terribles de la Guerra Civil, Azaña pasó la frontera a pie y finalmente llegó en soledad a Montauban donde se refugiaban algunos republicanos. Seguía siendo presidente, pero no tenía un duro. Surgió la ayuda de un hombre del otro lado del océano, el presidente de México Lázaro Cárdenas que se desvivió por los exiliados españoles, la de su esposa Amalia Solórzano que presidió el Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español y, para el caso que nos ocupa, la del embajador de México en Francia Luis Ignacio Rodríguez Taboada.

El embajador Rodríguez contrató unas habitaciones en el Hôtel du Midi para que se instalaran allí Azaña y su familia, y cuando el presidente murió se enfrentó al hecho de que el prefecto, sujeto a las órdenes del gobierno colaboracionista de Vichy, no dejó que el féretro fuera cubierto con la bandera republicana. Rodríguez decidió cubrirlo con la bandera tricolor mexicana y soltó una frase, dirigida al prefecto, que queda para la Historia, y para quien quiera entenderla:

“Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza y para ustedes, una dolorosa lección”.

La Francia de Vichy terminó cuando terminó el nazismo, y su máximo responsable, el mariscal Pétain que había sido el héroe de la I Guerra Mundial, quedó para la Historia como el vergonzoso títere francés de Hitler. La España de Franco duró mucho más, y como dijo, con certeza en su caso, el teniente coronel Tejero, autor de uno de los golpes de Estado del 23F, “fueron cuarenta años de felicidad”.

En política no todo vale, el lodazal de Murcia, extendido luego a Madrid, muestra el peor camino. Diputados que saltan de un partido a otro, de una ideología a otra, de una alta remuneración que se pierde a otra nueva que se le ofrece. Correveidiles encargados de capturar tránsfugas dispuestos a cambiar ideas por euros. Es todo lo contrario del servicio a los demás que debe implicar la dedicación a la política. 

El crispado debate político actual recuerda, a veces, al de los meses previos al golpe militar que derivó en la Guerra Civil y acabó con su presidente muerto en el exilio y con miles y miles de sus compatriotas muertos, encarcelados o exiliados a causa de la sublevación militar. 

Un partido emergente como Vox, va camino de convertirse en hegemónico en ese ámbito. La llamada derecha civilizada, representada hoy por el PP de Pablo Casado, no consigue cimentar su base y surgen obstáculos hasta en sus propias filas. El vendaval Ayuso, hace tambalear el supuesto plan regeneracionista de Casado, ahora trufado de un transfuguismo vergonzante. Las consignas simples de la derecha ultramontana de siempre, Dios, Patria, Rey, dominan el cotarro. 

En 1936 no había Unión Europea, no había internet, no había globalización, y si había Hitler. Franco pudo hacerlo. Hoy lo tendría más difícil, pero sus seguidores lo intentan. Cierto, Franco dio cuarenta años de felicidad, como recordaba el golpista Tejero, a los militares franquistas, a la derecha española colaboracionista, a la iglesia del régimen, al entramado funcionarial y administrativo del franquismo. Cuarenta años de felicidad para media España, a costa de la otra media.

Lo explicó claramente el propio Azaña en 1938 en su discurso en el ayuntamiento de Barcelona, recordado esta semana por el presidente francés Macron: “La guerra civil está agotada en sus móviles porque ha dado exactamente todo lo contrario de lo que se proponían sacar de ella, y ya a nadie le puede caber duda de que la guerra actual no es una guerra contra el Gobierno, ni una guerra contra los gobiernos republicanos, ni siquiera una guerra contra un sistema político: es una guerra contra la nación española entera, incluso contra los propios fascistas, en cuanto españoles, porque será la nación entera quien la sufra en su cuerpo y en su alma.”

Hoy, el partido que más se acerca al ideario franquista, Vox, mantiene en su  programa palabras que suenan a lo que suenan: cierre, expulsión, deportación, persecución, supresión, prohibición,...

A esas palabras podríamos contraponer las expresadas por Azaña en aquel discurso de 1938, justo antes de salir hacia el exilio y la muerte: “Paz, piedad y perdón”.

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