Bailamos en cadenas
La semana pasada tuve la suerte de acompañar a dos escritoras jóvenes en la presentación del libro de una de ellas. La que publica libro, Noemí López Trujillo, insiste en que es periodista, pero yo le digo que no, que cuando se escribe así de bien, lo que brilla, junto a la documentación y la rigurosidad, es la escritura, sin más. Y que eso es lo bueno. La otra escritora, Alba Carballal, asiente mientras me mira. Estamos contentas, la presentación ha ido bien y ahora podemos dar cuenta de unas buenas y merecidas cañas. Siento que me han investido con una suerte autoridad, entre otras cosas, porque tengo quince años más que ellas. Cuando la periodista nació (1988), yo ya andaba por el parque de mi barrio probando cigarros y besos. Cuando nació la escritora (1992), yo hacía cola en la Expo junto a mis padres. Mi primera infancia llegó a ser en blanco y negro (1975). Y en 2008, cuando descarrilamos de la Champions, yo creí aquello de que la crisis sería una nube pasajera en nuestra biografía. Para ellas, sin embargo, la crisis es el aire que respiran. Ha perdido, por tanto, su carácter episódico. Deberíamos inventar un nuevo nombre para ella, por ejemplo, paisaje vital. O posguerra. Ah, no, ese no, que está pillado por la generación de nuestras tías y abuelas.
Durante la presentación nos hemos sentado en sillas yuxtapuestas, como representantes de las distintas décadas en las que hemos nacido. 90s, 80s, 70s. “Bailamos en cadenas”. En mi cabeza, resuena esa máxima de José Sanchis Sinisterra. Empleaba la frase a menudo, para mostrarnos cómo todos los textos nacen siempre de otros textos, cómo las generaciones bailan como estamos nosotras tres hoy aquí, muy juntitas. Felizmente encadenadas. Pero las cadenas también tienen un componente restrictivo: las generaciones compartimos opresiones que no hemos sido capaces de liberar y, por ello, dejamos en herencia para las siguientes. Bailando entre lo que nos une, lo que nos separa y lo que nos atenaza, pasamos la presentación abordando las diferentes cuestiones que el libro (brillante) de Noemí contiene. Tomando como pretexto la dificultad de las españolas para tener hijos en condiciones dignas, la periodista ha hecho una radiografía precisa y escalofriante de su clase social, el precariado. De la que, de nuevo encadenadas por el lado oscuro, formamos parte las tres generaciones. Ella describe con exhaustividad, objetivando con números y formas tangibles, la precariedad de su generación, la Y, o millenial, la que lo tiene jodido.
Me acuerdo entonces de la activista Marga Padilla, quien siempre dice “que lo más político es hablar de dinero”. Reconozco que me impacta ver la mella que el haber crecido y haber dado sus primeros pasos laborales dentro de la crisis ha hecho ellas dos, sobre sus temores, sobre su salud. Al fin y al cabo, soy de otra generación. Aunque en realidad, yo también me siento muchas veces una niña. Jugando al corro de la patata mientras rezo para que no me suban el alquiler después de haberme lanzado a tener hijos a los cuarenta. Y sintiéndome a la vez privilegiada por estar viviendo este momento, duro, pero luminoso en parte. Por tener colegas escritoras como éstas: nos apoyamos, nos reconocemos, y construimos juntas autoridad, haciendo de una tarde de presentación un momento relevante. Bailando en cadenas. Pero de las buenas.