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Muertos y vivos a la vez

Valentín y Jaime. Colonia Moscardó (Madrid), 1961.

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¿Sabes lo que me pasó el otro día? Algo realmente increíble. Las redes son un sitio raro, como dice Lucía, una de mis amigas. Nunca conseguiste recordar el nombre de todas. Sí, una rubia, la que nos presentó a Jose y a mí. Me ayudó un montón en la ceremonia, la que improvisamos para ti en una de las capillas de La Almudena. Tiene también dos hijos, como nosotros. Dos hijos, papá. No sé que me parece más increíble, si haberlos tenido o que no los conozcas. Es inverosímil que no conozcas a mis hijos. Eso es perder a alguien importante, que las experiencias dejan de estar completas. Hacía mucho que no escribía sobre ti, porque escribir sobre padres muertos no es cool, no es ingenioso, no es divertido. El duelo es un marrón. A nadie le interesa porque nunca se acaba, literalmente, y en cualquier momento puede volver esta a dar la turra con lo del padre. Tú dirías “dar la barrila”. Ya no sé si se dice. Tengo un archivo con palabras que asocio siempre a ti, que imagino saliendo de tu voz: macanudo, a cholón, tener un ligue, chaval, a coqui, pagar a escote, ir al trono o dar la barrila. 

Bueno, va, que te cuento lo que me pasó. Me entró por Twitter un señor (entonces era un señor, en unos días se ha convertido automáticamente en un amigo por parte de padre). Resulta que leyó una de estas columnas. Le llamó la atención mi (nuestro) apellido, buscó mi cara en Internet, y, como tú dirías, “atiende”, al ver nuestro parecido físico se aventuró a preguntarme si yo tenía algo que ver con su viejo y querido amigo Valentín. Imagínate cómo se me heló la sangre en un momento. Por un tweet. El mundo contemporáneo. Ahora no recuerdo si te llegaste a hacer cuenta de Twitter, no he querido buscarlo. Bastante tengo con la tentación de chequear el chat de Gmail donde hablábamos los años previos a que WhatsApp se hiciera omnipresente. Jaime y yo seguimos la conversación por privado. Sí, era Jaime. Ya sabes de quién te hablo, ¿verdad? Jaime. Sí. Nunca me hablaste de él. Se me hace difícil la de cosas que no sé de ti, y que ya nunca podremos hablar. Y mira que yo te sonsaqué veces para que reconstruyeras conmigo tu vida. Sí sabía que habías estudiado en La Paloma, Jaime me explica que hicisteis juntos el curso de adaptación entre el bachiller normal y el laboral. Y que luego fuisteis a estudiar Electrónica a un edificio de Ciudad Universitaria. En una foto que me manda posteriormente reconozco perfectamente el edificio, el mismo en el que empecé Hispánicas. ¿Por qué nunca caímos en eso? Quedan tantas cosas en el sobreentendido con las personas tan cercanas. Solo la muerte destapa los silencios y los huecos. En vida todo parece posible: tener las conversaciones pendientes, deshacer los malentendidos, buscar el tiempo para perdonar las palabras y las acciones difíciles. Luego ya no. Luego todo cae en el terreno de una certidumbre poco habitual en estos tiempos. La certidumbre y la solidez del hecho. De la muerte. 

Es curioso que este encuentro haya tenido lugar esta semana. El viernes le han pedido a Valentín (sí, esto ya te lo conté en otra carta, mi hijo mayor se llama igual que tú, y no sé si te gustaría) que vaya disfrazado de Halloween. Aunque eras un enamorado de los Estados Unidos (nunca fuiste progre, a mi pesar), sé que te parecería una soberana gilipollez. Lo mejor es que nos dicen que se celebra esta fiesta para acercar la cultura anglosajona al alumnado. Acercar. ¿Oyes las risas? Y lo mejor es que en el colegio hay muchas familias de Bangladesh. ¿Hasta qué punto necesitan que les recordemos la cultura anglosajona? Bueno, pero llevaré la calabaza. A mucha gente sudar de Halloween le parece de ser un vinagre, una suerte de rasgo woke (esto ya te lo explico otro día), y tampoco es que me salga ir a La Almudena a fregar tumbas familiares, la verdad. En realidad me da bastante pereza, pero no quiero hacer de mi hijo un paria social. 

En fin, sé que esto es algo que te podría contar y nos reiríamos. Compraría huesos de santo (eso sí) y te los comerías en un santiamén. Miro una y otra vez las fotos que ha mandado Jaime. Es “un cachondo”, como tú dirías. En todas estáis juntos, vuestra amistad es palpable. Reconozco la terraza de la casa de los abuelos de la Colonia, y siento el frío madrileño de esos años en vuestros huesos. Ya lo peor parece haber quedado atrás. Se ve un futuro en vuestras sonrisas. Un futuro inimaginable, en el que Jaime, casi sesenta años después encontraría a tu hija pequeña a través de un mensaje en la botella de una red social. Sí, las redes y el mundo contemporáneo son raros. Pero gracias a ellas y a Jaime, en esta semana de muertos me siento más cerca de ti. Ya sé lo que haré el día 1, me iré a pasear a la Dehesa de la Villa, me detendré frente al hoy IES Virgen de la Paloma, me tomaré un café en la avenida Pablo Iglesias y, aunque ya no estés, celebraré contigo el fantástico e irreversible hecho de haber sido padre e hija.  

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