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Díaz Ferrán, Blesa, Bárcenas... ¿El próximo será Urdangarin?

Isaac Rosa

Cada poco tiempo necesitamos una ruidosa entrada en prisión para espantar la sensación de impunidad generalizada y rebajar unos grados la temperatura social. Cuanto más antipático, engominado y trajeado sea el encarcelado, mejor. Además, es imprescindible que el reo sea muy representativo de un grupo social odioso, para que funcione la sinécdoque: que la condena de un banquero parezca la condena de todo el sector financiero, como ocurrió en Estados Unidos con Bernard Madoff. Es decir, un chivo expiatorio, un cabeza de turco.

Pasó con Díaz Ferrán, cuya entrada en prisión provocó estallidos de júbilo en los barrios obreros. El poderoso ex presidente de la patronal representaba al empresariado más carroñero en sus prácticas, y encarnaba la ideología neoliberal en sus propuestas. De modo que su llegada a Soto del Real fue vivida por despedidos, precarios y explotados en general como una forma de reparación.

Sucedió también con Blesa, aunque fuese por pocos días. La imagen de un banquero entre rejas nos hizo creer que al final se hará justicia y que los granujas que saquearon el país, hincharon la burbuja y se pusieron a salvo de su estallido, acabarán pagando por sus culpas. La alegría duró poco, sí, y hará necesario que otro banquero entre pronto en prisión para que no parezca que los agujeros negros, los rescates, los activos tóxicos, la estafa hipotecaria y las preferentes van a salir gratis.

Ahora le toca a Bárcenas, que puede ser visto por muchos como el corrupto por antonomasia, el que se dejaba corromper y al mismo tiempo corrompía a los demás. En su persona concentra todos los delitos existentes en el Código Penal sobre la materia: cohecho, blanqueo, evasión, fraude, falsedad, estafa. En él confluyen la trama Gürtel, las empresas comisionistas, las cuentas en Suiza, la financiación ilegal del PP… Es el cabeza de turco perfecto.

Para que el chivo expiatorio cumpla bien su función, es necesario que se trate de un personaje antipático por su riqueza, costumbres, aficiones y soberbia. Díaz Ferrán, Blesa y Bárcenas comparten el gusto por los trajes a medida, el lujo, los cochazos, la caza mayor. A los tres los hemos odiado, y con los tres hemos disfrutado su entrada en prisión por contraste con la vida dorada que habían vivido hasta ese día. Ayer no había medio que no destacase el contraste entre los restaurantes de lujo y los fines de semana de esquí en el extranjero, con la celda que le espera a Bárcenas. Nos encanta ese tipo de cuentos, el triunfador hundido.

Nos falta todavía un gobernante entre rejas, que represente los años burbujiles del derroche y el robo de lo público, y pague con su castigo por todos los que actuaron como él. Tenemos a Jaume Matas, que ya fue condenado y era el ideal, con su escobilla de lujo en el váter del palacio. Pero hasta que la sentencia sea firme todavía se hará esperar su entrada en prisión al menos hasta el año que viene, y no sabemos si de aquí a entonces caerá otro gobernante que nos aplaque un poco el hambre de justicia.

¿Quién será el próximo preso de lujo? ¿Quizás Iñaki Urdangarín? Otro pijo que nos cae mal, y cuya entrada en prisión mitigaría la sensación de impunidad absoluta que rodea a la familia real. Por ahora se calcula que podrían caerle 17 años, que se quedarían en 4 si reconoce su culpa, y no le librarían de la cárcel. Hasta el rey debe de pensar que, a estas alturas de desprestigio, tener a su yerno una temporadita a la sombra sería hasta una oportunidad para reconstruir la maltrecha imagen de la corona, pasar página sobre los numerosos escándalos que rodean su palacio, y demostrar que como dijo el propio rey “la justicia es igual para todos”.

Ahora, en caliente, nos parece fantástico que algunos chorizos de renombre pisen la cárcel. No nos quita el hambre de justicia, pero nos engaña el estómago un rato, y sabe bien. Como un aperitivo. Cuando pasen unos años ya haremos balance de cuántos han acabado entre rejas, y por cuánto tiempo. Disfrutemos por ahora el aperitivo.

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