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Berlusconi

El líder de Forza Italia, Silvio Berlusconi, durante un mitin en la Piazza del Popolo, en Roma, el 22 de septiembre de 2022. EFE/EPA/MASSIMO PERCOSSI

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Milán es una de las ciudades más interesantes de Europa, aparentemente modesta, nada dada a la exhibición. Es lo contrario de Roma. La ostentación está prohibida, como si los milaneses fueran luteranos. No hay restaurantes de lujo excesivo -están fuera de la ciudad- ni mansiones portentosas donde deberían alojarse los multimillonarios locales, ni abundan en sus calles los Maseratti, Lamborghini o Ferrari.

Berlusconi, uno de los lugareños más famosos, no cumplía con ninguna de las reglas no escritas de la burguesía local. Su mansión, la “Villa San Martino” en Arcore, a veinte kilómetros de la capital, es toda ostentación. Su vida amorosa ha sido pasto de la prensa rosa. Le gustaba la luz, sobre todo la artificial, algo que horrorizaba al hombre más poderoso de la capital lombarda a finales del siglo pasado Enrico Cuccia, presidente de Mediobanca, la banca creada en 1946 para financiar la reindustrialización de Italia y a Berlusconi. Cuccia iba a pie a su Oficina en el centro de Milán y nadie le reconocía, o si le reconocían lo disimulaban.

Esa es la Milán que se ve, pero hay otra escondida. Tras los portones de muchas casas, aparentemente pequeño burguesas, se abren unos inmensos patios desde los que se accede a pisos grandiosos exquisitamente decorados con soberbias colecciones de arte y atendidos por mayordomos con librea.

En el año 2001 Esperanza Aguirre, entonces presidenta del Senado y compañera mía como técnico de Información y Turismo del Estado, de visita en Milán, donde yo residía, me invitó a acompañarla a una de esas mansiones en la que la propietaria daba una cena con el objeto de recaudar fondos para la campaña electoral de Silvio Berlusconi y a la que acudiría el candidato y ex presidente del consejo. Con ella se habían desplazado a la capital lombarda dos de sus más fieles escuderos Javier Fernández- Lasquetty, recién dimitido como consejero de Hacienda de la Comunidad de Madrid y Juan Soler Espiauba.

Éramos unas 70 u 80 personas que cabíamos confortablemente en los amplios salones y que además podríamos disfrutar de la cena sentados en diversas estancias convertidas en comedores.

Entre copas de“ prosecco” y aperitivos pasó una hora sin que apareciera Il Cavaliere –título que se recibe con la Orden del Mérito en el trabajo-, aunque resulta que no oí a nadie que le llamara así. Se dirigían a él con el título de Dottore que es lo que los italianos llaman al que no saben llamar de otra manera.

Cuando al final emergió no saludó a nadie. Se dirigió directamente a un púlpito-balconcillo que había en uno de los salones que quizás había sido una capilla.

Berlusconi, sin un papel, nos dirigió la palabra durante algo más de una hora, sin un tropiezo o una duda en un discurso lleno de circunloquios, pero coherente en su incoherencia. Le seguimos en silencio fascinados por el ritmo.

Cuando ya llegaba al final, es decir volvía al principio, se paró teatralmente, se encaró con los presentes y tras un largo silencio dijo: “naturalmente se preguntaran ustedes qué voy a hacer cuando sea elegido Presidente del Consejo” y sin pestañear se puso a cantar “Et Maintenant” de Gilbert Becaud , recordando sin duda sus años de “crooner” en barcos de cruceros. Solo faltaba su pianista de entonces Fedele Confaloniere, tantos años presidente de Mediaset.

Como ni el candidato ni la burguesía local financiadora daban puntadas sin hilo, seguro que prestaron buena atención a la letra de la canción: “Et maintenant que vais je faire , que sera de ma vie , de tous ces gens qui m’indiferent , vers quelle neant glissera ma vie ”. Y ahora qué voy a hacer. Que será de mi vida, de toda esa gente que me deja indiferente, hacia qué vacío resbalará mi vida.“ Fascinante y profético. El personal aplaudió a rabiar y el futuro se llenó de procesos judiciales y agujeros negros, pero eso sí, aquellas elecciones las ganó. Presidió el Consejo cinco años seguidos con dos Gobiernos y casi tres años más entre el 2008 y el 2011, convirtiéndose en el primer ministro más longevo de Italia.

Luego paso al vestidor- Berlusconi va acompañado de un elegante mayordomo que en un maletín de Louis Vuitton lleva varias camisas iguales de color azul claro especiales para la televisión y varias corbatas azul oscuro-. Cada media hora repetía la visita para cambiar ambas prendas ya manchadas por el abundante maquillaje que le mantiene siempre listo para salir en la tele. Era  uno de los primeros “homo televisibus ”.

Los españoles estábamos sentados en una de las mesas, cuando Il Berlusca, como le llaman algunos, se acercó a nosotros sobre sus altos tacones y tras darnos la mano, con esa inmensa sonrisa y el puño levantado gritó: “Forza Madrid”, por supuesto dirigido al equipo de futbol y no a la ciudad- , recordando que además de político también era el propietario del AC Milán.

A la salida del acto nos preguntamos: ¿Qué dijo Berlusconi en su discurso?, pero nadie supo contestar. Les pasaba como a mi mujer con los editoriales del “Corriere della Sera”, que entendía todas las palabras, pero no sabía lo que decían. Y es que en Italia los periódicos no se leen, sino que se interpretan, igual que los discursos. Berlusconi perdió luego gran parte del poder que en su día tuvo, pero siguió siendo carne de portada en los periódicos hasta el último día. Algo parecido a lo que ocurre con nuestra “lideresa”.

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