Buscando trabajo en la isla de la fantasía
“Quiero hacerte una pregunta. ¿Qué sabe esta ciudad acerca del lujo? ¿Qué sabe una ciudad infernal sobre las mejores cosas de la vida? Yo te lo diré. Más que la mayoría. Verás, el fuego más caliente forja el acero más fuerte. Añade trabajo duro y entrega. Y el conocimiento de varias generaciones en cada uno de nosotros. Eso es lo que somos. Esa es nuestra historia. Probablemente no sea lo que has leído en la prensa. La que escribe gente que posiblemente ni ha estado aquí. Y no sabe de qué somos capaces. Porque el lujo depende tanto de su procedencia como de su destino. Nosotros somos de Estados Unidos. Pero esto no es Nueva York. Ni la ciudad del viento. Ni la del pecado. Y, desde luego, no es la ciudad esmeralda”.
Este es el parlamento que pronuncia una voz masculina en el anuncio de un nuevo coche y que va dirigido al mercado estadounidense. Durante el spot se suceden imágenes de fábricas en marcha, calles que bien podrían ser de Nueva York, chicas patinando en el hielo, marquesinas de teatros que pretenden confundirnos con Broadway, una tienda que al pasar parece la sede de Tiffany en la Quinta Avenida con la calle 57, un mural de Diego Rivera y otras escenas urbanas hasta que el coche se detiene ante un teatro, su conductor baja y entra a la sala con el patio de butacas vacío y un coro de góspel sobre el escenario en plena actuación. El conductor, entonces, se dirige a nosotros y nos dice, “Esta es la ciudad del motor y esto es lo que hacemos”. Finalmente, ante la imagen del coche en pantalla, leemos: “Chrysler 200. Importado de Detroit.”
Como consecuencia de la gran crisis, el gobierno de Barack Obama nacionalizó General Motors y vendió Chrysler a la Fiat y a un fondo de pensiones de un sindicato automotriz. La bancarrota de General Motors implicó la destrucción de veintidós mil puestos de trabajo y el cierre de catorce plantas de producción. Dado que General Motors comenzó a dar beneficios el año pasado, los sindicatos pidieron ayuda a la cooperativa Mondragón (sí, la misma que traslada parte de su negocio a China, así están las cosas) para consolidar un modelo cooperativo, pero Obama no lo permitirá ya que General Motors se encuentra en proceso de reprivatización. El declive de estas dos macro empresas del motor, al igual que Ford, también con sede en Detroit, ha ocasionado el ocaso de la ciudad.
La tercera parte de la población de Detroit vive bajo el umbral de la pobreza. Hay una gran cantidad de calles en la ciudad que carecen de alumbrado público porque el ayuntamiento no puede hacerse cargo del servicio por falta de recursos. A principios de marzo de 2013, el gobernador de Michigan, Rick Snyder, declaró a Detroit en emergencia financiera y nombró un interventor que en junio pidió un “sacrificio compartido” entre todos los acreedores de la ciudad y anunció la suspensión de los pagos de deuda no garantizada. El FBI consigna que en 2011, Detroit fue la segunda ciudad más violenta de Estados Unidos con un promedio de veintiún crímenes por cada mil habitantes. Se han despedido policías, bomberos y otros funcionarios, y un sesenta y tres por ciento de sus habitantes ha abandonado la ciudad. Detroit es una jungla de casas deshabitadas, garajes vacíos, teatros mal mantenidos y centros comerciales en franca decadencia. Ese es el paisaje que ha dejado la gran crisis en la ciudad: deslocalización masiva con la consecuente pérdida de puestos de trabajo -de los cien mil de Ford en 1950 a los diez mil actuales; de los ochenta mil de General Motors en los sesenta a cinco mil en la actualidad. Tiene razón el anuncio de Chrysler: “Esta es la ciudad del motor y esto es lo que hacemos”. Pero tiene razón en lo que dice, no en lo que muestra.
Esta caída abrupta y creciente de puestos de trabajo y de servicios nos lleva a pensar de nuevo en el planteo dialéctico de Hegel sobre el amo y el esclavo, sobre la conciencia señorial y la conciencia servil. Para explicar el origen de la historia, Hegel plantea el encuentro o choque de dos conciencias que exigen reconocimiento. Aquella que consigue primero el reconocimiento de la otra se erige en el amo de la conciencia derrotada, y ésta se tiene que poner a trabajar, es decir, a generar la cultura. La superación se alcanza cuando el amo se da cuenta de que pierde su independencia, ya que está sometido al reconocimiento permanente del esclavo, es prisionero de esa relación. Por su parte, el esclavo, al cumplir ese papel determinante, pierde su condición de prescindible para volverse esencial. Hegel avala así la concepción de la Revolución Francesa y da cobertura a la burguesía que toma el poder absoluto.
Para aportar una lectura sobre este movimiento de conciencias, el filósofo José Pablo Feinmann recurre a una película de Marco Ferreri. En La gran comilona (La grande bouffe), un grupo de burgueses se reúne en una casa de campo para sumergirse en una orgía de sexo y comida que los lleva a la muerte. Piensa Feinmann que ese es el destino de la burguesía, la muerte por vía de una voracidad insaciable, sin fin, y una capacidad ociosa permanente. La conciencia señorial es ociosa y voraz; la servil, activa y generadora de cultura. Pero Feinmann matiza: la “burguesía sigue comiendo, pero no muere”. Los que mueren, pero de hambre o de insignificancia histórica o existencial, son los desechados, aquellos que ni siquiera acceden al nivel de significación del esclavo. Feinmann aventura que el deseo del reconocimiento del Otro por parte del amo se ha suspendido, ya no le es necesario, ahora come en soledad.
En Detroit la fuerza de trabajo ha sido aniquilada pero la conciencia señorial no ha desaparecido, se ha ido a otro lugar. Se ha deslocalizado.
Slajov Zizek, gran lector de Lacan y de Marx, utiliza un chiste para entender al Otro o al gran Otro. El chiste que cuenta es conocido en España con dos personajes famosos, un torero y una estrella de Hollywood de los años cincuenta, y se asume como leyenda urbana. Zizek lo relata simplemente como un chiste con Cindy Crawford. La modelo y un obrero sobreviven a un naufragio en una isla desierta. Después de tener sexo el hombre le pide a Crawford que se pinte un bigote. Ella accede y el obrero le dice: “¿Sabes qué me pasó? ¡Acabo de acostarme con Cindy Crawford!”. El obrero necesita al Otro, y ese otro virtual existe en la medida en que se actúe como si existiera. Su estatuto es similar al de una causa ideológica como el comunismo o la nación: la sustancia de los individuos que se reconocen en ella es la base de su existencia.
Ken Loach, magistral narrador de la realidad social del Reino Unido, pone en acto esta idea en su película Buscando a Eric (Looking for Eric). El protagonista es un cartero, un hombre de clase baja, separado dos veces, que convive con los hijos de su última pareja, que le abandonó, pasa por todo tipo de situaciones dramáticas: un reencuentro traumático con su primera mujer después de treinta años de distanciamiento, la peligrosa relación de su hijo mayor con delincuentes y el temor ante una enfermedad psiquiátrica. Todo se desmorona y nada aparece en el horizonte que pueda evitar la gran caída. E
El filme está ambientado en Manchester y el protagonista es hincha del Manchester United; su ídolo es Éric Cantona, el gran delantero francés del equipo británico. En su habitación, Eric Bishop, el protagonista que comparte nombre con el jugador, además de banderines e insignias del club, tiene un poster de Cantona de tamaño real. Una noche, cuando Eric se encuentra en medio de una crisis emocional, Cantona aparece en la habitación y comienza una relación entre ambos. Obviamente, Cantona es el Otro, un emergente en el nivel simbólico, con quien el protagonista se relaciona.
Lo sencillo, y lo que habría llevado a convertir el film en un simple melodrama, habría sido que Loach manejara la relación en el plano de la autoayuda, pero, en lugar de eso, lleva la relación a un nivel dialéctico en el que el protagonista va superando contradicciones, involucrando a su entorno social. Cantona se convierte así en el Otro, en el sistema de pensamiento, en las reglas de ajedrez, en el encuadre ideológico que le permite a Bishop adoptar una estrategia de vida. Loach construye el personaje de Cantona basándose en parte en su perfil de jugador y, fundamentalmente, en sus apariciones mediáticas –el protagonista del filme se refiere a él, confesando que nunca había podido desentrañar su sentido.
El episodio en cuestión es el siguiente: cierta vez, durante un partido de fútbol, un agitador de ultraderecha le insultó, razón por la cual Cantona reaccionó violentamente propinándole una patada. En la rueda de prensa que se convocó luego del incidente, se esperaba que el futbolista aclarara los hechos o al menos diera una explicación a modo de disculpa. Como todo argumento, el jugador se sentó frente a los periodistas y lo único que se limitó a decir antes de retirarse fue: “Las gaviotas siguen al barco porque saben que acabarán cayendo sardinas al mar”. Esa fue la particular venganza de Cantona hacia la prensa amarilla inglesa que pensaba hacer su agosto a costa del jugador.
Tiempos difíciles en los que la plaza de trabajo se vuelve móvil, inasible, líquida e ilocalizable. Más duro aún cuando el producto financiero sustituye a la mercancía que solo el factor humano puede concebir. E insoportable cuando la ciudad se desmantela y, ocupada por fantasmas, desaparece todo viso de esperanza.
Una invitación fatal a seguir un barco, como las gaviotas, que puede dejar al perseguidor en una isla perdida, donde no está Cindy Crawford ni se la espera.