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La turbodemocracia

Urna electoral.

Miguel Roig

Si por algo deslumbró la mirada de Bauman en su día, en los primeros ensayos dedicados al concepto de liquidez es, quizás, porque entonces nos encontrábamos al borde de ella, tal y como ocurrió cuando se declaró la crisis a través de los medios y la rutina seguía como si nada ocurriera. Obvio, para aquellos que aún podían tener un nivel de vida más o menos aceptable. Los demás ya venían sorteando obstáculos mucho antes de 2008.

A mediados de la anterior década, cuando comienzan a surgir las redes sociales y se populariza el concepto de la web 2.0, Bauman advierte que en ellas se establecen relaciones en las que la sociedad deja de ser una estructura, una “totalidad sólida” para convertirse en una matriz de conexiones y desconexiones infinitas y aleatorias y que esa conducta lleva a una serie de permutaciones posibles.

Es en este nuevo escenario en el que se consolida la flexibilidad en todos los ámbitos. Bauman advierte que hay un cierto abandono de las normas y esto perfila un modelo, el líquido, que instala “la presteza para cambiar las tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, y para ir en pos de las oportunidades según la disponibilidad del momento, en vez de seguir las propias preferencias consolidadas”.

Claro, esto surge de la mera observación, del seguimiento, de las conductas en las redes y aquello que era un zapeo de canales en los remotos noventa, pasa a ser un zapeo de caras y la plasticidad de las ideas y las expresiones se van adaptado según el temblor incidental de las emociones que provoca la red.

Ocurre que fuera de ella el espíritu es el mismo, el espíritu del tiempo, que lleva a la mutación permanente o adaptación táctica, aunque sea inconsciente, a los nuevos desafíos del campo social como factor de alteración permanente en el área laboral, yacimiento de incertidumbres permanentes.

¿Nos volvimos líquidos? No. Nos convertimos en prestidigitadores de nuestras propias herramientas para ejercerlas oportunamente y obtener resultados, aunque sea precarios, pero resultados al fin.

Si el progreso se ha convertido en un juego de sillas, el único capital que no merma es el del miedo, ya sea en lo laboral, lo económico o lo político.

Los trabajos ya no duran una vida, apenas unos años en el mejor de los casos. Las relaciones corren la misma suerte. ¿Por qué las legislaturas iban a ser distintas?

De un tiempo a esta parte, hemos pasado de dos partidos de ámbito nacional a cinco (de momento). La distribución ideológica ortodoxa ubica a tres a la derecha y a los dos restantes a la izquierda. Esta clasificación sufre alteraciones permanentes. Como ya hemos apuntado: mutan las tácticas y estilos en un abrir y cerrar de ojos; se abandonan los compromisos y las lealtades. Quizás es Ciudadanos el paradigma de la flexibilidad oscilando entre el socioliberalismo, el liberalismo y el neopopulismo nacionalista.

La existencia de Vox llega, quizás, como pieza anacrónica, para negar que lo sólido que se esfuma en el aire, y evitar sin mayor éxito que lo sagrado se profane. Ocurrió esta semana, cuando un grupo de dirigentes de ese partido irrumpió en el homenaje a la última víctima de la violencia machista, ante el Ayuntamiento de Madrid, con una pancarta que negaba la violencia de género. El alcalde Almeida los enfrentó, pero no por disentir –“sabes perfectamente que no comparto la ideología de género ni el feminismo del 8 de marzo”, le dijo al diputado Ortega Smith– sino porque, según él, no correspondía. El insulto a las víctimas y a la lucha feminista, pareció no importar al alcalde. Como diría Guy Debord, Almeida posiblemente cree que ya no le hace falta pensar; y la verdad es que ya ni sabe pensar. Al igual que la diputada Álvarez de Toledo, incómoda porque el líder del Partido Popular Vasco, Alfonso Alonso la trató de extranjera (en su caso, argentina). Pues, ¿qué pensará que te ocurre cuando eres inmigrante o exiliado?

Vivimos en una democracia que parece flexible por la multiplicidad de posiciones, imposturas, deslealtades, torpezas, torpes y ausencia de compromisos, sin solución de continuidad. La turbodemocracia. La aceleración y la sucesión de elecciones no necesariamente la debilita. Pero que el juego de sillas permita romper el duelo por una víctima de género puede atribuirse a la liquidez –vamos a llamar así a la rapiña de votos–, pero no puede desmovilizar el voto. Al menos para detener a los bárbaros y evitar, como afirma Michela Marzano, una nueva forma de barbarie, la de la indiferencia.

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