Las camisetas, el video y el libro
Los nazis buscaban refugio en la mitología kitsch imitando los símbolos y los ritos de Roma. Los fascistas italianos dieron un paso más e intentaron ser neorromanos, por eso se ataviaban como tales en sus reuniones públicas, portando fasces y rodeando de lictores a sus líderes. Si bien la figura de Francisco Franco se emparenta con una construcción similar, su universo kitsch se perfila con ejes diversos. Atendiendo, por supuesto, a las figuras de Hitler y Mussolini, Franco se interesó por el mariscal Philippe Pétain, la figura del Cid, pero fundamentalmente por los Reyes Católicos y la idea de la Reconquista.
La presencia de los Reyes Católicos y de Felipe II en su imaginario puede que de algún modo haya alimentado la obra cumbre kitsch de Franco, que no es otra que la actual monarquía. Una obra cumbre del kitsch que distrajo la mirada sobre la Transición.
Prometeo a su manera, Franco le robó el fuego a la historia y creó una monarquía. Como en el relato breve Prometeo de Kafka, la historia se pretende o se asume como indescifrable. Cuenta Kafka que alrededor de Prometeo se tejen cuatro leyendas. La primera, conocida por todos, es aquella en la que los dioses lo castigan amarrándolo a una roca y las águilas devoran su hígado en permanente renovación. La segunda dice que Prometeo, deshecho por el dolor, se fundió en la piedra. La tercera manifiesta que Prometeo pasó al olvido: los dioses lo olvidaron, las águilas lo olvidaron, él mismo se olvidó. La última cuenta que todos se aburrieron, águilas y dioses incluidos, y la herida se cerró de tedio. Únicamente permaneció el peñasco. La leyenda, concluye Kafka, solo pretende interpretar lo incomprensible: “Como surgida de una verdad, tiene que remontarse a lo indescifrable”.
Franco puede que ya se haya fundido en la piedra del Valle de los Caídos, pero los dioses no parecen aburrirse ni las águilas han caído en el olvido y en lugar de un peñasco sobrevive una Transición que ha perdido su funcionalidad para devenir en artefacto kitch.
El secuestro de las camisetas amarillas en el estadio; los chicos de OT envueltos en una polémica por un libro; el libro; el master de Cristina Cifuentes, las autoridades de la URJC, las actuales y las anteriores llegando a los fundadores; el video del presunto hurto de las cremas; la trama del video; el diputado catalán que escribió una carta abierta a sus adversarios reclamando la propiedad de Sant Jordi; Manuel Valls sintiéndose catalán universal; los tres varones de Podemos delante del rótulo Nosotras.
El kitsch no es más que un relato de esta historia; quizás la única manera de abordarla, una “maquinilla fallida” de un poder que no se resigna a ningún fallo y con ello deviene en esta narración. Ojalá que no se llegue al tedio y acabe, como en el cuento de Kafka, en peñasco.