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El candidato Feijóo confía en Junts

Los negociadores de Junts, Míriam Nogueras y Jordi Turull
23 de agosto de 2023 22:27 h

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Ya hay fecha para la investidura: 26 y 27 de septiembre. Un mes más de gobierno interino y un mes más de retórica y discursos sobre la gobernabilidad y el marco constitucional. Para el PP solo es posible su gobernabilidad porque el poder es suyo dentro de su concepto patrimonialista del estado; el marco constitucional, por su parte, es similar a un garito con todo incluido en el que el PP está dentro, tiene a los de seguridad en la puerta y es el único anfitrión que puede invitar a los demás a pasar y quedarse.

Atrás han quedado las “discrepancias y malentendidos” con la ultraderecha y Vox está, por fin, dentro del marco constitucional del PP. La sangre no llegó ni a la designación de candidato: Vox aseguró sus votos condicionados a que el PP le reconociera formalmente como su socio preferente, algo a lo que Feijóo se había resistido desde que se convirtió en jefe del primer partido de la oposición. Feijóo cedió y el paripé terminó: en un discurso diseñado milimétricamente para mantener el equilibrio entre contentar a Vox y seguir siendo el primer partido defensor de las instituciones y la Constitución, el candidato pronunció el “sí quiero” tan ansiado por los de Abascal. En las duras y en la maduras, sin cordón sanitario ni protección, hasta que otras elecciones les separen. 

Tragado ese sapo, el PP despliega, ante la investidura, un circo de tres pistas: en la primera, se tantea los socialistas buenos, los de Emiliano García-Page, a los que se insiste en preguntar “a quién prefieres, a mí o a Bildu”. Sobre este asunto sobrevuela en redes sociales el temor a posibles casos de transfuguismo, como indica que estos días fueran TT tanto #tamayazo como #tamallazo. En la segunda pista se intenta convencer a la desesperada al PNV de que, al menos, se abstenga en una segunda votación. En la tercera pista del circo, se apela a los que fueran fieles votantes de CIU y socios perfectos de la derecha española, la clase media y burguesa, de centro-derecha catalanista, que queda dentro de la amalgama de partidos y sensibilidades que es Junts. Obviando, por supuesto, la existencia de Carles Puigdemont. 

Si no convence a ningún “socialista bueno”, el PP volverá la vista a las derechas nacionalistas, con las que se ha entendido tiempo atrás, creyendo que la portería solo la pueden mover ellos y que esos nacionalismos son los mismos con los que antes pactaba. El PNV ha reiterado varias veces su negativa porque no olvida ni olvidará el matrimonio con una ultraderecha que excluye a media España de su ecuación de poder. Junts per Catalunya, por su parte, no conserva el gen de la extinta Convergència, de espíritu pactista y con la vista puesta en ampliar el autogobierno. Y no olvidemos los datos: en las elecciones generales de 2011, CiU tuvo 1.014.263 votos, su mejor resultado (el 19% del total). Junts cosechó 392.634 (11%) votos el 23J.

Aun así, es en Junts per Catalunya donde el PP deposita toda su confianza. “Es un grupo parlamentario que, al igual que ERC, más allá de las acciones que cuatro personas, cinco, diez, llevaran a cabo, representa a un partido cuya tradición y legalidad no está en duda”, ha afirmado el vicesecretario Institucional del PP, Esteban González Pons. Que Junts pueda ser, según el momento, un grupo comandado por un prófugo de la justicia o un movimiento perfectamente legal y constitucional depende del ánimo y las expectativas del candidato Feijóo. Al hablar de política catalana, se utilizan tradicionalmente los tópicos seny y rauxa. El sentido común y el arrebato. El PP fantasea con que ambos conceptos jugarán a su favor: si se impone el seny, se reconstruirán los puentes entre las derechas española y catalana para volver a tejer, cada uno en su territorio, la tradicional telaraña del poder que les pertenece. Si se impone la rauxa, Junts votará que no tanto al PP como al PSOE, lo que abocaría al país a una repetición de elecciones. Pase lo que pase, el PP apuesta a que los de Puigdemont (cuyo nombre se va a evitar en este próximo mes constitucional) acabarán jugando a su favor. Y esta será, por fin, la última bala de Alberto Núñez Feijóo. 

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