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¿Las chicas están bien?

El alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto (c), durante una concentración silenciosa para condenar el asesinato de una mujer a manos de su pareja, frente al Ayuntamiento de Bilbao, a 12 de septiembre de 2024, en Bilbao, Vizcaya, País Vasco (España).

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En 2018, el diario 'The New York Times' publicó un artículo de opinión de Michael Ian Black titulado 'The boys are not all right' (Los chicos no están bien) que anticipaba, al más puro estilo americano, las líneas de un discurso desde entonces muy repetido en todo el mundo occidental: había que repensar la masculinidad y prestar atención a los muchachos que se sentían perdidos ante los nuevos posicionamientos femeninos, una situación que podía conducirlos al aislamiento o a la furia. El autor decía que despojar a un hombre de su masculinidad era tan sencillo que se podía lograr con el simple gesto de pedir por él en un restaurante. Esa fragilidad del ego masculino joven albergaba un potencial de ira difícilmente controlable, como si existiera una incapacidad natural masculina para aceptar la igualdad. Fue después, años después, cuando se hicieron necesarios los análisis sobre las causas de que un porcentaje nada desdeñable de aquellos chicos que “no estaban bien” canalizarán sus supuestas frustraciones y girarán hacia la extrema derecha.

El análisis es necesario porque la realidad es la que es: la ultraderecha consigue mayores cuotas de poder gracias a los hombres, y gracias a los hombres jóvenes en edad militar, por usar su lenguaje especializado en odio. El error, desde mi punto de vista, es rescatar el viejo término de guerra de sexos para referirse a la radicalización de lo que en EE UU se conoce como el voto bro, el voto de los colegas masculinos. El feminismo tiene poco que ver aquí, más allá de que las chicas ya no sigan la corriente del quarterback más popular de la fraternidad. Es cierto que los hombres ya no cuentan con un coro femenino adulador tan nutrido como en otros tiempos pero los chicos encaminan sus pasos hacia la esquina ultra porque la sociedad, su entorno, los hombres que tienen el poder y el protagonismo de la conversación pública los conducen hasta ese abismo por su propio interés. La pérdida de estatus masculino se enfoca en aspectos casi criminales, como no poder tocar el pecho de una mujer sin consentimiento en un estadio. Pero apostaría a que Trump, la perfecta síntesis de narcisismo y victimismo y artífice de la deriva de la derecha americana, no ha dedicado un minuto de su vida a pensar en el feminismo. Las causas materiales y culturales que explican el auge del populismo ultra tienen menos que ver con varones adolescentes cabreados que con padres y abuelos inclinados hacia el fascismo.

Decía el artículo de 2018 que las niñas habían tenido que aprender que podían aspirar a ser lo que quisieran, algo que los niños sabían desde siempre. Ellas saben que esa aspiración no sale gratis, ellos no. Y el diagnóstico sigue siendo: los chicos no están bien. Mi pregunta es: ¿están bien las chicas? Ni el feminismo es el bálsamo de Fierabrás para las chicas ni todas las decisiones que toman resultan empoderantes ni hay que suponerles más inteligencia, constancia o mesura. Sexualizadas desde niñas, sometidas a estándares de belleza inalcanzable, viendo cómo se calcula en redes sociales su valor en relación a su body count, escuchando que si no tienes hijos eres egoísta y despreciable, cayendo en la cuenta de que todos los días hay hombres agrediendo y matando a mujeres… ¿Se apañan ellas solas? ¿Por qué estudian más o no votan a la ultraderecha? ¿Son nuestras niñas inmunes al resentimiento y la ira?

 ¿Estarán bien nuestras chicas?

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