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La conjura de los necios

Mariano Rajoy contará con la abstención del PSOE tras la votación de los socialistas este domingo.

Daniel Fuentes Castro

La pasada primavera, recurriendo inoportunamente a la cal viva, Podemos enterró cualquier opción de entendimiento razonable entre los principales partidos de izquierda. Con su mera abstención en la fallida sesión de investidura de Pedro Sánchez (no era necesario su voto favorable), Podemos y sus confluencias habrían enviado al PP de Mariano Rajoy a la oposición, habrían condicionado la labor de un Gobierno necesitado de apoyos parlamentarios y habrían ganado un tiempo precioso para experimentar, desde dentro, cómo funciona el entramado institucional del que forman parte.

PSOE, Podemos y Ciudadanos sumaban entonces más del 55% de los votos, como ahora, y nada menos que 199 escaños, suficientes como para haber servido de palanca a un tiempo nuevo mientras el PP purgaba su corrupción en la oposición.

Pero no fue así. A partir de ese momento, especialmente tras la repetición de las elecciones, todo ha sido ruido para eludir el verdadero debate: cuándo (antes o después de unas terceras elecciones) y a cambio de qué iba a reconducirse el mandato del PP.

Ahora que el 'cuándo' parece inminente, convendremos que el 'a cambio de qué' ha resultado un fracaso estrepitoso. Tres partidos dijeron basta a la corrupción. Uno cambió de bando, otro prefirió el sorpasso y el tercero se borró.

El PSOE protagoniza los titulares de este fracaso, víctima de una encarnizada lucha por el poder y de su incapacidad para afrontar un debate identitario demasiadas veces pospuesto. Al día siguiente de la no investidura de Sánchez, la abstención del PSOE podía haber servido de moneda de cambio. Incluso inmediatamente después de las segundas elecciones, su abstención seguía conservando cierto valor. Ahora no es más que un por favor lastimero a cambio de tiempo (veremos cuánto, pues la legislatura se anuncia corta) de daño incalculable.

La responsabilidad de este fracaso sin paliativos corresponde también a Ciudadanos y a Unidos Podemos. Los primeros han rebajado el listón de sus exigencias regeneradoras hasta decir basta, y los segundos han preferido atrincherarse en un confortable “no a todo”, utilizando como gatera un pacto absolutamente improbable. Recordemos que sólo la suma de PSOE, Unidos Podemos, En Común Podem, En Marea, Compromís, Esquerra Republicana de Catalunya, Convergencia Democrática de Catalunya, Bildu y Coalición Canaria (o PNV en lugar de estas dos últimas fuerzas) permite sumar 176 escaños.

Ante esta realidad, Ciudadanos y Unidos Podemos han preferido salvar los muebles antes que asumir una responsabilidad colectiva que ellos mismos habían convertido en eje programático. Era demasiado goloso dejar al PSOE al pie de los caballos. Al final, ni alternativa de Gobierno ni investidura negociada.

En el último año hemos dedicado demasiada energía a debatir quién podría o debería formar Gobierno y no hemos prestado atención suficiente a la agenda política que, necesariamente, tendrá que afrontar el próximo ejecutivo. Es un fracaso que la corrupción no vaya a tener un castigo político, pero mayor será el fracaso si seguimos aplazando debates tan urgentes como ineludibles: el deterioro de la distribución de la renta, la estrategia de ingresos y gastos de las administraciones públicas, el futuro inmediato de la Seguridad Social, la escasa capacidad recaudatoria de nuestro sistema fiscal, la precariedad laboral, la conciliación familiar, la racionalización de horarios, las bases para el crecimiento del futuro (educación, investigación, medioambiente) y tantas otras cuestiones en lista de espera.

Ha llegado el día después y tenemos la obligación de hacer brotar algo bueno de las cenizas de este incendio. Mientras tanto, que la corrupción y el descrédito de las instituciones nos sean leves. Y que el PSOE, Podemos y Ciudadanos lo vean.

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