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Cuarenta años de la legalización del PCE

Mitin del Partido Comunista de España durante la campaña electoral para las elecciones generales del 15 de junio de 1977.

José María Calleja

Santiago Carrillo decía mucho “turiferarios del régimen”. Se refería a los partidarios acérrimos del franquismo, a los acólitos que rodeaban de incienso, botafumeiro en los casos más extremos, al régimen franquista. Aquella expresión clandestina me fascinó en mi adolescencia. Era un hallazgo lingüístico, una frase con capacidad de convocatoria, que obligaba a pensar y denominaba a las caras franquistas conocidas. Lo mejor que se puede decir de una conjunción de palabras.

Solía Carrillo empezar sus mítines escritos en la ilegalidad con un: “Amigas y amigos”, no sé si del todo conscientemente feminista, o más bien una cortesía casi pareja al damas y caballeros. Decía mucho también “la vida”, como argumento explicador, que ponía a cada uno en su sitio con el paso del tiempo y terminaba por aclararlo todo.

Algunos de mi generación sesentera y setentera éramos del PCE, antifranquistas, seguidores de Carrillo y Pasionaria; nos emocionamos cuando vimos en la primera mesa de edad del Congreso de los Diputados, tras las elecciones de junio de 1977, a Pasionaria enlutada, con su moño, como el de tantas mujeres vascas, y a Rafael Alberti, con aquella chaqueta de terciopelo azul claro y las solapas cada una de un color y con dibujos distintos, con su melena plateada. Alberti, poeta del Trastevere, que comía bocadillos de mortadela en el IX congreso del PCE.

El PCE fue ejemplar en su lucha contra la dictadura franquista. Puso el coraje, las ideas, la estrategia, la cárcel, el exilio, la tortura, las fábricas, FASA, las empresas de Artes Gráficas, Hauser y Menet, la Construcción, la Universidad, los abogados, las librerías, actores y gentes de la cultura, los pequeños empresarios de una tienda de fotos con empleados horrorizados al saber, ya en libertad, que su jefe era comunista. Por citar a algunos.

Era un prestigio ser del PCE, el partido, que no necesitaba apellidos por ser el partido por antonomasia. Estábamos en la cárcel de forma mayoritaria junto con otros grupos; en mi caso, la Joven Guardia Roja, el PCI, el FRAP, un trosko y un ácrata. Lo importante era luchar contra Franco, aunque discutiéramos a rabiar en el talego, hay mucho tiempo allí, y los más radicales del FRAP nos acusaran de estar defendidos por democratacristianos. No era cierto, nos defendían Alonso Franch y Terradillos Basoco, en Valladolid, rojos del PCE; Mohedano y Almeida en Madrid, también del PCE.

El PCE fue determinante en la lucha contra Franco, sin su impulso, sin su estrategia, sin su gente, sin su alma, no se hubiera llegado a las libertades. El plan previsto era una democracia sin comunistas, con el PCE sin legalizar hasta otras convocatorias, no tengáis prisa. La lucha del PCE, y de miles de españoles, y el talento de sus dirigentes obligó a la legalización del partido antes de las primeras elecciones. Fue una alegría inmensa, en aquella Semana Santa de 1977, que me pilló haciendo la mili en Ceuta, en Regulares, castigado por rojo, con uniforme color arena y gorra con medias lunas y cubierta roja. ¡Qué foto, con aquella vestimenta y en plena celebración!

Me duele ver ahora cómo se pretende hacer tabla rasa de aquella lucha militante, de aquella estrategia inteligente, profundamente combativa, ansiosa de libertad, ética, a favor de la democracia, que es verdad que no todos los clandestinos querían. Carrillo decía: dictadura, ni la del proletariado, pero había otros clandestinos que equiparaban demócrata con insulto.

¿Qué había que haber hecho después de la matanza de Atocha? ¿Asesinar a los asesinos? Después de cada manifestante asesinado, ¿había que matar a un facha? Se ha contado en muchas ocasiones la manifestación silenciosa tras aquellos fusilamientos. Era lo que había que hacer y se hizo bien.

Se llegó a la Libertad en medio de un zafarrancho ultra, el de los que querían un franquismo sin Franco, y en medio de una estrategia fascista de asesinatos a mansalva, así de la ETA como de ese ectoplasma de los GRAPO, como de la extrema derecha o la policía franquista. No querían las libertades ninguno de ellos y el PCE, junto con Comisiones, junto con tanta gente, peleamos por la libertad y la democracia, que fue un triunfo de la izquierda española.

El PCE fue determinante para ganar las libertades, aquello fue un triunfo; no se puede ahora, desde el burladero del Iphone 7, darle una patada a aquella historia de dignidad, simbolizada en la imagen de Carrillo, sentado en su escaño cuando Tejero entró a tiros en el Congreso gritando: “Todo el mundo al suelo”. Carrillo ni se inmutó.

El PCE en la clandestinidad hizo un cálculo optimista del mapa electoral en democracia, se pensaba en un 25% de apoyo electoral como recompensa por la larga lucha; que la democracia cristiana, la Izquierda democrática de Ruiz-Giménez, se llevaría otro 25, y la socialdemocracia otro tanto. No fue así y el PCE tuvo poco más del 9% de los votos y 20 escaños en las primeras elecciones. Fue frustrante.

Entre el turiferarios del régimen y el amigas y amigos, y la vida, es de justicia reconocer el esfuerzo, la lucha, la cárcel y la tortura de las gentes del PCE, un partido determinante para lograr las libertades que los del franquismo sin Franco nos querían negar. Aquello fue un éxito, conviene no olvidarlo y no despreciarlo.

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