Depende a la guerra

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En cuanto supo la que se estaba liando en Ucrania, Alfonso ponderó cuidadosamente qué opinar al respecto. Se planteó estar a favor y se planteó estar en contra, pero, tras muchos vaivenes, acabó inclinándose por el depende. Nada nuevo. De un tiempo a esta parte, ha profesado el depende a las macrogranjas, el depende a los incentivos fiscales y hasta un titubeante depende a la discriminación positiva.

Alfonso, cuidado, no es un bárbaro ni un cavernario. Él es progresista moderado (aunque últimamente prefiere la etiqueta de depende-progresista). Cuando lo de Irak, allí que se echó a la calle a clamar contra la invasión imperialista. ¿Quién podía tragase el cuento aquel de las armas de destrucción masiva? Él no, desde luego.

Pero esto de Ucrania es distinto. Esto es mucho, pero que mucho más complejo. Aquí hay intereses económicos y geoestratégicos por las dos (o más) partes. Está el gas, la OTAN, el derecho inexorable de un pueblo a su libertad y el derecho inexorable de otro a su seguridad. No es tan fácil. Y, aunque Alfonso es charcutero y la gestión de las tensiones globales no entra, por tanto, dentro de sus competencias, el asunto acabó por quitarle el sueño. Uno no puede ir por ahí sin opinión.

Por eso se documentó vorazmente. Leyó un par de entradas de Wikipedia y escuchó el podcast de unos que hablan desde su casa pero con micrófonos  buenos, de condensación. También se pasó por el timeline de varias autoridades en la materia, usuarios verificados que de vez en cuando hasta enlazan el New York Times (artículos que Alfonso no puede leer por carecer de suscripción).

Aquel arduo proceso de documentación, como decimos, concluyó con el poco tajante pero rico en matices “depende a la guerra”. Como eslogan es una desgracia, sí, pero es que las cosas no son blancas o negras. El depende-progresismo por él inventado se centra en eso precisamente: en la riquísima gama de grises del espectro cromático. Una postura que a Alfonso le parece de lo más racional y cientificista. Mira, si no, el sol; de lejos, una bola blanca; de cerca, un sindiós de llamaradas.

Eso, piensa él, es lo que pasa con todo, lo mismo Ucrania que las macrogranjas o el tope a los alquileres o lo que sea. Cuanto más te acercas, más matices percibes. Y, claro, las certezas se van diluyendo. En los últimos meses, Alfonso ha encontrado grises tirando a negros en la sanidad pública (lenta e ineficaz), en la educación pública (desastrosa en términos de resultados) y en el transporte público (pestilente y con retrasos).

Ha llegado a la conclusión de que el progresismo, paradójicamente, se ha quedado atrás. ¿Qué le pasa a la izquierda?, se pregunta Alfonso con melancolía y un poco de cabreo. ¿Por qué no ha sabido evolucionar? ¿Por qué no ha sido capaz de adaptarse a los tiempos como él mismo ha hecho? Total, que, a sus 59 años, Alfonso ha decidido que en las próximas elecciones votará a la derecha. Primera vez en su vida. Y lo hará, además, con todo el convencimiento del mundo. O con muy poco. Depende.