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Descolonizar a Colón

El líder de Vox, Santiago Abascal.
30 de enero de 2024 22:08 h

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“Un cabo de la Policía Montada del Canadá pasa a Estados Unidos en persecución de unos cazadores de animales, cuyas pieles venden. Los cazadores utilizan medios que el cabo califica de sádicos para los animales, y él actúa por amor a estos, pero por su cuenta.”

La sinopsis procede de un antiguo TelePrograma, y resume un episodio de El Virginiano titulado Johnny Moon, el nombre del protagonista del capítulo. Un nombre poético, del gusto de las clases populares norteamericanas. Con esa lírica, se escribieron muchas canciones, desde Johnny B. Goode, de Chuck Berry, hasta Johnny 99, de Bruce Springsteen (Uhhh-uhhh-uhhh... Pues bien, a finales de aquel mes, cerraron la planta de automóviles en Mahwah...).

Entonces (España, en septiembre de 1968), El Virginiano lo daban por la tele los domingos, a las tres y media, después de las noticias. La gente se informaba (dentro de un orden), y luego veía una aventura, una evasión, un entretenimiento. La ficción siempre ha sido más poderosa, más difícil también, que cualquier otra forma de abordar la realidad.

Hoy corren malos tiempos, esto se ve en que hemos renunciado a la ficción. Como si ya no creyera en sí misma, ahora la ficción busca el aval del discurso académico, o se envuelve en una intención documental, o manifiesta estar basada en hechos reales. Como si el hecho de haberla pensado, escrito, interpretado, plasmado..., no fuera lo suficientemente real.

Johnny Moon, el cabo de la Policía Montada de la tele, llama sádicos a los tramperos que trafican con pieles. Ama a los animales; pero lo malo es que ha decidido actuar por su cuenta. Es la vieja cuestión ética. ¿A qué se debe uno? ¿A lo que siente o al grupo al que pertenece? ¿Cómo se ha de obrar si ambas cosas entran en conflicto? Como dijo un ruso, ¿qué hacer? A los políticos les sucede mucho, por ejemplo, en las votaciones del Congreso, con la disciplina de partido.

En otro TP, el de la primera semana de enero de 1973, viene un reportaje dedicado a los Reyes Magos. Corresponde a los días en que llegan a nuestras ciudades. En la portada, aparecen disfrazados de Reyes Magos de Oriente tres personajes de la serie Crónicas de un pueblo (la célebre adaptación del Fuero de los Españoles teñida de costumbrismo; décadas después, la película Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda, nos revelará los sueños, el mundo onírico, de los protagonistas de Crónicas de un pueblo).

Los tres actores elegidos son Jesús Guzmán (que murió el pasado octubre, a los 97 años; en esta serie era Braulio, el cartero, y en la foto sale vestido de rey Melchor), Rafael Hernández (Dionisio, el camionero, que se vistió de Gaspar), y Antonio Costafreda (Goyo, el alguacil, vestido de Baltasar). Posan los tres con indumentaria de cabalgata, capas de armiño; pero, en vez de coronas, llevan gorras de cartero, alguacil y camionero.

Se han prestado a un reportaje titulado 'Reyes por un día', que, rico en anécdotas, cuenta la preparación de la foto de la portada. Resulta que periodistas y actores se citaron en el bar del pueblo donde se rodaba la serie, y se invitaron a unos vinos. El texto sigue así: “Braulio no tiene ninguna pereza para el disfraz, quizá porque el rey blanco, Melchor, es el más limpito a la hora de quitarse la barba y la corona. ¡Sin embargo, el pobre Baltasar...!”.

Un destacado en letras mayúsculas y de color rojo subraya qué sucedió con este rey: “Baltasar (Goyo) se resistió a embadurnarse”. Al parecer, la maquilladora no encuentra la caja de maquillaje negro, y Goyo propone reemplazarla por corchos tiznados. “Nada de corchos”, responde la maquilladora. “Tengo un marrón oscuro que es casi igual, y, en último caso, echamos mano del Kanfort...”.

Esto sigue sucediendo. Lo han visto este año los niños en el distrito madrileño de Chamartín. No le bastó a su Baltasar con pintarse de negro, sino que además hablaba de modo caricaturesco. Más de cincuenta años de historia, y aún no hemos comprendido que el Kanfort es para los zapatos, no para la cara, que embadurnar a alguien con crema de zapatos para hacerlo pasar por negro está más cerca de las Leyes Fundamentales del franquismo (el Fuero de los Españoles era una de ellas), que de los Reyes Magos. A tomar conciencia de ello se le llama descolonizar la ficción.

Lunes, 18 de noviembre de 2019. En la foto de familia que se han hecho los 52 diputados de Vox en las puertas del Congreso (están pletóricos, en la cresta de su ola ultra), su líder Santiago Abascal aparece, en el centro, con un libro en la mano. Le flanquean los más allegados, Javier Ortega Smith, Iván Espinosa de los Monteros y Macarena Olona. Hoy, los tres han caído en desgracia. Ahora son otros quienes posan junto al líder. Sucede en todos los partidos personalistas. Con Ciudadanos ocurrió lo contrario. El primero en caer fue Albert Rivera, y ya nadie tuvo líder con quién ponerse. Esto es porque no se trataba de un partido personalista, sino escrito en tercera persona por un Pirandello que siempre va a dejar a sus personajes en busca de autor.

El lugar en que se ha tomado esa foto, la escalera de honor, en la entrada principal del Congreso de los Diputados, donde los grupos políticos y los turistas se hacen sus retratos, está custodiado por dos leones de bronce. En la base de ambas esculturas aparece grabada la misma leyenda: “Fundido con cañones tomados al enemigo en la guerra de África, en 1860”. Se trata de la batalla de Wad-Ras, que puso fin a aquella primera guerra contra el sultanato de Marruecos, en defensa española de las ciudades de Ceuta y Melilla.

El libro que Abascal sostiene en la fotografía es Defensa de la Hispanidad, de Ramiro de Maeztu, en una edición de Bibliotheca Homo Legens, la editorial favorita de Vox. Ramiro de Maeztu perteneció a la generación del 98 como buen escritor vasco (Unamuno era de Bilbao, Pío Baroja era de San Sebastián, y Ramiro de Maeztu, de Vitoria).

Como intelectual, Maeztu se identificó con el tradicionalismo. Como político, militó en el partido monárquico y representante de la aristocracia, Renovación Española, que lideraba José Calvo Sotelo, asesinado días antes de estallar la guerra civil. Al poco de empezada la guerra, Maeztu también fue asesinado. Víctima de una saca en la cárcel de Ventas, en Madrid, organizada por la checa de Fomento, le fusilaron sin juicio previo en el cementerio de Aravaca, en octubre del 36.

A Ramiro Maeztu se le debe, en buena parte, la divulgación de Nietzsche en España. Le tocó hacerlo a su generación, y cada cual lo intentó en su medida. El malicioso Pío Baroja escribió a propósito de Maeztu que, en efecto, tal como aseguraba ese autor, tenía todos los libros de Nietzsche en su casa, y añadía Baroja: pero un día me invitó a verlos y estaban todos sin desbarbar. La cultura se hace con lo que se siente, más que con lo que se sabe.

En su ensayo Nietzsche en España, 1890-1970 (Gredos, 2004, 2a ed. ampliada), Gonzalo Sobejano asegura, sin embargo, que Maeztu es “el escritor español más temprana e intensamente influido por Nietzsche”, y el primero que escribe sobre el filósofo en términos positivos, e incluso, entusiásticos. Hasta tal extremo, que Maeztu será llamado “el Nietzsche español”. Y el segundo autor de la época más influido por Nietzsche, a decir de Sobejano, fue Pío Baroja.

En Defensa de la Hispanidad (edición original de 1934), Ramiro de Maeztu añora y exalta el colonialismo español. Ha vivido cuatro años en Cuba, y escribe nostálgicamente en este libro: “cuando Cuba era colonia nuestra...”. El llamado desastre del 98 ha supuesto un trauma identitario para Maeztu y ha causado una herida en su orgullo patriótico. Refutando una cita del jurista mejicano Raúl Carrancá y Trujillo, Maeztu se rebela contra la idea de que “la independencia iberoamericana” suponga la “derrota política del tradicionalismo conservador, considerado como el enemigo de todo progreso”. 

Pío Baroja, por su parte, se muestra escéptico ante el colonialismo. En la novela El árbol de la ciencia (1911), refleja el enardecido ambiente de Madrid que precede a la declaración de guerra contra Estados Unidos, y las calles agitadas por manifestaciones patrióticas, llenas de alborozo popular, con bandas de música y todo. Testigo de estas escenas, el protagonista, Andrés Hurtado, manifiesta su desagrado ante “la cuestión de las guerras coloniales”. En cierto modo, este pasaje se parece al inicio de la novela de Céline Viaje al fin de la noche (1932), cuando se describe a los patriotas franceses desfilando exultantes por las calles de París y pidiendo a gritos ir de cabeza a una guerra terrible, que se convirtió en mundial.

¡Claro que hay una España colonial! Y, como Hernández y Fernández, yo aun diría más, ¡ha habido colonias españolas! Pero, actualmente, no se las quiere llamar así. Ahora, desde los grupos de ideas que le crean argumentos a Abascal, se insiste machaconamente en que llamar colonias a las posesiones españolas en América es un anacronismo, y que en realidad hay que llamarlas virreinatos, que es lo que realmente eran. Para defender esta idea, se pone mucho el ejemplo de Perú, cuya capital, precisamente, tiene una zona, Lima Monumental, declarada por la Unesco, en 1991, Patrimonio Cultural de la Humanidad debido a la importancia de ¡su arquitectura colonial!

A propósito de la formación de Perú, puede consultarse el libro de Frederick P. Bowser, profesor de Historia en la Universidad Standford, titulado El esclavo africano en el Perú colonial, 1524-1650 (ed. Siglo XXI, 1977). La historia de España es como el día del padre, se acaba harto de colonias. Al parecer, en España ha habido Colón sin haber colonias, como resulta que hubo Franco sin haber franquistas.

En un ciclo de conferencias que pronunció, en febrero de 1904, el jurista Eugenio Montero Ríos, que había presidido la comisión española que firmó el tratado de paz con Estados Unidos, tras la guerra de Cuba, el llamado Tratado de París (además de haber sido ministro de Gracia y Justicia, de Fomento, valedor del rey Amadeo, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, y más tarde Jefe de Gobierno), le dio a uno de los temas de dichas conferencias el título de 'América como país colonial'. Otro de los temas se titulaba 'Malestar de las colonias'. Nunca se las llamó de otra manera.

Cuando el actual ministro de Cultura, Ernest Urtasun, propone descolonizar el discurso de nuestros museos, la derecha responde que en España no hubo colonialismo, y mucho menos, colonias. Al mismo tiempo, Abascal se fotografía con libros de Ramiro de Maeztu donde se exalta el imperio colonial español. La guerra cultural es un juego de palabras, bajo las que se oculta una sola cosa: la ultraderecha. Por cierto, muy dada a concentrarse en la plaza de Colón.

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