La desesperanza siempre precede y anuncia a la derecha
No sabemos si finalmente habrá un pacto para formar gobierno alternativo a uno del PP o habrá nuevas elecciones. Si hay pacto no será “a la valenciana” sino “a la catalana”, en el último minuto. Todo es posible cuando unos quieren pactar con desesperación un gobierno y otros no quieren pero pueden verse forzados.
La situación puede explicarse con la sicología o con la física, son leyes de la inercia en la imaginación de los dirigentes de los partidos. El PP estaba sicológicamente preparado para el resultado de las pasadas elecciones, ni le cogió de sorpresa el resultado ni ahora se ve obligado a una frenada ni a reorientar el rumbo. Todo anunciaba que habría un cambio político y eso pasaba por que perdiese el gobierno, pero finalmente la fuerza que desencadenó una parte de la sociedad para desplazarlo fue muy justa, no la necesaria. Y por eso el PP sigue en funciones, sigue en equilibrio. Solo puede hacer lo que hace, esperar.
A pesar de ese resultado tan apurado, la obligación de los partidos de la oposición era intentarlo, ese es su oficio y para eso se les paga. La izquierda es quien tiene la responsabilidad de construir el gobierno, aunque deba pactar con otras fuerzas, pero no es capaz de ofrecer un proyecto de cambio porque llegó a las elecciones con una división a muerte y ahora no les está dando tiempo para frenar y hacer un viraje. A la izquierda la está venciendo las inercias de las fuerzas con que se lanzaron a las elecciones. La fuerza del PSOE fue conservar la posición de izquierda española hegemónica; la de Podemos, superar al PSOE de modo terminante. Por otro lado, IU aspiró angustiosamente a no desaparecer y las de las izquierdas de las nacionalidades, resistir la entrada de Podemos a través de marcas filiales.
El aparato tradicional del PSOE, bien por ambición particular de Susana Díaz o bien por miedo a Podemos, le ató los brazos a Sánchez y éste avanzó dando tumbos. Al limitarle las negociaciones con Podemos y prohibirle dialogar, nada menos, con partidos catalanes fundamentales, lo arrojó a un abrazo tan forzado como férreo con Ciudadanos, que habría sido innecesario, y que ahora le dificulta el diálogo para formar mayoría. Si había dudas bien razonables sobre el carácter de izquierda de un partido que evidenció una grave corrupción en el feudo andaluz el abrazo a Ciudadanos ya es demoledor.
Podemos por otra parte, poseído por la inercia de la campaña, protagonizó escenas que solo podían ser interpretadas como un ataque por los socialistas. El anuncio de Pablo Iglesias en el Palacio Real de su autoinvestidura como vicepresidente refleja esa dificultad de frenar la inercia y ya es un episodio para la memoria que retrata toda una cultura política. Las diferencias y el debate interno sobre qué hacer ante el dilema de apoyar algún tipo de gobierno o ir a elecciones lo resolvió su máximo dirigente expeditivamente a la vista de todo el mundo, el nuevo secretario de organización, Echenique, justificó así la destitución fulminante de su antecesor: “Es potestad del secretario general tomar esa decisión...” El modo en que se entiende el poder y como se han tomado las decisiones en ese partido está creando desconfianza en su propio electorado y eso reflejan las encuestas.
Si algo le ha aclarado al electorado esta temporada de entradas y salidas, llamadas y visitas, son los cálculos de cada partido y como sus intereses particulares han pesado en esas negociaciones, eso les va a costar votos y apoyos según la responsabilidad mayor o menor que hayan tenido en ese fracaso. Porque es un fracaso en toda regla: si hay unas nuevas elecciones es probable que traigan una mayoría del PP con Ciudadanos, es decir la continuidad, aunque matizada, de unas políticas indecentes. Y eso el electorado lo sabe.
Puede ser que el miedo al enfado de ese electorado obligue a un último intento, a la fuerza ahorcan. Pero si hay nuevas elecciones el panorama social y político que ya han creado es desolador, la desesperanza. La energía que consigue mover lo establecido es la esperanza de la gente, esa esperanza de cambio la han ahogado entre unos y otros.
La desesperanza y el desánimo social, la resignación, es el gran poder de la derecha, por eso agita y multiplica los errores de la izquierda con todos sus medios de comunicación, pero del fracaso de formar gobierno alternativo no tiene culpa un sonriente Rajoy sino unos líderes que no estuvieron a la altura.
Si no forman gobierno en los días que quedan ya pueden hacerse unas buenas autocríticas públicas y pedir perdón para que el electorado les otorgue una segunda oportunidad. Pero tendrán que esforzarse mucho no en culpar al competidor sino en imaginar y forjar una nueva esperanza, la única energía que mueve los cambios progresistas, y no es fácil levantar el ánimo en un mes.