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Los despojos del populismo

Los dirigentes de Vox, con Santiago Abascal, aplauden al público en el mitin de Vistalegre.

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Recuerdo un editorial en The Economist, de hará unos cinco años, en el que se preguntaban cómo era posible que el adjetivo “populista” tuviera sentido tanto para Podemos, que quiere ampliar los derechos de participación de los inmigrantes, como para Trump, que lo que amplió fue un muro que los condena a la miseria de la que huyen; tanto para Geert Wilders, que pretende eliminar del código penal el “delito de odio”, como para Jaroslaw Kaczynski, que apuesta por prohibir la expresión “campos polacos de exterminio”; tanto para Evo Morales, que otorgaría derechos a los cultivadores de coca, como para Rodrigo Duterte, que con respecto a los traficantes aboga más bien por la ejecución directa. A la lista de entonces se añadían el Brexit, Corbyn e incluso Pedro Sánchez, … ¿qué estrofa puede hacer rimar tanto verso suelto?

Una incógnita que se hizo carne, por así decir, también por esos días, cuando Enrique Peña Nieto, el entonces presidente de México, tuvo a bien aprovechar una comparecencia al alimón con Obama para vapulear alegremente al populismo. Para su estupefacción, Obama tomó uso de la palabra y defendió con vehemencia que él mismo se consideraba populista, y a mucha honra. Búsquenlo en Youtube, es divertidísimo… y muy ilustrativo.  

¿Y la academia? Les ahorraré las innumerables disquisiciones terminológicas, los bizantinos requiebros conceptuales, las elucubraciones sutilísimas: no hay acuerdo, eso es todo. Nadie sabe muy bien qué significa la expresión. No, al menos, más allá del peculiar sentido que cada uno le otorgue. Y, cuando un término se usa - ¡y vaya si este se usa! – sin que nadie sepa a ciencia cierta su significado, es evidente lo que ocurre: “populismo” no es ya un término teórico, sino político. Su sentido no consiste en describir, sino más bien en azuzar, en empujar, en movilizar, en convencer, en seducir, en persuadir y en enardecer. La pregunta “¿qué es el populismo?” no puede ya responderse, el mundo en el que la misma tenía un sentido ha pasado. Como un chispazo, en apenas unos años, pero ha pasado. La única pregunta que cabe hacerse ahora con respecto al vocablo es otra: “¿para qué sirve?”.

Y a la vista está. Sirve para marcar territorio. Inicialmente fue la respuesta – igualmente posicional, reactiva y en buena medida pueril – que los de dentro pergeñaron frente a la acusación de “casta”, “élite”, “establishment” o similar que les llovió a raíz de la crisis de 2008. Populistas eran los recién llegados. Todos, sin distinción de sexo, ideario, patria o condición. De Trump a Podemos, ahí es nada… como “casta” eran todos, de IU a Aznar. Algunos - Le Pen- llevaban más tiempo intentándolo, cierto, pero eso no cambia lo obvio: estaban dentro, pero a la vez fuera. Eran la penumbra, la otredad democrática, el mal. Los de dentro incluyeron en esa sombra a todos los nuevos. 

¿Qué fue el populismo? Aquí en España fue, en buena medida, el reverso tenebroso de la casta. Ambos términos no denotaban un conjunto de prácticas y conductas, únicos elementos susceptibles, al menos en la mejor tradición en derecho, de juicio moral. Lo que demarcaban eran sujetos colectivos, anclados ontológicamente en ciertas propiedades perversas. Bien y mal, Yin y Yang, noche y día, estigma y pureza, sombra y luz… lo que Ferlosio solía llamar el grado cero de la moral. 

Por descontado, tanto “casta” como “populismo” pueden pretender albergar – cuando no se esgrimen en el debate político con ánimo de zaherir, sino de deliberar -  cierto contenido descriptivo. Pero es dudoso que el mismo sobreviva ya a la orgía desatada por el furor de la estigmatización, una pulsión difícilmente controlable una vez liberada: el vocablo “populista” funciona con solo ser proferido, lo que permite que incluso los de dentro se lo arrojen entre ellos. El PSOE lo lanza contra el PP, el PP contra el PSOE, y todos contra el independentismo catalán… “populismo” ha mutado en un término-virus. Se expande sin remedio por el sistema político, infectándolo todo de antipolítica. Allá donde florece, la deliberación sucumbe. Un vocablo que nadie sabe definir, pero que se arroja urbi et orbe por todos y contra todos. Es obvio que carece ya de significado, y que lo único que queda en pie es su connotación peyorativa. La esencia de los insultos: ofender sin denotar. 

Antes de la crisis y de los recién llegados, “populismo” era – en el uso más extendido – algo parecido a demagogia. Señalaba cierta propensión a exaltar las bajas pasiones del electorado con ánimo electoralista. No había “populistas”, sino en todo caso dosis mayores o menores de populismo. Porque “populismo” era una característica de ciertas acciones en las que todos podían caer, y no un estigma de ciertos grupos políticos que los definía para siempre. Ese es el mundo al que deberíamos volver… pero a la vista está que no, y que lo está ocurriendo es lo contrario. De hecho ya ni siquiera pretenden convencernos, sino solo “movilizarnos”. E la nave va…

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