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La economía negra

Miguel Roig

En su número de verano la revista Alternativas Económicas dedica un dossier al género negro. La excusa es el vínculo entre la economía y la novela policial. El suplemento es vigoroso y no deja prácticamente áreas económicas sin comentar desde el prisma negro como así también un buen repaso global a la producción literaria actual, incluyendo al final un completo directorio de autores.

El trabajo es pertinente dado que la relación entre género negro y capitalismo es muy estrecha y compartida en el tiempo. Aunque están quienes –no sin razón– cifran la tragedia Edipo Rey como el primer policial, el origen es a través de Edgar Allan Poe y su detective Auguste Dupin. Para el escritor Ricardo Piglia con Edipo nace la investigación y con Poe aparece el detective privado. Así, entonces, se evidencia el hecho de que el género es coetáneo del capitalismo, que el dinero es una de sus máquinas centrales y que la novela policial tiene como fin, lo consiga o no, vender a un mercado. Otro detalle: el investigador privado se mueve al margen del Estado: resuelve los enigmas que se le escapan a este y aquellos que intenta ocultar y amparar el mismo Estado.

Uno de los autores clásicos más citados en Alternativas Económicas es Dashiell Hammett y, obviamente, su obra cumbre Cosecha Roja en la que se describe una trama barroca de corrupción y sangre en la ciudad de Personville a la que llaman Poisonville (ciudad veneno). Como explica Rosa Mora, autora de la mayoría de los artículos del dossier, el mérito de la novela de Hammett es que en ella no hay juicios de valor: el sentido lo construye el lector. Y he aquí uno de los méritos que el género aportó y el que podría ser su talón de Aquiles actual.

¿Puede el género policial construir sentido hoy sobre nuestra actual circunstancia o solo retiene su capacidad de generar ventas? El propio Piglia parece responder a esta pregunta cuando describe una secuencia en la cual el relato social se fue desplazando desde la novela al cine y del cine a series como House of Cards, The Wire o Los Soprano, y de estas a Facebook, Twitter y otras redes sociales.

La literatura se significa en tanto arte por su capacidad para crear sentido donde no lo hay y entablar una relación dialéctica con el lector. Cosecha Roja como así también la decena de novelas que Maj Sjöwal y Per Wahlöö escribieron entre 1965 y 1975 y en las que diseccionan críticamente a la socialdemocracia sueca, conforman el gran relato de un sistema y su lectura llena de preguntas cuyas respuestas hay que buscar fuera de los libros.

Los actuales textos del género negro están aferrados a la microeconomía ya que lo macro parece no tener relato y reflejan la realidad como en un juego de espejos. En ellos el lector no se transforma; se encuentra, se identifica en lo cotidiano de un mundo que le es ajeno, con lo cual, ese relato lo arropa. Quedan así, las novelas, a un paso de la autoayuda y a mucha distancia del arte que no cobija: perturba y moviliza.

Esta semana la revista The Economist ha puesto sobre la mesa un artículo en el cual, sin pelos en la lengua, habla del desempleo estructural como amenaza concreta, como un hecho más y no un pronóstico o una posibilidad. Al desempleo friccional, el que se produce entre el pasaje de un trabajo a otro; el cíclico, aquel que acentúan las crisis, se suma con peso específico, el estructural que incluye a todas las personas que son y serán excluidas de forma permanente del mercado de trabajo. Un ejercito de zombies, de muertos vivientes sociales sin destino. En El Confidencial, el experto financiero S. McCoy, aporta datos y argumentos específicos sobre esta situación en España, los cuales permiten concluir que gran parte del empleo destruido ya no se recuperará.

¿Qué relato es capaz de abordar esto y convertirlo en un instrumento movilizador?

Siguiendo la visión de Piglia se podría ir a Twitter y, por ejemplo, y leer, entre otras, las entradas de Podemos, quienes en 140 caracteres transforman estos datos en pequeñas piezas que ocupan el vacío de los grandes relatos.

En el documental Inside Job –que analiza la crisis desde sus orígenes y pone como inicio de la misma el año 1981 cuando Ronald Reagan nombra como secretario del Tesoro a Donald Regan y da comienzo a la desregularización– es entrevistado Andrew Sheng, titular de la autoridad bancaria china. Sheng declara: “Los físicos y los matemáticos dejaron de desarrollar nuevas tecnologías para la guerra fría y ahora trabajan para aplicarla en los mercados financieros: crean armas financieras”. El multimillonario Warren Buffet las llama armas de destrucción masiva. Andrew Sheng también opina que en los mercados no se busca otra cosa que obtener enormes ganancias privadas con pérdidas públicas. Atendiendo estas definiciones, hemos pasado de la Guerra Fría a una suerte de Ciberguerra donde las armas, las que describe Sheng, son invisibles. Tanto que ningún relato las alcanza a exponer salvo el documental.

La pequeña Poinsonville de Hammett ha mutado hoy en un planeta capaz de trasladar a la clase trabajadora a los países asiáticos, agolpar inmigrantes en las puertas de países en los que del otro lado de la valla se reúnen los restos de la clase media desempleada y surcado por infinitas autovías de información que trasladan el dinero líquido de un sitio a otro.

Esta novela no está escrita aún y carece, incluso, de género. Solo aparecen líneas perdidas. Como en la película Mátalos suavemente en la que Brad Pitt que interpreta a un sicario define así su tierra: “Esto no es un país, es un negocio”. O Jeremy Irons, en la piel de Richard Fuld, el presidente de Lermahn Brothers­ que llevó el banco a la quiebra e inició la actual crisis, quien al final del film Margin Call dice: “Este desastre nos va a dar mucho dinero”.

Cada sentencia cabe en un tweet y encierra un gran relato. Negro.

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