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Así escribes, así amas

Los lingüistas forenses construyen el perfil de una persona observando su acento, su vocabulario, sus expresiones, sus faltas de ortografía, sus insistencias, sus carencias.

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Llevo meses releyendo mails de antiguos novios. Apunto el número de veces que usan pronombres posesivos. Anoto si terminan los mensajes con punto final o los dejan a la buena de dios. Me fijo en su querencia por frases independientes o subordinadas. Estoy investigando. Porque creo que la forma de escribir podría reflejar la forma de amar.

Empecé a pensarlo el día que conocí a Sheila Queralt. Esta doctora en Ciencias del Lenguaje me habló de algo que ni siquiera habíamos oído nombrar: la lingüística forense. ¿Eh? ¿Puntos y comas destripados en una camilla? ¿El latín, abierto en canal, para averiguar de qué murió?

Nada de eso.

La doctora Queralt (así la llaman en los juicios y las investigaciones) me explicó que podían descubrir al autor de un crimen o al amante secreto de alguien viendo los rastros que dejamos en los textos y en los mensajes de voz.

Los lingüistas forenses construyen el perfil de una persona observando su acento, su vocabulario, sus expresiones, sus faltas de ortografía, sus insistencias, sus carencias. Y entonces pensé: si unos mails y unos tuits delatan tu edad, tu origen y tu nivel cultural, ¿por qué no van a mostrar tu forma de amar?

Es cuestión de afinar el algoritmo. Consiste en leer lo que dicen las palabras y los signos de puntuación aparte del relato con el que te entretienen. Tratar las palabras y los signos como huellas. Y hasta ahí, ¿eh? Nada que ver con esos apuntes de grafología que dicen que los que escriben la g con el rabito corto son unos inhibidos sexuales y los que escriben la g con un palo que pisa el renglón de abajo ven mucha pornografía. Nah... Nada de eso.

Empecé a buscar alguna referencia y di con un ensayo de Ortega y Gasset que me hizo pensar que no iba muy despistada. En 1925 escribió: “Yo diría que el amor, más que un poder elemental, parece un género literario”. Incluso habló de “calorías sentimentales”, pero ese asunto, que lo miren los nutricionistas.

También recurrí a un clásico: El arte de amar, de Eric Fromm. Y leí algo revelador: el amor no es solo un sentir. Es una actividad y una actitud. El amor es algo que se trabaja y se construye. Y entonces pensé: pues seguro que también se escribe.

En el libro de la doctora Queralt Atrapados por la lengua, aprendí que en los saludos y las despedidas se nos ve el plumero. Los lingüistas forenses lo llaman “rasgo idiosincrático de cada autor”. Y sospecho que ahí se puede ver la “temperatura sentimental” de un amante (este concepto térmico también lo he pillado de Ortega y Gasset).

No es lo mismo un “Hola, María Mercedes” que una chorrera de esas de cariñitos y adjetivos en almíbar que se dicen en privado. Tampoco es lo mismo un “Besos”, que ya es una respuesta automática de Gmail, que una despedida currada para cada mensaje.

Vi que uno de mis exnovios escribía los signos de apertura de la interrogación y la exclamación, y caí en que era un tipo al que le gustaban las normas y las cosas en su sitio. Aunque puede que lo hiciera porque era un detallista. Mmm... ¿o un puntilloso?

Busqué frases en mayúsculas y acabadas en un desparrame de signos de puntuación para ver si alguno tenía mal genio: “POR QUÉ DICES ESO?????”. Miré si marcaban en negrita o usaban un tamaño de letra más grande para esas frases. Eso sería la prueba de un mal genio terrible.

Me dio también por fijarme en las figuras literarias que utilizaban en sus textos porque quería saber si había algún paralelismo con su modo de amar.

Uno de ellos usaba hipérboles hasta hartarse. ¡¡¡¡¡¡Y qué verjas de exclamaciones montaba el tío!!!!!! En tanto signo se veía una necesidad inmensa de gesticular. Intenté recordar si era un dramático y un teatrero; si era un exagerado sentimental.

Pensé en la repetición, una figura preciosa si se utiliza tan bien como lo hace Isaac Rosa: Cansado de estar cansado de estar cansado. Pero la repetición, cuando no es asunto literario, es el síntoma de pesao. Y eso, en los rankings de novios, quita estrellas.

Vi que otro iba de eufemismo en eufemismo. Hice memoria para ver si podía atribuirlo a la cobardía o los remilgos. Intenté recordar si actuaba de forma directa o daba muchos rodeos. No me parece una locura pensar que el que habla a las claras actúa a las claras y el que envuelve lo que dice en palabras suaves va por la vida de refilón.

Pero quizá lo mejor de todo es una pista que me dio la doctora Queralt: los lingüistas forenses pueden descubrir a imitadores, usurpadores y camuflados. Muchas personas escriben para ocultar su identidad y aparentar ser otros. A lo mejor uno va de romántico por la vida y, rebuscando entre líneas y emojis, descubres que es un narcisista peligroso. Eso se ve en sus incoherencias, en las palabras mal usadas, en las imposturas (no, nene, no. No escribas la muletilla “en plan” veinte veces, porque eso no te hace más joven, te hace insoportable).

Y llegados a este punto, me asaltó una frase de Ortega y Gasset. “El amor es un hecho poco frecuente y un sentimiento que solo ciertas almas pueden llegar a sentir; en rigor, un talento específico que algunos seres poseen”. A ver si va a ser verdad que amar y escribir son dos talentos reservados a unos pocos. Ni todos valen para amar y mucho menos para demostrarlo en su escritura.

Aturdida, desconcertada, acudí a un sabio de la altura de Ludwig Wittgenstein. Filósofo. Matemático. Lingüista. Lógico. Y superviviente de dos guerras mundiales. Seguro que este hombre tuvo que llegar a una buena conclusión en su famoso Tractatus logico-philosophicus.

Y efectivamente, después de un aluvión de pensamientos sesudísimos sobre la filosofía del lenguaje, en la última línea del libro, zanja la cuestión: “De lo que no se puede hablar hay que callar”. Que llevado a la lingüística forense, me atrevería a traducir en: “Por la boca muere el pez”. Y trasladado a nuestro asunto: “Hechos son amores y no buenas razones”.

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