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España 2050: el futuro no es lo que era; el pasado, tampoco

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, después de intervenir en la presentación del proyecto España 2050, en el Auditorio del Museo Nacional Reina Sofía, a 20 de mayo de 2021, en Madrid (España).

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El primer libro que traduje, cuando era estudiante, se titulaba Los próximos 10.000 años: el futuro del hombre en el Universo, prospectiva grandiosa de Adrian Berry, pero que me marcó en mis impulsos, siendo la prospectiva no una ciencia adivinatoria, en el sentido ciceroniano, sino de acción. En este sentido, España 2050, impulsado desde la Oficina de Nacional de Prospectiva y Estrategia, en la Moncloa, es loable, especialmente en un país poco dado a pensar el futuro, en su futuro, enzarzado en debates sobre su pasado. No obstante, la prospectiva ha anidado en la Moncloa, desde tiempos de Adolfo Suárez. Y sobre todo desde que en 1990 se creó en el Gabinete de la Presidencia del Gobierno el Departamento de Estudios, para pensar el cambio de mundo con el fin, entonces en curso, de la Guerra Fría, y la posición proactiva de España en él. Lo dirigió Carlos Alonso Zaldívar, una mente creativa y con agudo sentido político, y posteriormente el que escribe (que volvió a dirigirlo en la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero aunque la crisis que se desató en septiembre de 2008 lo devoró todo). Estamos ante un momento similar al del 1990, con un cambio de mundo y la necesidad de pensar en escenarios de futuro, técnica muy desarrollada en Francia que pude aprender en unos cursos dirigidos en “Futuribles”, por Hugues de Jouvenel, hijo del politólogo autor de El arte de la conjetura. Y de ese arte estamos hablando.

Si traigo esto a colación es porque antes de pasar a calibrar el ejercicio de inteligencia colectiva a 30 años vista que ha supuesto este España 2050, conviene pensar, para ganar perspectiva (prospectiva inversa), dónde estábamos hace 30 años en 1990 para ver importantes factores de cambio no previstos (el informe recoge bien cómo ha cambiado España). Entonces, Internet estaba en sus inicios. La telefonía móvil, aunque introducida en 1976, realmente no empezó en España en su versión GSM y popular hasta 1995, y los teléfonos inteligentes, los smartphones, no nacieron con el iPhone hasta 2007, con el poder transformativo que han supuesto junto a las redes sociales, la digitalización y la nueva etapa de la inteligencia artificial, que está solo en sus comienzos. La tecnología CRISPR para la edición genética -la gran revolución que viene y en la que no entra España 2050, pese a los enormes cambios revolucionarios (desiguales) que va a suponer- realmente no se empezó a aplicar hasta 2007. La biotecnología va a ser la gran revolución de estos próximos años (ya se está viendo con las vacunas), y solo se cita una vez en el informe. Y hace 30 años pocos hablaban del auge de China, uno de los fenómenos que cambia la geopolítica, la geotecnología y la geoeconomía del mundo, al que se presta escasa, por no decir nula, atención. Y sin embargo, nos afecta. Puede que lleguemos a la semana de 32 horas por falta de trabajo. Pero ¿con los chinos trabajando 80 seis días por semana?

Todo esto para decir que en 30 años la cantidad de imprevistos son numerosos, como es natural, aún más en una época de aceleración. No bastan las tendencias. Como decía un prospectivista, “A trend is trend. The question is will it bend?” (Una tendencia es una tendencia. La cuestión es ¿se curvará?) El ejercicio en muchos aspectos se sitúa realmente en el horizonte de 2030 con 50 propuestas concretas sensatas y necesarias de políticas a aplicar, pero ya, sin esperar al futuro. En este sentido el Plan de Recuperación, Resiliencia y Transformación ya es un ejercicio prospectivo, porque Europa, sobre cuyos fondos se basa, es una construcción esencialmente prospectiva. Todo lo que está en España 2050, debe estar, pero faltan cosas importantes. Por ejemplo, prospectiva sobre la evolución de la cuestión territorial/constitucional española, y en general sobre la evolución de la democracia, la general y la nuestra. ¿O nos creemos que no va a cambiar?

Hay algunos elementos que se proyectan hacia el futuro, pero que ya están en el presente. Por ejemplo, el impacto de la revolución tecnológica en el empleo, que sí se admite. Incluso si la tecnología siempre ha acabado creando más empleo -una conjetura para este nuevo futuro-, los que ya están perdiendo sus empleos con la digitalización y automatización -véase lo que está pasando en la banca española, que no se debe solo a un exceso de sucursales- no están preparados para las nuevas oportunidades. Estamos ya en un problema de transición. El propio informe señala que España está entre los países de la OCDE más necesitados de recualificación de sus trabajadores (y a este respecto, el Plan Nacional de Competencias Digitales va en la buena dirección). Puestos a comparaciones históricas, la revolución industrial en Inglaterra, donde empezó, tardó 70 años en favorecer al conjunto de la población, generando, entretanto, mucho sufrimiento. Esto ya lo hemos tratado en otras ocasiones señalando que está impulsando la desaparición de las clases medias, con consecuencias sobre la democracia (véase el caso de Trump que se apoyó en este factor).

España 2050, pese a sus lagunas, es un buen principio. En él han participado gentes muy competentes, aunque quizás, para realmente sacar partido de esta inteligencia colectiva, hace falta trabajar menos en silos y más en visiones transversales (lo que llevaría a consideraciones, por ejemplo, sobre cómo la digitalización puede generar más carbonización si no se siguen las políticas adecuadas, o sobre la influencia de la geopolítica en la economía). Abrir el ejercicio a un diálogo más amplio, como ha propuesto Pedro Sánchez, puede ser muy positivo. Estamos ante un cambio de mundo, y debemos volver a pensar cómo España ha de actuar para resolver sus problemas ante él y salir reforzada y mejorada. Quizás, esto que no se podía hacer en 1990 por falta de think tanks, se pueda ahora hacer también fuera de las estructuras, a menudo distorsionadoras, del Gobierno. Pues en esto, afortunadamente, España también ha cambiado.

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