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La España vaciada, más allá de una moda

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En los últimos tiempos, la despoblación se ha puesto de moda. Es difícil abrir un periódico o una revista, o escuchar una tertulia, y no encontrarse alguna referencia a la pérdida de población de algunos territorios. Los municipios de la España interior, tan olvidados en las últimas décadas, ahora centran nuestra atención. Desde hace un par de años, una mayoría de la población acaba de descubrir con cierta sorpresa que los pueblos donde nacieron nuestros padres o nuestros abuelos se están quedando sin gente. Aquellos lugares donde pasaban una o dos semanas del verano de su infancia están dejando de existir. 

Es cierto que la pandemia también ha permitido dirigir nuestra mirada hacia ellos. En un tiempo en el cual la distancia social es un valor, hemos visto que hay un amplio territorio de nuestro país donde la gente vive muy distanciada entre sí. De hecho, encontrarse con alguien por la calle puede resultar muy improbable durante el invierno. Como decía al principio, la despoblación se ha puesto de moda.

Y cuando se habla mucho de algo, no solo aparecen las posibles soluciones, sino que también emergen los oportunistas. Si en España hay millones de entrenadores de fútbol, ahora también nos encontramos con un amplio número de personas que saben cómo acabar con la despoblación. Se organizan seminarios, brotan los gurús, las consultoras mandan propuestas para hacer informes… Así, se va generando una gran cantidad de papel que, en el mejor de los casos, es la lista a los Reyes Magos. En otras ocasiones no deja de ser un copia y pega de lugares comunes y obviedades. 

Por ello, se está haciendo cada vez más necesario un debate público serio y sosegado, fundamentado en argumentos rigurosos. La primera cuestión a resolver es: ¿dónde radica el problema con la despoblación? Porque tan preocupante es una zona sin gente como un espacio superpoblado. De hecho, la alta densidad de población también merece una atención sosegada. Por lo tanto, la dificultad radica en los extremos. 

La siguiente pregunta que emerge es: ¿qué buscamos: que viva más gente en estas zonas o que tengan calidad de vida? Desde luego que, dependiendo de lo que persigamos, las medidas a adoptar cambian. De hecho, algunas personas, con toda su buena intención, acaban proponiendo soluciones que muchas veces tienen el efecto contrario al esperado. Vayamos por partes. 

Si lo que perseguimos es que la gente de los pequeños municipios viva mejor, habrá que proveerles de servicios públicos de calidad. Así, la educación, la sanidad o la atención a la dependencia deben estar lo más cercanas posibles y con una calidad similar a la de las grandes poblaciones. Esto significa que en lugares como Aragón se mantienen abiertas escuelas con tres alumnos, con todo el debate que ello conlleva. Pero si los padres están de acuerdo, los niños disfrutan de una escuela rural en su pueblo en el momento en que haya un total de tres alumnos. Para la Administración estamos hablando de un esfuerzo presupuestario enorme. 

El problema que nos encontramos es que en muchas ocasiones los puestos de trabajo, especialmente los más cualificados, no acaban de cubrirse. Así, los médicos suelen vivir en las capitales de la región y se desplazan diariamente a los centros de salud y hospitales de todo el territorio. Y en el momento en que logran una plaza en la capital, dejan de prestar el servicio en el pequeño municipio. De hecho, hay ocasiones en que un profesional cualificado prefiere trabajos más precarios y peor remunerados a tener que desplazarse diariamente a las zonas despobladas. Y esto sucede tanto con los servicios públicos como con las empresas privadas. Por lo tanto, unas buenas comunicaciones (autovía, tren...) permiten acercar a las personas cualificadas a las pequeñas poblaciones. Pero no para que vivan en ellas, sino para que trabajen. Dicho en otras palabras: las infraestructuras proporcionan mejores prestaciones de servicios, una cuestión que no es nada menor, pero no asientan población.

Esta última idea, un tanto provocadora, merece un ejemplo. En Calatayud (Zaragoza), una ciudad con una población de 20.000 habitantes en estos momentos, hace años que disfrutan de un AVE y una autovía. En los últimos 10 años han perdido casi 1.900 habitantes. En cambio, en Alcañiz (Teruel) no disfrutamos de ninguna de las grandes infraestructuras. Cuenta en estos momentos con poco más de 16.000 habitantes. En el mismo periodo de tiempo que Calatayud hemos perdido poco más de 200 habitantes. La diferencia en términos de despoblación es notable. 

Tal y como señalan todos los estudios académicos, la llegada de las grandes infraestructuras contribuye a que los profesionales cualificados, con mejores salarios que la media, opten por vivir en las grandes ciudades y puedan desplazarse cómodamente a trabajar a los núcleos más rurales. Así, el efecto de una autovía o de un AVE es la mejora de los servicios públicos (médicos, profesores, maestros…), pero no el aumento de población. 

Si lo que queremos es que la gente viva en los pequeños pueblos, además de prestar unos buenos servicios públicos e invertir en cuestiones como la conectividad, que permite trabajar a una gran distancia, debemos trabajar en el medio plazo para cambiar algunos valores de nuestra sociedad. Las personas que optamos por el medio rural valoramos con una mayor intensidad la naturaleza, el aire libre, la calidad de vida... Es decir, buscamos en nuestra vida todo aquello que ofrece un espacio con baja densidad de población, especialmente en nuestro tiempo de ocio. Y esto tiene mucho que ver con estilos de vida. Se trataría, por lo tanto, de cambiar nuestra cultura, algo que exige de mucho tiempo y que no observaremos de forma inmediata. 

Y entre los grupos sociales que más necesita la España interior se encuentran aquellos que atesoran el talento y la formación. Son estos profesionales los más preciados. Ellos no solo contribuyen a mejorar los servicios públicos. Además, si alguna empresa puede estar pensando en instalarse en una zona despoblada, sabe que podrá contar con personal cualificado. Pero no se trata solo de eso: es este grupo de personas el que más emprende, el que más ideas tiene y quien mejor puede desarrollar un proyecto económico. 

Por lo tanto, el combate de la despoblación, entendido como un esfuerzo por aumentar el número de habitantes de un territorio, necesita de políticas a medio y largo plazo donde se transformen algunos de los valores de nuestra sociedad. Pero si no cambiamos nuestros valores y nuestra cultura, el aumento de población será muy difícil. El resto de las recetas podrán mejorar más o menos nuestros servicios públicos, aunque se sigan prestando por personas que viven en las grandes urbes. Y por estas razones, el debate es mucho más complejo de lo que algunos plantean.

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