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La nueva dimensión del debate territorial

Las Cortes de Aragón.

Ignacio Urquizu

La entrada de Teruel Existe en la política nacional con un diputado en el Congreso y dos senadores ha sido una noticia destacada en casi todos los medios de comunicación. Se ha presentado esta novedad como el grito de la España vaciada y olvidada. Una España rural que se viene presentando como un territorio sin servicios públicos y con falta de infraestructuras. La descripción más común, de hecho, se aproxima mucho a la que realiza Sergio del Molino en su libro “La España Vacía”. Es un relato muy similar al que viene elaborando Teruel Existe desde hace veinte años. Así, el pasado de nuestra provincia aparece como un tiempo idílico donde había habitantes, frente a un presente despoblado. El segundo ingrediente de su discurso es el pesimismo: la España interior no tiene futuro. Y el tercer elemento que completa su alegato es asociar la solución a las infraestructuras: nuestro oscuro futuro sólo tendrá solución si construimos autovías y AVEs.

El grito de socorro de la España vaciada es una nueva dimensión en nuestro debate territorial que tiene consecuencias profundas para el funcionamiento de nuestra democracia. Hasta la fecha, la identidad es lo que ha vertebrado nuestro debate público. Los nacionalistas vascos, catalanes o gallegos han venido defendiendo estas décadas un modelo de sociedad circunscrito a un espacio público propio. Una historia común, la lengua o la cultura serían los rasgos que definirían la comunidad nacionalista. Fruto de estos rasgos, los nacionalistas han construido un conjunto de reivindicaciones políticas que han ido desde más autonomía hasta el independentismo. Las reivindicaciones territoriales han venido siendo políticas sobre cómo organizar el Estado. Por lo tanto, hemos asistido estas décadas a un debate político que hablaba de política.

Pero el surgimiento de fenómenos como Teruel Existe ya no tienen nada que ver con las convicciones, los valores o las ideas. Lo que ponen sobre la mesa ni siquiera es un modelo de sociedad. De hecho, como sus portavoces han expresado, siempre garantizarían la gobernabilidad del partido mayoritario indistintamente de su ideología. Para este apoyo, las reivindicaciones que introducen en la agenda son, principalmente, sobre comunicaciones, mostrándose herederos del cantonalismo más tradicional. Esto implica una jibarización del debate democrático. Los grandes ideales y las políticas públicas desaparecen de la deliberación, para dar paso a una discusión sobre autovías, estaciones de trenes o vías ferroviarias.

De hecho, este fenómeno no es nuevo en democracia. En Estados Unidos se conoce como “pork barrel”. Básicamente, consiste en utilizar el dinero público en determinados distritos muy representativos con fines electorales. Así, el criterio para la inversión no sería la redistribución, la eficiencia o el interés general, sino utilizar los votos de la ciudadanía como moneda de cambio para conseguir más inversiones públicas.

El segundo aspecto que define a esta nueva dimensión territorial es la irresponsabilidad. Si algo caracteriza a la democracia es que los representantes políticos son responsables ante la ciudadanía. Es decir, los electores premian o castigan a los partidos en función a sus acciones. Pero cuando alguien se presenta a unos comicios sin aspiraciones de ser gobierno, sino con el objetivo de pactar sus apoyos electorales a cambio de inversiones, su responsabilidad política se diluye. La estrategia de estos grupos políticos siempre será considerarse autor de los buenos resultados y culpar a los demás de los fracasos. Es decir, si al final se hace una carretera o se compra un tren será gracias a ellos. Pero en la medida que no asumen la gestión de sus demandas, si esa autovía no se ejecuta o ese tren no llega, será imputado a los demás. Es una táctica ganadora siempre y que sitúa la responsabilidad de las decepciones en el resto de representantes políticos. De hecho, puesto que el relato más propicio para este tipo de formaciones es el de David contra Goliat, la verosimilitud de esta estrategia es enorme: ¿Cómo culpar a un simple diputado de que las cosas no vayan bien? De hecho, entre sus opciones no está la de entrar en los gobiernos, sino sólo facilitar la gobernabilidad al margen de las ideologías.

El tercer problema que puede presentar este fenómeno es su éxito. ¿Qué sucederá si se demuestra que tener un diputado representando a la provincia genera inversiones? El efecto imitación es una tentación. Plataformas como Soria Ya, Viriatos Plataforma Ciudadana (Zamora) o Cuenca Ahora se pueden plantear seguir los pasos de Teruel Existe. Si el grupo mixto en el Congreso de los Diputados puede alcanzar esta legislatura los diez grupos políticos, en un futuro no muy lejano esta cifra nos parecerá pequeña. Y si desbloquear la actual situación política es complejo, imaginemos con muchos más diputados “independientes” cuyo único objetivo es influir en los presupuestos generales del Estado. La ingobernabilidad será la tónica general de nuestra democracia, algo que generaría una enorme inestabilidad e impediría progresar como país.

En definitiva, es cierto que en medio de un estado de ánimo de desafección y alejamiento de la política tradicional, el surgimiento de una plataforma ciudadana en una provincia humilde como es Teruel, ha generado una ola de adhesiones. Muchos han visto en este movimiento la revuelta de los “olvidados” frente a los “privilegiados” de las grandes ciudades. Pero al margen de que este relato exige de muchos matices, porque ni la España interior ha estado tan abandonada ni en las grandes urbes están exentos de problemas importantes, las consecuencias que puede tener para nuestro sistema político debería preocuparnos. La democracia se define por los ideales que se debaten, la responsabilidad y la gobernanza. Todos estos fundamentos se pueden poner en cuestión en el momento que el objeto de discusión se reduce a intercambiar apoyos a cambio de inversiones. La democracia, por lo tanto, se reduce a beneficiar a aquellos que son capaces de construir una coalición de electores que son capaces de condicionar la gobernabilidad. Este comportamiento no es novedoso ni en nuestro país ni en otras democracias. La experiencia nos dice que la democracia se debilita. Por ello, debemos mostrar una mayor prudencia ante la nueva dimensión de nuestro debate territorial. Si la nueva política ha resultado ser muy antigua en muchos aspectos, es probable que el nuevo debate territorial nos acabe devolviendo a fenómenos tan pretéritos como el cantonalismo. Casi todo ha sucedido antes.

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