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Eyacular en el patio

Resolución judicial denegatoria del nombre Hazia
5 de noviembre de 2022 22:55 h

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Los hijos comienzan amando a sus padres; al volverse mayores los juzgan; a veces los perdonan.

Oscar Wilde

Una jueza francesa ha prohibido a unos padres inscribir a su hijo con el muy común nombre de Pierre (Pedro) con toda la razón del mundo. Los buenos señores se apellidan Tombale y en francés, pierre tombale es lápida. Unos padres con dos dedos de frente no deberían ni en broma querer eso para uno de sus retoños, pero parece que sí, que o no repararon o les daba exactamente igual lo que el futuro le fuera a deparar a su hijo con tal nombre y no sólo en la noche de Halloween.

Esa misma circunstancia se ha reproducido estos días en el País Vasco con la magistrada que ha denegado la inscripción de una niña con el nombre de Hazia, con base a la norma de la ley, que impide inscribir a los niños con nombres que tengan connotaciones negativas o que atenten contra la dignidad de los menores. En el Labayru Hiztegia aparece la siguiente entrada: “Hazia isuri edo Hazia bota: adj. lok. ad. dau. Eyacular”. Me imagino a los crueles compañeritos, dentro de unos años, gritándole en el patio de la ikastola a la niña, en un imaginativo cruce del euskera y el castellano: ¡Hazia, bota!, ¡Hazia, bota! El mero hecho de que exista esa posibilidad, de que a mí o a cualquiera se le ocurra con cierta facilidad, refrenda la aplicación de la legalidad realizado por la magistrada vitoriana. El superior interés del menor no es una frase hecha sino un concepto legal de prioritaria aplicación.

No es mi intención comentar mucho más una resolución que, o bien sería prevaricadora -gratuita, injusta, sin motivación en la ley-, que desde luego no lo parece, o bien es legal y lo que queda es recurrirla ante la Dirección General de Registros y Notariado. No, lo que a mi me llama la atención de esta movida en la que se han visto implicados diarios de solera, la Euskaltzaindia (Real Academia de la Lengua Vasca) y múltiples políticos y particulares en redes, son las cuestiones sociales que pueden extraerse, ninguna demasiado halagüeña.

La primera de ellas es la convicción que parece generalizada de que la voluntad es fuente de legalidad. Esta destructiva idea es centro ahora mismo hasta en el Congreso de grandes polémicas. De lo leído sobre la pretendida niña Lefa -llamémosla así para entender el alcance de lo que piden- me parece extraer la generalización de una idea patrimonial de los hijos que pretendidamente coloca la mera volición de los progenitores por encima de cualquier otra disposición. Esto no afecta sólo a la elección del nombre, como en este caso, sino a la voluntad de que a tus hijos no les enseñen en la escuela lo que a ti no te interesa; lo que estamos viendo con los terraplanistas, creacionistas estadounidenses y con la ultraderecha respecto a la educación sexual en España. Esto es tan antiguo como los romanos, ya saben, el esclavo era patrimonio del paterfamilias. El Estado de derecho nos impide tratar a los hijos peor que a esclavos y protege a ciudadanos aún indefensos de las veleidades de quienes biológicamente les han traído al mundo sin que por ello devengan propiedad de los mismos, como si fueran mascotas. Un nombre puede destrozarte la infancia y, con la infancia, la psique. No hace falta ser un lince para saberlo. El Estado de derecho nos protege de nuestros propios padres y hasta de nosotros mismos, impidiéndonos aceptar la esclavitud, la mutilación y otras tantas cuestiones que afectan a nuestra dignidad.

Esto nos lleva a la segunda cuestión, a la pregunta obligada: ¿qué buscan estos padres eligiendo nombres imposibles paras sus vástagos? Hemos pasado de imponer los incómodos nombres del santoral, incluido el martirologio romano, -Cristóforo, Cojoncio- o los castellanos nombres godos de los padrinos -Eduvigis, Gertrudis- a ponerles a los críos nombres de artistas o de personajes de series televisivas. Hasta para eso es permisiva la norma de inscripción española, pero tiene límites. La antroponimia de los tiempos modernos es muy poco inspiradora. ¿Por qué quiere un padre ponerle a su hijo Messi o Khaleesi, Arya o Daenerys? Todos se han aceptado. La ramplona épica de la época parece no entender que esos nombres acompañarán a una persona toda su vida o hasta que hartos de ellos decidan cambiárselos en el Registro alegando, cómo no, los inconvenientes derivados de tales caprichos. Habría que explorar esas ansias de pretendida exclusividad para ellos o para sus retoños que parecen acompañar a estas insensatas decisiones. Ha habido intentos de registrar a un niño como Satán u O’Donnell y a niñas como Luba (guante, en gallego), Mandarina, Autonomía y Río. ¿Por qué no Tortilla, que es tan patriótico? A lo mejor la existencia de cientos de páginas dedicadas a proponer 'nombres originales' nos den una pista antropológica de los devenires del narcisismo social. Pero ¿y los hijos?

La tercera cuestión que llama la atención es lo fácil que es convertir en agravio identitario cualquier cosa. La Academia de la Lengua Vasca ha ofrecido un informe a los familiares de la espero que imposible Hazia para su recurso. En medios bien tradicionales se ha presentado el caso como una imposición de odio a lo vasco, como si en euskera no existieran, como en todas las lenguas, nombres propios y nombres comunes y como si por ser una lengua difícil pudiera predicarse que es posible usar para las personas cualquiera que suene exótico. He mostrado muchas veces el cariño que le tengo a esa lengua de mis antepasados, pero precisamente por ello soy consciente de la larga lista de nombres de persona que ya tiene el euskera. Nadie ataca ni a la lengua ni a sus hablantes, pero hasta los catalanes han hecho del asunto de Lefa (perdón, de Hazia) un tema identitario.

No se puede olvidar tampoco la campaña emprendida contra la magistrada del Registro Civil de Vitoria que, hasta donde se ha publicado, ha cumplido con la norma y que no “se impone a la voluntad de los padres y decide que Hazia se llame finalmente Zia”, como se ha titulado en Vitoria, sino que dio los días preceptivos a los progenitores para elegir otro nombre y ante la negativa de estos hizo lo que la ley le exige. Recursos y no linchamientos es lo que necesitamos. La libertad en una democracia no consiste en la preeminencia absoluta de la voluntad de cada uno de los ciudadanos, sino en la elección soberana de estos dentro de los márgenes establecidos por la ley. Y esas líneas rojas, también la de la prohibición de inscripción de ciertos nombres, siempre tienen detrás razones fundadas, aunque cada vez más ignaros las desconozcan o las atropellen.

Los hijos perdonan a los padres, pero sólo a veces.  

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