Bien jugado, Feijóo tiene en sus manos cumplir el sueño de Jose María Aznar: hacer del PP un partido de centro. Paradojas de la geometría, para conseguirlo no necesita moderar sus posturas, por más que algunas sean aún más extremistas que las del expresidente. Y es que el centro de un tablero es un punto relativo, que depende de dónde se coloquen sus extremos. Cuando Podemos, en 2015, entró en tromba al Congreso, desplazó el eje de la política y colocó al PSOE en el centro hasta llevarlo al Gobierno. Ciudadanos fue, como pudimos observar más adelante, el intento de algunos sectores conservadores de volver a equilibrar el tablero a su favor. Hoy el crecimiento de Vox, junto al desvanecimiento de Sumar, está volviendo a desplazar el centro de gravedad del arco político hacia el espacio que ocupa, incidentalmente, en PP.
Bien jugado, Feijóo podría utilizar esa posición para convertirse en el único partido con suficiente cintura política como para negociar a izquierda y derecha y así garantizar la estabilidad y un consenso de país. Algunas señales ya apuntan a esa posibilidad. Por ejemplo: Rodríguez Ibarra acaba de pedir que el PSOE se abstenga en Extremadura para facilitar la investidura del PP y cerrar así la puerta a la extrema derecha.
Bien jugado, Guardiola podría aceptar esa oferta, que con toda seguridad le iba a salir más barata que lo que sea que exija Vox, y jugar después en el parlamento a la geometría variable. Si no le va muy bien, podría volver a convocar elecciones en 2027 junto al resto de autonomías desde esa posición de centro consolidado.
Si Feijóo supiera llegar a las generales con gobiernos pactados con el PSOE y con Vox, podría poner a Pedro Sánchez en una situación muy complicada. El presidente fía gran parte de su estrategia electoral a ser el dique que nos protege de la extrema derecha. Alzarse como el protector de los derechos más elementales de la mayoría de personas –por ejemplo, las mujeres o el colectivo LGTBIQ+– produce un montón de votos de los que no se quedan nunca en casa.
Pero a Feijóo no le gusta jugar. Y algo me dice que no lo hará bien. Más bien, creo que seguirá los pasos de otro líder que también pensaba que la Historia le debía algo y que no se tenía que dedicar a estas chanzas: Albert Rivera.
Tras las elecciones autonómicas de 2019 Ciudadanos se encontró en una posición muy parecida a la que tiene el PP hoy. El ascenso del PSOE al poder de la mano de Podemos había desplazado el tablero hasta ofrecerles la posibilidad de colocarse en el centro del espectro político. Su irrupción en varias regiones y ayuntamientos de grandes ciudades les convertía en árbitros de la legislatura en varias autonomías donde, con el mismo argumento, podían pactar a izquierda o a derecha.
Si hubieran apostado, como prometieron, por la regeneración, habrían podido sacar al PP del gobierno de la Comunidad de Madrid después de 25 años de gobierno. O gobernar la ciudad de Madrid con el voto que le ofreció Más Madrid. Si lo hubieran hecho, no me cabe duda de que hoy serían el partido central de la política española.
En su lugar, los naranjas, borrachos de expectativas, no se dieron cuenta de que el papel del partido que se coloca en el centro político es el de querer jugar; que uno solo puede tener posiciones maximalistas cuando ya está en los extremos.
Lo que ocurre es que tanto Rivera, como ahora Feijóo, como toda la derecha, heredaron una tremenda confusión del hombre al que más admiran. Cuando Aznar soñaba con un partido “de centro” no quería en realidad un partido flexible y moderado, sino un partido supremo. En la visión aznariana del centro hay una jerarquía de ideas en las que la patria, la unidad nacional, la familia tradicional y el orden merecen una consideración superior que los valores de los demás. De manera que el partido de centro es aquel que defiende las ideas supremas y todos los demás, unos grupúsculos inferiores. Y el proyecto aznarista, en el que todavía está inserto Feijóo y una parte muy importante de la derecha en España, es convencernos de que ellos son los propietarios de la patria y de la verdad. Es de esta tradición supremacista de la que luego nace la idea de que los gobiernos de la izquierda, o de los nacionalistas, son ilegítimos. Y es esta concepción del mundo la que hace tan difícil para la derecha pactar y componer mayorías más allá de sí mismos.
Por esa razón Albert Rivera no fue capaz de pactar. Aliarse con unos partidos que no compartían esas ideas supremas habría sido una traición, le habría expulsado de ese proyecto del centro aznarista. Por la misma razón no será capaz de hacerlo Alberto Núñez Feijóo.
Pero lo que los votantes esperan del partido que está en el centro es todo lo contrario: que sea útil. Que sirva de engranaje para componer una melodía común con las opciones discordantes que hoy tenemos en el arco político. Y para eso es necesario tener mucha flexibilidad y muy poquito ego.
Esto es algo, por cierto, que algunos ministerios han comprendido perfectamente, aunque haya sido por necesidad. En el último pleno de 2025, con los casos de corrupción del PSOE arreciando, el Congreso aprobó cinco proyectos del Gobierno. El ministerio de Pablo Bustinduy, haciendo auténtico encaje de bolillos, consiguió sacar adelante la Ley de la clientela pactando con Junts y la tramitación de la Ley de la dependencia pactando con el voto de Podemos y la abstención de PP y Vox. Sin despeinarse.
Bien jugado, habría muchos votantes que se verían seducidos por una propuesta de centro político. Los ciudadanos están cansados de la sensación de que la política no da más que problemas y habría muchísimo espacio para un grupo de gente práctica, que hable menos, quizás, y aporte más soluciones. Que juegue bonito, como dice Lewandowski, pero que sea eficaz.
Pero para eso hay que querer jugar. No vale querer convertirse en el líder supremo.