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Opinión - La derrota tiene una dignidad que Feijóo no conoce. Por Esther Palomera

Las guerras de los Rose

Yolanda Díaz mira a Ione Belarra. Archivo 2021.

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Los Rose, Oliver y Barbara, eran un matrimonio modélico. Ricos, guapos, residían en una casa estupenda en armoniosa convivencia y con un perro y un gato. Pero la esposa se da cuenta un día de que no es eso lo que había soñado y se inicia un proceso de divorcio tan azaroso, empecinado y violento que daría forma a un mito: La guerra de los Rose. Fue una película de culto tras su estreno en 1989.   

Venía de mucho más atrás. La lucha por demostrar quién tiene el poder es vieja como la vida misma. No solo por ostentar el poder, sino, eso, por dejar bien sentado a la vista de todo el mundo quién ha ganado la partida. Fue lo que mató de hecho a los Rose, a los dos. Y, mucho antes -y esta vez en la realidad-, a las víctimas de la guerra civil que enfrentó durante más de treinta años, en el siglo XV, a las Casas de Lancaster y York (en estos casos de ambiciones mayores pagan también quienes no forman parte del conflicto). Ambas familias aspiraban al trono de Inglaterra, basadas en su común origen como miembros de la Casa de Plantagenet, descendientes del rey Eduardo III. Su enfrentamiento es conocido como la “guerra de las Rosas”. Los York lucían en su emblema una rosa blanca y los Lancaster, roja.

Luego, ya saben, llegaron los Lannister y los Stark y Podemos y Sumar, y la que floreció, en ese balcón, fue la rosa del PSOE. Aunque, si cruentas son aquellas, la guerra mediática contra un presidente de gobierno llamado Pedro Sánchez lleva camino de hacer historia. En el campo de batalla, las víctimas; en la grada, los espectadores vociferan y sentencian pulgar abajo a los condenados.

La visceralidad irrumpe también en nuestros días trastocando asuntos tan serios como el normal funcionamiento de los países. Incluso con un gobierno democrático salido de las urnas, la ecuación se envicia si no se cuenta con una oposición política y unos sistemas mediáticos y judiciales homologables sin fisuras, y una ciudadanía madura que sepa lo que quiere.

Establecido el contexto, nos adentraremos en el drama de la gran guerra de los Rose para las gentes que se consideran progresistas. La otra –medios de derechas contra Sánchez–se nutre de ella, mientras la izquierda se centra en sus dolores.

A estas alturas de la tragedia “del Decreto” es bastante obvio que los errores cometidos en él han acrecentado la hostilidad entre Sumar y Podemos. En el maremágnum de datos exprimidos hasta la confesión al gusto del demandante, están claros varios puntos: que sí hay un recorte de prestaciones a los parados mayores de 52 años, que se ha buscado textualmente disuadirles de no aceptar otro trabajo como si en el actual mercado laboral fuera tan fácil encontrar uno a esa edad, y que se han mezclado demasiados asuntos en el Decreto, de gran interés por otro lado. Hacer depender la lactancia materna, por ejemplo, de la jubilación no parece tener mucho sentido y creaba el problema del todo o nada. Por otra parte –y muy importante– es que si se puede negociar con Junts hasta dar al Gobierno catalán –del que forma una parte solo– el control de la inmigración –y con fines no precisamente progresistas–, atender a Podemos en ese recorte en las prestaciones de los mayores de 52 años era lo mínimo. Por más que, sin duda, el pulso existía.

Tintes de torpeza que se desparramaron con las declaraciones de Yolanda Díaz acusando a Podemos de traicionar a los parados de su país, del de Díaz. Rematados con una nota de explicación “del decreto” sin contenido específico de él y sí con una tanda de acusaciones al rival de tono electoralista. Inexplicables en esa posición.

Todo esto tendrá solución en los resultados si el Gobierno entiende que esta legislatura le obliga a negociar y con partidos diversos. Mucho mayor -en principio aunque cualquiera sabe- es el problema fuera: en esa oposición que plantea Feijóo de tierra batida dando muestras de una ira y desesperación como la que acabó con los Rose de la película y mucho menos glamour. A ella se suma con entusiasmo la prensa al servicio de la derecha. A ellos no se les va una palabra de la boca: Junts. Y esa sarta de verbos que mataron el periodismo: ceder, exprimir, arrastrar, martirizar…

Las cesiones del PP con Vox exprimen a la ciudadanía, la arrastran al franquismo y suponen un auténtico martirio para quien aprecia la decencia y el progreso, pero eso no toca y no se toca.

Les importan mucho menos las cuitas de la izquierda. Ésas que tienen en vilo y las armas desenvainadas a una serie de espadas de la ya llamada progresía mediática y a un gran número de sus seguidores. Tomando partido con unos niveles de virulencia e insultos de muy alta gama. Hasta repitiendo los acuñados por sus gurús de referencia. Las cosas suelen ser como son independientemente de lo que se diga.

Y la verdad es que el Gobierno –si entiende su situación– puede funcionar eficazmente. Acaban de subir el salario mínimo otra vez. El PP lo tenía anclado en 736 euros. Algo bien positivo han hecho hasta ahora los gobiernos progresistas para llegar a estos 1.134 euros que nos alejan por fin de ser aquel farolillo rojo europeo.  

Ninguna guerra es buena. Se fundamentan, por definición, en triunfos y derrotas basadas en la violencia. Guerras de codicia y salvaje muerte se desparraman –al mismo tiempo que las no menores disputas locales– sobre nosotros, involucrándonos.

Sudáfrica da el primer paso para enjuiciar al Israel de Netanyahu por genocidio contra los palestinos y pide al Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas que lo detenga. Se aportan pruebas aterradoras del horror perpetrado, como derecho a su defensa argumentan, por quien supo del ataque de Hamás un año antes y no lo evitó. Cada vez más países se suman a esa condena total y a parar la masacre. España no y debe hacerlo. Entretanto, los intereses en juego presionan en la otra dirección: seguir matando y hasta extendiendo el conflicto. Biden pierde el norte definitivamente y se lanza con Sunak de Gran Bretaña a atacar a los hutíes de Yemen, el país más pobre de la tierra o casi que apoya a los palestinos y boicotea el tráfico naval en el Mar Rojo. Sin la aprobación del Congreso, al que no consultó. Con Trump enfrente para las inminentes elecciones.

Estas sí son guerras de verdad, de las que cambian la historia de los pueblos y tal vez del mundo. Igual no tienen que ver las unas con las otras, o igual son lo mismo. Pero no sabemos de ninguna que se haya saldado sin daños.

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