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Hablemos de otra cosa

Cajetillas de tabaco en las estanterías de un estanco. EFE/Ballesteros/nr

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El otro día, al salir de casa, creí haber cogido todo: las llaves, el tabaco y el pasamontañas, pero me dejé el tabaco. Había quedado para desayunar con un amigo y se estaba retrasando, así que hice tiempo dando paseos en círculos frente al estanco, del que salí con un cartón de Lucky Strike y la cuenta temblando, porque no quiero ser el más rico del cementerio y así mato dos pájaros de un tiro, y a los pocos minutos me moví al otro lado del paso de peatones, delante de una puerta azul turquesa de madera en la calle de San Antón, en Murcia. 

Esperar a veces incluye reflexiones no solicitadas. Momentos de encuentro con uno mismo que son como encontrarse un cadáver y esperar al forense. ¿Qué haces, te quedas mirándolo o echas la vista a otro lado? El morbo de la introspección se diluye en la decepción por las conclusiones, aunque yo soy de los que se quedarían mirando. Mientras esperaba y meditaba sobre lo que de verdad me preocupa (y todas esas gilipolleces), mi cabeza decidió decir lo que solía decir mi abuela cuando empezábamos a discutir de política: hablemos de otra cosa. 

Eché mano a una de las cajetillas de tabaco, saqué un cigarro y me lo puse entre los labios con una elegancia tan impostada que me sale hasta natural. Si sigo fumando a estas alturas es por esos momentos en los que el pitillo me ayuda a hablar de otra cosa: si me aburre la conversación dentro de un bar, salgo a fumar y charlo con quien haya fuera. Fumar con alguien nos nimba de un halo de intimidad en el que podemos usar una voz más grave de lo habitual; si estoy solo, me distrae el tiempo suficiente como para cambiar el hilo de mis pensamientos. También tiene el poder mágico de hacer aparecer un autobús o un tranvía; juraría que una vez hice aparecer un cercanías al encender un cigarrillo. No falla: llevas una hora y tres cuartos esperando el autobús de línea y cuando decides que es buen momento para echar unas caladas, pam, tienes que tirarlo. La ley de Murphy patrocinada por Phillip Morris. 

Este tío no llegaba. La impuntualidad de los amigos son delitos que prescriben pronto y no se castigan, como el tráfico de influencias o las amenazas a la prensa; al parecer la amistad juega un factor clave en el reparto de la justicia. No se sabe si el sexo agrava o atenúa la condena, aunque no es nuestro caso. Eché la vista al buzón de publicidad de la puerta de madera azul turquesa, lleno a rebosar de folletos de una tienda de electrodomésticos. El repartidor no se calentó la cabeza. Detrás se apreciaba un montoncito blanco de hojas, compactas y rectas; era un libro. La curiosidad mató al gato así que eché mano de él y me aparté el humo del cigarrillo de los ojos. Tenía una portada marrón y un diseño parecido al de las cajetillas de Lucky Strike. Allen Carr, Dejar de fumar es fácil si sabes cómo. Hay señales que para un escritor son una zarza ardiendo. Tiré la colilla al suelo. Mi amigo me tocó el hombro por la espalda. 

- ¿Qué te pasa?

- Nada

- ¿Y ese libro?

- Hablemos de otra cosa.

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