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Era hombre, ahora es mosso

Lucía Lijtmaer

La primera vez que fui a visitar el piso de mi tío hubo algo que no entendí del todo.

Les parecerá una tontería. A mí me lo pareció en ese momento.

Mi tío se había mudado a una calle muy agradable a tres calles de la plaza Italia, en Buenos Aires. La finca es antigua, y el piso de techos altos, suelos pulidos de madera y ventanales amplios. Cuando le felicité por haber encontrado una vivienda tan bonita, le noté algo molesto. “Y... no sé” –dijo, dubitativo–. Le pregunté cómo podía ser que le encontrara defectos a algo que a todas luces era perfecto. “Está a media cuadra de una comisaría”, me contestó, frunciendo el ceño. Durante cinco segundos pensé que le preocupaba que le molestaran las sirenas de los coches de policía.

Cinco segundos. Después me di cuenta.

Pese a todo, en ese momento me pareció una exageración –comprensible–, producto de la historia reciente del país.

La semana pasada los Mossos pararon a mi amiga en medio de la carretera cuando iba en coche con sus dos hijos. Le pidieron la documentación de malas maneras, y ella se echó a temblar porque les vio muy nerviosos. ¿Exagerada? Puede ser. Lo que pasa es que a su amigo otros dos Mossos le habían parado dos semanas antes en un camino y le habían reventado un ojo de un puñetazo, sin mediar palabra. Le acusaron de desacato a la autoridad, y tuvo que acudir a juicio para defenderse. El juez dictaminó que no había cometido delito, y retiró los cargos. Tanto la fiscal como la abogada de oficio de su defensa han denunciado a los Mossos porque dicen estar hartas de casos como este en los que se repite la brutalidad policial con total impunidad.

El 6 de octubre, los Mossos d'Esquadra pegaron una paliza a un hombre que murió después en la calle Aurora. Todos hemos visto el vídeo con los hechos. El president de la Generalitat nos anima a no dejarnos guiar por la edición, pillina, que nos juega a todos malas pasadas. Los que cometieron el crimen siguen patrullando la ciudad, y yo, cada vez que me cruzo con una lechera, tengo miedo.

Sé que esta columna me ha quedado corta pero no tengo mucho más que decir. Me da tanto asco que no puedo decir nada más.

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