El independentismo violento no es violento
Como se cumplen dos años del referéndum del 1 de octubre, quería escribir hoy sobre el independentismo violento y la... Perdón, quería decir independentismo violento. O sea, independentismo violento…
Esperen, que empiezo otra vez: como se cumplen dos años del referéndum del 1 de octubre, quería escribir hoy sobre el independentismo violento y la… Vaya, otra vez. A ver si tecleando despacio: in-de-pen-den-tis-mo. Y ahora pulso la barra espaciadora con suavidad, a ver: independentismo violento.
Nada, que no hay manera: el texto predictivo se empeña en escribir independentismo violento cada vez que quiero decir independentismo violento. ¿Alguien sabe cómo se desactiva el predictivo? ¿No? Qué le vamos a hacer, siento la molestia, intenten leer el artículo omitiendo la palabra “violento” cada vez que aparezca, como si yo no la hubiera escrito.
Decía que, como se cumplen dos años del referéndum del 1 de octubre, quería escribir hoy sobre el independentismo violento y la insistencia por parte de algunos de vincular al independentismo violento con la violencia. Ahí está el presidente Sánchez, ya en precampaña, pidiendo al independentismo violento que condene la violencia. Otros van más lejos, y directamente acusan al independentismo violento de complicidad con el terrorismo.
Por más que el independentismo violento insista en afirmar su pacifismo, llevamos dos años escuchando que el independentismo violento es violento. Se dijo ya en los días previos al 1 de octubre, que algunos vaticinaban que acabaría en violencia a la ucraniana, muertos incluidos, para así lograr el respaldo internacional. Luego llegó el 1 de octubre, y la única violencia que vimos fue la de policías y guardias civiles.
Días después, el independentismo violento proclamó la independencia en el Parlament, y lo llamaron golpe de Estado, por supuesto violento aunque nadie opuso resistencia alguna al 155, y pese a que desde entonces se han celebrado en Cataluña sucesivas elecciones de todo ámbito, y las instituciones funcionan con toda la normalidad que cabe en una situación tan excepcional.
Desde entonces, cada acción del independentismo violento ha sido invariablemente calificada de violenta por ciertos partidos y medios: lo mismo una huelga que un piquete, lo mismo un corte de carreteras que la instalación de un lazo amarillo, un abucheo a un periodista o un rifirrafe parlamentario: todo era violencia. Por su parte, fiscales, abogados de acusación y testigos de parte se pasaron el juicio en el Supremo colando la palabra violencia cada vez que podían, para sostener un delito de rebelión que sin violencia no tiene dónde apoyarse.
La última oportunidad para acusar de violento al independentismo violento es la operación contra varios independentistas violentos que presuntamente preparaban acciones violentas. Operación con muchos elementos extraños y que sigue bajo secreto de sumario (es decir, filtrada a placer por algunos medios). “¡Lo ven!”, exclaman los de siempre, “¡ya habíamos dicho que el independentismo violento era violento!”
En fin, lo que intentaba decir es que, hasta ahora, del independentismo violento podemos decir muchas cosas y reprocharle muchas otras, pero no su violencia. En dos años de alta tensión política, y no tan alta pero sí considerable tensión social, podemos felicitarnos y sobre todo felicitar a toda la sociedad catalana porque la violencia que algunos vaticinaban no se ha visto por ninguna parte. Ni se la espera.
Y pese a ese carácter pacífico, supongo que la insistencia en vincular al independentismo violento con la violencia ha conseguido, a base de repetirlo y con el empujón de esta última operación contra los CDR, que para muchos ciudadanos se vuelva automática esa vinculación entre independentismo violento y violencia. Ya sabemos que, cuando te instalan un texto predictivo, cuesta mucho desinstalarlo.