Instrucciones para escribir una columna contra el odio (sin odio)
Sírvete un vaso de pisco y ponte un par de vídeos con las declaraciones de Rocío Monasterio sobre el orgullo gay. No los veas completos, no los compartas con indignación por tus ocho grupos LGTBQI+. No hagas ese daño gratuitamente. Quédatelos para ti, pero solo durante un momento; si te pasas más de cinco minutos mirando eso te puede dar cáncer. Respira, sobre todo en la parte en que dice que un padre y una madre no tienen por qué salir de su pisaco en Madrid y encontrarse en pleno centro con ese espectáculo, de maricones, se entiende. Escribe consciente de que no escribes una columna seria sobre Monasterio pero asegúrate de que lo que digas detrás de las coñas y parodias que te dispones a hacer sea bastante serio.
Recuerda ahora en un párrafo todas las veces en que te cruzaste con beatos pecadores culposos, probables violadores o sodomitas arrepentidos en procesión, con capirotes o coronas sangrantes, a pecho descubierto, descalzos, autoflagelándose y llevando en brazos figuras de un hombre famélico y crucificado durante la Semana Santa. Vaya espectáculo al que la familia Monasterio, Abascal y toda la pandilla ultraviolenta llevan a ver a sus pequeños hijos de límpida mirada. Sugiere que nadie quiere mandar a las procesiones del Corpus Christi a la Casa de campo.
Ahora vete al tuit ese en el que la Serena de Vox pide que en los colegios se enseñen “contenidos estrictamente científicos” y el tuit que le da un zasca en toda la boca: “Rocío Monasterio quiere quitar la religión de los colegios. Curioso”. Procura dejar muy claro en esas imágenes cómo viven de la paradoja, el cinismo y las fake news los lgtbqifóbicos de la derecha extrema, y cómo hay gente con capirote en España que ha votado por ellos, para dejar a otrxs sin derechos, sin ciudadanía, sin protección, expuestos a la discriminación y al odio.
Pasa al siguiente párrafo y analiza el hecho de que la señora-propulsora-de-odio tenga nombre de virgen y apellido de casa para monjes de clausura. Y de que siga con esa gilipolléz de que se perdona el pecado pero no el escándalo. Ríete un poco imaginándotela haciendo la primera comunión, mientras suena la música de El Padrino. Y ahora en un par de líneas despídete del KFC: se ha revelado que su padre trajo a España ese pollo tóxico que te da pedos. En buena hora.
Confiesa entonces que para no excederte en tu columna contra una mujer que odia has buscado fotos de su marido, un noble sin nobleza alguna (busca introducir ese tipo de insulto profundo que evitará la victimización de los victimarios). Al ver la foto del hombre con el que duerme Monasterio, anuncia que has logrado lo que buscabas: que tu rabia de vómito verde transite hacia la lástima y las risillas justo a tiempo. Concluye que no responderás con odio al odio, ni con la otra mejilla.
Ahora, para finalizar, apura ese vaso de pisco y cuenta a modo de anécdota en tu columna que acabas de salir a la calle con tu churri medio en pelotas porque estás medio en pelotas todo el tiempo a falta de aire acondicionado y que te has dado unos besos muy dulces por el barrio para visibilizar, lo que haces siempre, vamos, pero más porque es el orgullo, y porque siempre habrá uno que te llame guarra y otro que diga viva el amor, depende de los grados de amargura, y de humanidad, pero que seguirás besándote bajo el arcoíris.