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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Interesados por la seguridad nocturna de las mujeres, pero no mucho

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Es de agradecer el interés general mostrado estos últimos días por la seguridad nocturna de las mujeres. Desde esta humilde columna: gracias. Resulta llamativo, sin embargo, que se trate de un interés tan repentino; cualquier malpensada o malpensado podría creer que se trata de un interés intencionado. Porque las mismas personas que hace meses nos llamaban exageradas por expresar que muchas veces sentimos miedo al volver solas a casa, las mismas personas que nos tildaban de malcriadas por volver a casa solas y encima algo borrachas, las mismas personas que decían que España es el país más seguro del mundo para las mujeres, ahora se muestran alarmadas porque los comercios vayan a tener que apagar sus escaparates convirtiendo las ciudades españolas en cumbres del goticismo, una pintura negra de Goya, una suerte de Gotham sin Batman en la que nosotras nunca estaremos a salvo del crimen.  

Y como los debates en España sólo tienden ya al extremo y han dejado de pendular hacia las posturas medias, ya hay quien habla de un apagón nacional tras la aprobación del real decreto de medidas de ahorro energético, como si el alumbrado público estuviese conectado directamente a los escaparates, y las farolas dependiesen del Zara Home de tu barrio. Suponiendo, claro, que en tu barrio haya un Zara Home y no comercios de proximidad, muchos de los cuales nunca han tenido el interruptor prendido de noche. 

Algunas de esas voces recientemente preocupadas por la seguridad nocturna de las mujeres también solían ridiculizar hace nada eso del “urbanismo de género”, una expresión feminista inventada para infundir odio y preocupaciones irreales. Un invento reciente, añadían, ignorando que eso del urbanismo de género ya tiene más años que el sol y que, de hecho, en la década de 1980 se desarrollaron algunas iniciativas interesantes en este sentido, como el Women´s Design Service, una coalición de planificadoras urbanas, arquitectas y diseñadoras inglesas que se unieron para investigar y exigir un entorno urbano más seguro e inclusivo para las mujeres.

En cualquier caso, es de suponer, por tanto, que las personas recientemente preocupadas por la seguridad nocturna de las mujeres han asumido la perspectiva de género en el urbanismo. Es de suponer que comprenden que las mujeres y los hombres percibimos y experimentamos el entorno urbano de una manera diferente, especialmente de noche. Que las áreas de estacionamiento y la vegetación crecida pueden modificarse o reposicionarse para reducir los lugares ocultos, que los árboles pueden situarse de modo que no bloqueen el alumbrado público, o que los ayuntamientos pueden trabajar en evitar callejones mal iluminados. Y es entendible, por tanto, que estas personas no mencionan el peligro de que las mujeres seamos agredidas sexualmente por las noches como una advertencia, sino como una preocupación sincera; que no señalan a la víctima, sino al agresor.   

Por último, también resulta llamativo que algunas de esas voces recientemente preocupadas por la seguridad nocturna de las mujeres resten, sin embargo, credibilidad a la ola de pinchazos en las discotecas y festivales que estamos viviendo. No tanto porque los pinchazos contengan sustancias químicas, o entrañen un peligro real, sino por el simple terror que puede infundir ser pinchada con una aguja mientras estás de fiesta. 

Así que cabe preguntarse: ¿En qué quedamos? ¿Somos o no exageradas? ¿Nuestros miedos son reales o infundados? ¿La iluminación es importante sólo en comercios o en todo el diseño urbano? ¿Hay que pensar en nosotras a la hora de diseñar las ciudades o no? ¿Es el urbanismo de género una pantomima o una necesidad? Aclárense con sus preocupaciones feministas, por favor.