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Cuando la lava deje de fluir

El volcán la pasada noche. ABIÁN SAN GIL

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Y ahora todo es lava. No hay más. El volcán de La Palma, el primero que entra en erupción en España desde el de Teneguía en 1971, nos mantiene en vilo desde que el domingo comenzó a arrojar fuego y ceniza sobre las tres de la tarde hora canaria. Las hipnóticas imágenes, los testimonios de los afectados, las demandas de los alcaldes, los directos de los reporteros, la visita de Pedro Sánchez al epicentro de la noticia, la opinión de los geólogos y vulcanólogos…. 

Ya han oído lo que ha dicho el presidente del Gobierno en su recorrido por la isla: “Toda España está con La Palma”. Y lo estamos. Sin duda. 24 horas ya pegados al televisor y actualizando cada minuto los digitales y las redes sociales para saber si son 20.000 o 30.000 las toneladas de dióxido de azufre que ha arrojado ya el volcán y si ha alcanzado ya la costa. 

Queremos estar al tanto de cuántas familias han sido evacuadas de sus casas; cuántas viviendas ha engullido la lava en su lento pero inexorable avance; por qué se ha producido la erupción y cuánto durará; si los seguros cubrirán o no los desperfectos o si, como ha dicho a destiempo la ministra Maroto, “el espectáculo maravilloso” servirá en el futuro, como ha ocurrido en la localidad islandesa de Fagradalsfjall, de “atractivo turístico”. 

La información nos ofrece tanto material para pensar que a veces no nos deja tiempo para hacerlo. Engullimos noticias a la misma velocidad que las enterramos y abandonamos por tanto a sus protagonistas. Pasará una semana, dos, tres, cuatro a lo sumo y nos habremos olvidado de todo: de los 1.000 grados centígrados que supera la temperatura en superficie de la lava del volcán; de las demandas de los hoteleros canarios; de la repercusión en la actividad económica de la isla; de los relatos de los afectados; de los daños en las infraestructuras; de cuántos años tardará el suelo volcánico en volver a ser fértil y hasta de preguntar si las administraciones han cumplido con las ayudas prometidas.

Este caso no será distinto a los que le antecedieron en las portadas a cinco columnas ni en las cabeceras de los informativos. Cuando la espectacularidad de las imágenes se haya difuminado, no quede en la zona ni un dirigente político y los focos de las televisiones se hayan apagado, todo quedará en el olvido informativo. 

¿Por indiferencia? ¿Por intereses político-mediáticos? ¿Por desidia? A saber. La única certeza es que cada vez las noticias caducan antes y apenas tienen recorrido. No somos capaces de fijar nuestra atención mediática en lo importante, sólo en lo inmediato. Y hay noticias que, pese a tener un impacto directo sobre la vida de miles de personas, apenas duran unos días en los titulares. 

La Palma  dejará pronto de ser Trending Topic y de abrir todos los espacios informativos, y no porque sus habitantes hayan resuelto sus necesidades, hayan vuelto a sus casas o las viviendas, carreteras y negocios arrasados hayan sido reconstruidos. Se irá de la agenda informativa como se fueron los menores de Ceuta que aún esperan una solución judicial, administrativa (y sobre todo humana) sobre su regreso a Marruecos y se fueron también las proclamas en defensa de los derechos de las mujeres afganas o las decenas de reportajes sobre la opresión talibán. 

Decía Umbral que el periodismo era, después del paracaidismo, la profesión más arriesgada del mundo porque el periodista “tenía que arrojarse, a diario y sin paracaídas, desde las alturas de la profesión a las bajuras de la noticia” y que siempre se pegaba un tortazo. A veces por la censura, a veces por los tribunales y a veces -seguro que añadiría hoy- porque la adicción a la inmediatez convierte en efímeros asuntos de gran relevancia. Y esto, pese a la imposibilidad de desconexión y la necesidad, en muchos casos, de estar conectados 24/7 en una sociedad que devora las noticias sin tiempo para detenerse en el análisis y la reflexión. Los personajes cambian, los marcos también, pero las maneras de actuar con la información hace tiempo que se repiten como si estuviesen determinadas por leyes inexorables de la política y el periodismo que se vuelcan cada día en lo inmediato como si no hubiera un mañana y al día siguiente se olvidan. 

Ojalá los vecinos de La Palma no tengan que esperar lo que los afectados por el terremoto de Lorca o los de las inundaciones de Palma para recibir de las administraciones públicas las ayudas que necesitarán para reconstruir sus vidas. Y ojalá el periodismo esté ahí para denunciar machaconamente el olvido si se diera.

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