Hoy más que nunca: “libertad, igualdad, fraternidad”
Los procesos electorales en los distintos puntos cardinales del planeta están aupando, salvo honrosas excepciones, a partidos de extrema derecha, si no fascistas, al poder. El último ejemplo, que esperemos no se ratifique en las elecciones presidenciales, la victoria del economista ultra Javier Milei en las elecciones primarias celebradas en Argentina. Para este individuo, “la justicia social es una aberración”. Con ello queda todo dicho. Todos estos personajes aúnan lo peor de cada casa, fascistas en lo social y en lo político, neoliberales en lo económico. La mezcla produce la mayor de las distopías, e intensificaría aún más la pobreza y desigualdad actual. Si bien es cierto que la extravagancia de estos personajes cuando tocan poder les lleva a perderlo de manera inmediata, véase el caso más reciente el hundimiento electoral de la coalición de gobierno de derechas y extrema derecha sueca, hay razones de fondo que sí deberíamos abordar y afrontar. Y esas razones de fondo se deben solucionar si no queremos que la extravagancia se convierta en normalidad.
Para explicar lo que está sucediendo siempre acudo a un concepto acuñado por Sheldon Wolin, profesor emérito de filosofía política de la Universidad de Princeton, el 'totalitarismo invertido' en que se han convertido las democracias occidentales y del resto del planeta. Sus dos pilares básicos son la antidemocracia y el dominio de la élite. El dominio de la élite se traduce en un sistema de partidos en el que un partido, esté en el gobierno o en la oposición, se empeña en reconstituir el sistema existente con el objetivo de favorecer de manera permanente a la clase dominante, los más ricos, los intereses corporativos, mientras que dejan a los ciudadanos más pobres con una sensación de impotencia y desesperación política y, al mismo tiempo, mantienen a las clases medias colgando entre el temor al desempleo y las expectativas de una fantástica recompensa una vez que la nueva economía se recupere.
La antidemocracia, por otro lado, funciona de manera indirecta. Se alienta a los ciudadanos a desconfiar de su gobierno y de los políticos; a concentrarse en sus propios intereses; a quejarse de los impuestos; a cambiar el compromiso activo por gratificaciones simbólicas de patriotismo. Sobre todo, se promueve la despolitización envolviendo a la sociedad en una atmósfera de temor colectivo y de impotencia individual: miedo a la pérdida de puestos de trabajo, incertidumbre de los planes de jubilación, gastos en educación y sanidad en ascenso. Este marco de actuación hay que romperlo. Ello implica, obviamente, enfrentarse a las élites dominantes.
Necesitamos políticos que por encima de todo tengan una visión de los conceptos compartidos de los que depende en última instancia la economía, nuestra sociedad, nuestra libertad. Pasa ineludiblemente por cumplir con el lema de la revolución francesa, origen de la actual democracia parlamentaria: “Libertad, igualdad, fraternidad”. Para ello hay que hacer frente a las élites actuales, que no han cedido ni cederán un ápice de su estatus. Y si llega el fascismo, para estas élites, bienvenido sea, porque internamente piensan que bajo tal disciplina es como mejor se puede hacer frente a un sistema más eficaz que el actual totalitarismo invertido, la gobernanza china.
Una nueva hoja de ruta
Cuando algunos medios de comunicación hablan hoy en día de “fake news”, simplemente me entra un ataque inoportuno de risa. Ellos que han sido los brazos tontos del establishment, con sus medias verdades, infundiendo miedo en la ciudadanía. Las élites manipulan, enfangan y ponen sus sucias manos hasta en los conceptos más románticos, en esos sueños y héroes de la literatura popular presentes en el subconsciente de los más desfavorecidos, los despreciados, los humillados. Los poderosos se han apropiado hasta del mito de Robin Hood para su beneficio. Y para ello han contado con la colaboración inestimable de la inmensa mayoría de los medios de comunicación.
Bajo el totalitarismo invertido, las élites han rehecho una nueva versión del mito de Robin Hood. Ahora “el sheriff de Nottingham” es el Estado, el mismo que permite que estas élites campen a sus anchas por los ministerios, por las presidencias de gobierno…. ¡Vivan las puertas giratorias! Por eso resulta curioso que esas élites señalen que ese Estado, que en realidad debería defender a sus ciudadanos, lleva a cabo un despiadado saqueo de las propiedades y dinero de aquellos “ciudadanos honestos” que trabajan duro, con el objetivo último de financiar al nuevo concepto de ricos, los más desfavorecidos, los parias de la sociedad.
En esta nueva versión del mito, Robin Hood es el que rebaja los impuestos a los ricos. Hay que sabotear al sheriff de Nottingham y sus malvados dispositivos de recaudación de impuestos, entre ellos el de sucesiones y herencias. Pero detrás del lenguaje usado lo único que hay en una sarta de mentiras. Los grandes beneficiarios de todos los recortes impositivos son los mega-ricos, que bajo el nuevo lenguaje, han pasado a denominarse “gente trabajadora”. Desvían la atención de la realidad, la mayor acumulación de capital en pocas manos de la historia, mientras la mayoría de las familias están endeudadas hasta las cejas, esclavas de la misma. La literatura académica es abundante. El ejemplo más reciente, el artículo 'The economic consequences of major tax cuts for the rich' ('Las consecuencias económicas de recortes importantes de impuestos a los ricos'), publicado en la revista Socio-Economic Review.
Estamos en los albores de una nueva recesión global y puede ser, si nadie lo remedia, muy dura. Intentarán de nuevo metérnosla doblada a la ciudadanía. Por eso es necesaria una reacción global contra las consecuencias del Neoliberalismo. Este sistema de gobernanza ha fracasado a la hora de cumplir muchas de esas promesas, recogidas por cierto en los manuales de texto usados en las Facultades de Economía de medio mundo. El problema es que estos fracasos han sido explotados muy hábilmente por los viejos totalitarismos, por mucho que se arropen con piel de cordero. Los viejos totalitarismos, el fascismo, siempre fueron apoyados por las élites para sustentar sus privilegios, con la creencia de que los tendrían controlados. Vayan a la historia y miren los banqueros que financiaron a Hitler, a Mussolini y a Franco. Hoy más que nunca es necesaria una nueva hoja de ruta que en primer lugar, como condición necesaria, pase por recuperar el poder y la democracia para la ciudadanía, ahora en manos de unos pocos multimillonarios. Hoy más que nunca, “libertad, igualdad, fraternidad”.
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