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Margaritas altas

Imagen de archivo de la llegada de vacunas.
25 de marzo de 2021 22:34 h

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Cuando pienso en la diferencia entre Europa y Estados Unidos, a menudo me acuerdo de una explicación que me dio un amigo periodista británico de por qué se había marchado a trabajar a Estados Unidos. “Tall daisies”, decía él. “Margaritas altas”. La idea de que en Reino Unido, como en el resto de Europa, se mira con sospecha a cualquier “margarita” que crezca más de la media o que tenga la tentación de presumir de su altura. El resultado es que las “margaritas” más altas tienden a disimular sus talentos o piden perdón constantemente por tenerlos mientras abunda cierta satisfacción de que todas las margaritas estén al misma altura.

En realidad, la expresión más habitual, según he visto después, es “tall poppies” o amapolas altas”, pero me sigue gustando más la versión de mi amigo (que, por cierto, es muy alto). 

La disputa por las vacunas entre la UE y Reino Unido me ha recordado a las margaritas. La UE, sus instituciones y algunos de sus gobiernos parecen más obsesionados con conseguir que a Reino Unido le vaya peor en su exitoso programa de vacunación que con arreglar sus propios problemas. 

Los límites a las exportaciones que ahora se proponen podrían rascar unos millones de dosis a Reino Unido y ralentizarían significativamente su campaña de vacunación, pero apenas supondrían una diferencia pequeña en un continente de 400 millones de personas. Un estudio de una consultora (británica) calculaba hace unos días que si hubiera un veto total, en Reino Unido la vacunación podría retrasarse dos meses mientras que la UE sólo ganaría una semana. No parece que la UE vaya a aplicar ahora un veto total, entre otras cosas porque necesita parte de los materiales que se producen en Reino Unido. 

Mientras, el Gobierno de Boris Johnson se ha cuidado mucho de no regodearse en el mal ajeno al menos en público. Pero no ha sido el caso de algunos políticos, sobre todo los más conservadores, y de la prensa británica de todo pelaje -no solo los tabloides-, que a ratos parecen más contentos de que la UE no avance más rápido en su programa de vacunación que de su propio éxito. La obsesión tan europea de compararse y mirar hacia abajo más que hacia arriba es compartida a ambos lados del canal de la Mancha.

Fabricar vacunas es un proceso complicado y más a gran escala con una demanda tan fuerte en tan poco tiempo. Pero la única vía de salir de esta pandemia es producir más y mejor para todo el mundo (y administrar rápido y en un orden de prioridad de riesgo, es decir, en el caso del coronavirus, en orden de edad salvo excepciones de sanitarios, cuidadores y enfermos muy vulnerables, a diferencia del lío que ha montado la UE en general y España en particular). 

La idea de proteger la producción existente, escasa, y arriesgarse a estropear la frágil cadena de producción, que es global (para los materiales, los viales, las agujas, las bolsas de plástico especiales) no llevará al éxito. 

Los esfuerzos de los políticos europeos, lo que depende de ellos, deberían estar más concentrados en invertir dinero en investigación (mejor tarde que nunca) y en ampliar la fabricación. Es mucho dinero, pero no hay inversión mejor en este momento. 

El coste de seguir perdiendo vidas, empleos, esfuerzos de los sobrecargados sistemas de salud y muchos recursos públicos es muy superior a cualquier precio que se pueda pagar a las farmacéuticas no sólo por sus escasas vacunas, sino sobre todo para que tengan más fábricas, en Europa y en todo el mundo. 

Para eso hace también falta más colaboración entre farmacéuticas, y más que compartir patentes, lo que deben hacer es compartir tecnología a cambio de la inversión pública en este momento de emergencia. La patente de Moderna es libre, por ejemplo, pero de poco sirve si no comparte la manera exacta de hacer su vacuna. 

Science acaba de publicar un estudio detallado de cuántos meses se aceleraría la campaña de vacunación global según la inversión extra en ampliar fábricas y cuánto supondría a la hora de evitar más pérdidas económicas (sin contar las muertes o las pérdidas más difíciles de medir, como la educación por las escuelas cerradas). 

Es desesperante que los políticos europeos, de los gobiernos y de las instituciones de la UE, hablen tan poco de soluciones concretas para acelerar la vacunación y resolver los problemas que la lastran y empleen tanto esfuerzo en buscar un culpable claro, a ser posible un villano impopular (hacen bien el papel Boris Johnson y, con más motivo, el consejero delegado de AstraZeneca, el francés Pascal Soriot).

Echarle la culpa a otro político o a un ejecutivo un poco pirata no nos salvará de esta pandemia. Sólo la ambición de tomarse más en serio las prioridades e invertir más tiempo y más dinero en ello. Los países europeos, incluido España, son privilegiados por la cantidad de recursos a su disposición. Ahora solo tienen que utilizarlos más para que crezcan más las margaritas.

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