De memoria y olvido
A veces el olvido no hace otra cosa que burlarse de la historia, enterrar los recuerdos, camuflar la verdad… Para eso está la evocación, para no ignorar. Somos en buena medida porque tenemos memoria. ¡Qué sería de la vida sin ese baúl donde se almacenan las vivencias! Y, ahora que la derecha clama contra la neutralización de la retentiva democrática, la reparación y la búsqueda de la verdad, retoma sus viejos hábitos.
A nadie puede sorprender a estas alturas que el Partido Popular use a las víctimas de ETA como arma partidista y arroje sus nombres al barrizal de la confrontación. Lo hizo con Aznar, con Rajoy, con Casado y lo vuelve a hacer con Feijóo que, como sus antecesores en la presidencia del PP, también establece categorías entre ellas. Buenas y malas. Merecedoras o no del desagravio. Dignas o deshonrosas. Las del terrorismo, sí. Las de la Guerra Civil y la dictadura, no. Su oblicua relación con el franquismo les disuadió de condenarlo hasta que no habían pasado 27 años de la muerte del dictador. Fue en una declaración institucional del Congreso de los Diputados de 2002, que condenaba también el golpe militar del 18 de julio de 1936.
Están tan habituados a usar a las víctimas de ETA en beneficio propio que han vuelto a tirar de manual con el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco y con la decisión de llevarlas al centro de su estrategia política durante el debate de la Nación. Quien creyese que el discurso de Cuca Gamarra no contaba con la bendición de Feijóo, este jueves tuvo ocasión de salir de dudas cuando el presidente del PP convocó a las asociaciones de víctimas en la Cámara Baja mientras en el hemiciclo se discutía la Ley de Memoria Democrática.
El objetivo era atizar al Gobierno por su pacto con EH Bildu para aprobar la Ley de Memoria Democrática, pero algunas como Covite o la AVT, declinaron la invitación. Lógico. No hay un dolor idéntico en todas ellas y tampoco una ideología común. Hace tiempo que algunas han salido en público a pedir que las dejen en paz, que no manchen con un logo de partido el recuerdo de sus familiares y que cese ya esa utilización nauseabunda de la aflicción. Pero nada. Ellos vuelven por sus fueros: el olvido de las vidas que se cobró la dictadura franquista y la memoria de los asesinatos de ETA . Lo malo para sus intereses electorales es que hay quien recuerda, no olvida, que su evocación es selectiva. Y que por lo que atacan hoy al Gobierno de Sánchez, pero antes al de Zapatero y antes al de González, es por lo mismo que defendía Aznar en los tiempos en los que era él quien coqueteaba con la izquierda abertzale.
Es perder el poder y activar un obsceno ejercicio de desmemoria y también de pertenencia. Lo primero, para borrar qué hizo y qué dijo cuando estaba en el Gobierno y lo segundo, para apropiarse del dolor de todos como hace de forma habitual con las instituciones, la bandera o el himno. Pero para eso están también los pliegues de la memoria, para guardar lo que hacía y decía Aznar de la banda, de los presos y de Batasuna, hoy EH Bildu, cuando unos meses más tarde el asesinato de Miguel Ángel Blanco su Gobierno se sentó a negociar con ETA con el mismo noble objetivo que buscaron todos los presidentes: acabar con el terrorismo.
Aznar fue el presidente que acercó en 1998 a los etarras más duros a las cárceles de Euskadi, con la mediación por cierto de la Iglesia vasca. Más de 100 en febrero de 1999. El inefable Mayor Oreja reconoció que era “la respuesta a 15 meses sin muertos”, porque la banda había decretado entonces una tregua que resultó pronto ser trampa.
Aznar fue también el gobernante que declaró, después de que ETA asesinara al concejal Alberto Jiménez Becerril y a su esposa, que “por la paz y sus derechos no nos cerramos a la esperanza, al perdón ni a la generosidad. Seremos coherentes”. Y que defendía en 1999: “Siempre tendré una actitud de generosidad, de mano tendida y de espíritu abierto para consolidar las posibilidades de paz”. Y aún diría más: “Si queremos la paz, hagamos la paz” y en ausencia de violencia puede hablarse de todo“. De todo es de todo.
¡Ay, el olvido!
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