Ante el riesgo de la libertad
El secreto de los dioses y de los reyes; que los hombres son libres.Egisto, tu lo sabes y ellos no
Para mi gusto, de todos los títulos honorarios y rimbombantes que orlan los escudos nobiliarios y los de los diversos lugares patrios el más hermoso es, sin duda, uno de los que adorna el de la ciudad de Málaga: “Siempre denodada” y “La primera en el peligro de la libertad”. Ahí queremos estar, denodadamente, los primeros. Los primeros cuando la libertad está en peligro, aunque no crea que realmente estén en peligro la libertad de prensa, la libertad de expresión o el derecho a la información. Más bien creo que nos han echado un hueso para que nos entretengamos a falta de ninguna reflexión profunda o real que proceda de esos cinco días de abril que constituyen la mixtificación más rotunda desde los tiempos de Paradox.
No temo ninguna legislación restrictiva que afortunadamente no llegará. “La mejor ley de prensa es la que no existe”, lo llevamos tatuado con la tinta con la que escribimos todos los que nos dedicamos a esto y hemos recibido una formación solvente. Obviamente eso no significa que no haya líneas que el periodismo no esté obligado a respetar y que vienen determinadas por las leyes ordinarias y el código penal. En España, concretamente, por los delitos de injurias y calumnias y la Ley de Protección del Derecho al Honor, la Intimidad y la Propia Imagen y por la que regula el derecho de rectificación. No son insuficientes, son otros los problemas. No temo el advenimiento de esa legislación restrictiva o esos comités o esas vigilancias porque para promulgar o modificar ciertas leyes es preciso contar con 176 votos -son leyes orgánicas que afectan a derechos fundamentales- y estoy ciertamente segura de que alguno de los “socios” de gobierno jamás transitarían ciertos senderos; no sólo por convicción, que también, sino porque ponerse de frente y de garras a los periodistas y a la prensa no es algo que los políticos estén dispuestos a hacer por mero capricho de otros.
Lo más terrible para mí ha sido comprobar, tras el propagandístico amago regulador, la cantidad de personas y de grupos que están dispuestos a avalar un control -¡incluso previo!- de los medios y los periodistas con lo que consideran el loable fin de impedir las disfunciones, que pretenden falsamente no hay forma de resolver ahora. Un nuevo hacer de la necesidad de alguien una dudosa virtud, por eso lo de la libertad viene tan al caso. Como en el cacareado binomio libertad-seguridad, en el que se pierde libertad para no alcanzar jamás la absoluta seguridad, proclaman ahora un binomio verdad-libertad. Con la información y el periodismo, con la libertad de prensa y la libertad de expresión, pasaría lo mismo; es evidente que pueden dar lugar a problemas, mas en democracia asumimos que nos trae cuenta asumirlos con tal de no cercenar el libre flujo de noticias y opiniones imprescindible en democracia.
He leído estupefacta a líderes de izquierdas, sindicalistas y hasta a periodistas o juristas estos días abogar por controles y restricciones que producen escalofríos. Lo más curioso no es que a los políticos les molesten no ya las inveraces sino las que no les gustan, algo consustancial al poder; lo más increíble es que el público haya decidido que sólo le interesa reafirmarse en los prejuicios o convicciones y que, por tanto, no es de recibo acoger sino informaciones y opiniones uniformes, únicas, reiteradas, acordes, para que puedan disfrutarlas. Incluso me consta que hay quien pide que no me dejen escribir más en este diario, en el que llevo colaborando desde su fundación porque no coinciden con mis puntos de vista.
Vengo a decirles que la actitud de los receptores también es muy importante para preservar las libertades. Todo puede ser dicho, si es bien dicho. No hay idea que no se pueda expresar, si se expresa dentro de los límites legales y el respeto a los derechos ajenos; a los derechos no a los deseos o a las molestias o al fanatismo. Esto rige para el periodismo, la universidad, las tribunas, los libros, los púlpitos, las cátedras, los discursos, el humor y los que gritan en los parques o escriben tuits. Esa es la base sustancial de la democracia: que todas las ideas puedan entrar en el flujo de la opinión pública. Me dirán ¿y las ideas repugnantes, las inaceptables? Yo soy tan radical en este punto que les diría: hasta esas porque sin conocerlas, sin estudiarlas, sin acceder a su gestación nunca podría combatirlas y, sobre todo, porque lo inadmisible cambia y la lapidación de cada época es un refugio adecuado para la censura; repasen si no el nombre de los acallados, castigados y reprimidos de Sade a Wilde, de Rushdie a Orwell, ya saben, y relean a Camus, el gran sacerdote de la verdad.
No existe un problema de descontrol en nuestro país, al menos no diferente al que otras democracias sufren en relación con las nuevas tecnologías de propaganda, término que nunca hay que confundir con la información. Para que los medios tengan calidad, el público debe asumir pagar por ella. El mayor precipitante de la pérdida de calidad periodística en España deriva de la pérdida de las fuentes tradicionales de financiación que a veces sustituyen las ideológicas. No nos rasguemos las vestiduras tampoco, tal es el origen de la prensa europea. Mientras la gran prensa norteamericana surge como industria, los orígenes europeos están inequívocamente unidos a una prensa ideológica o de combate político. Por otra parte, el cacareado concepto de fachosfera, procede de una idea francesa “la phachosfère” referida a esos núcleos de las redes, organizados, simulados, anónimos y oscuros, pero jamás ha sido utilizado en el país vecino para medios convencionales de cualquier soporte. En Francia hay revistas de ultra derecha y nadie las mete en ese morral y así debe ser. ¿Por qué no iba a poder expresar sus ideas la derecha más montaraz? Sólo las mismas leyes que rigen para los demás, ya lo he dicho. Un medio digital o analógico que cuente con una estructura empresarial, una sede física para la redacción, periodistas contratados y periodistas profesionales al cargo no entra de ninguna manera en ese concepto. Puede que a tí te resulten odiosos, pero son medios periodísticos. Si algo publican que no se ajuste a la veracidad, se rectifica; si ataca al honor o la intimidad, se demanda; si constituye un delito, se denuncia. Cosa distinta son los espontáneos sin organización empresarial ni profesional que pululan por las redes ¿quieren cortar eso? Eso es cuestión diferente, como las granjas y los ataques y los rusos y las agencias de espionaje.
Las leyes existentes en España son suficientes y sólo se puede contemplar su modernización y agilización. Modernización para incluir las nuevas fórmulas de desinformación en redes sociales -¿hablamos del anonimato o sólo interesan los periodistas conocidos?- y la implementación de fórmulas que permitan obtener una respuesta en un tiempo razonable. Eso requiere de inversión y me temo que lo de la pasta para la Justicia no está en los planes de nadie.
Todo lo demás que he leído: persecuciones de periodistas a periodistas (tribunal de honor, prohibido constitucionalmente), delaciones, control previo de informaciones (censura), establecimiento de la verdad de forma administrativa, multas, etcétera son inadmisibles y las proponga quien las proponga nos van a tener enfrente. Insisto, prefiero que se propalen algunas noticias deformadas -no todo son bulos, algunas cosas son manipulaciones- que pueden llevarse a los tribunales, a que para evitarlas alguien tenga el poder de acallar las verdades que no le gusten. Cuando piensen en prohibir algo, nunca imaginen qué harán sus amigos con esa norma sino qué harán sus enemigos cuando se encuentren con el instrumento creado. Es una vara de medir infalible. El adanismo interesado nos mata porque están inventados los males y también los remedios.
El público, las audiencias, los lectores cargan sobre ellos con una parte de la responsabilidad porque, en el fondo, parte del control depende de sus decisiones. Un periodismo que no responde a las premisas básicas del periodismo debería ser rechazado y no aplaudido. Ese rechazo ciudadano provocaría los efectos que toda la vida tuvo: reprensión o despido del profesional negligente, problemas económicos del medio, su final si persiste. La línea actual de persecución del que no circula por el marco mental determinado, la presión para que se acalle su voz, eso no es democrático sino profundamente represivo.
La cuestión es compleja. No la ha descubierto un presidente del gobierno y mucho menos debido a cuitas personales. Insisto, toda la teoría y los métodos están estudiados y las soluciones también. Por eso yo estaré denodadamente en la lucha por la libertad de prensa, como la mayor parte de mis colegas. El riesgo de la libertad me atrae en su doble vertiente: para socorrerla si es atacada y para asumir que su ejercicio no está exento de peligros que asumo.
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