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Otra mujer asesinada

Un ramo de rosas en la entrada de la vivienda de la mujer asesinada por su pareja en Torrevieja. EFE/Manuel Lorenzo

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Me pregunto si cuando se publique este texto otra mujer habrá sido asesinada. Otra. Otra mujer. Asesinada. Otra mujer asesinada. Nos hemos acostumbrado a esta frase como al tintineo de la lluvia. Recibimos las noticias de los asesinatos machistas como la información sobre catástrofes meteorológicas: diciendo que es horrible y pensando que es inevitable. Otra. Lamentarse. Otra mujer. Basta. Van no sé cuántas -decimos- como si una vida pudiera entrar en una celda de excel, como si semejante daño pudiera caber en un tuit. Los asesinatos por violencia machista son las muertes que socialmente sí parece que podemos asumir, con las que podemos convivir. Las mujeres asesinadas son los nombres que podemos olvidar, las vidas que acumulamos en cifras. Terrible, pero ahí. 

El feminismo lleva décadas explicando que el origen de la violencia machista es la desigualdad de las mujeres. Esta idea la repetimos tanto que el cansancio ya me hace dudar, ¿se entenderá eso que decimos? El-origen-de-la-violencia-machista-es-la-desigualdad-de-las-mujeres. Eso quiere decir que las películas que vemos, las canciones que escuchamos, los cuentos que nos contaron importan. Significa que el lenguaje si es sexista crea un imaginario social desigual. Que las mujeres necesitamos autonomía económica y emocional para ser libres e iguales. Significa que si las mujeres nos construimos como seres para otros donde el amor y el agrado es lo que nos valida (ser la madre, la hija, la amante o la esposa), entonces nos situamos en un plano de dependencia, nos colocamos en una trampa. 

La mejor forma de prevenir la violencia machista es garantizar a las mujeres una vida en igualdad. Los asesinatos machistas son la parte más dolorosa de la violencia de género por el daño que causan y porque ya no podemos hacer nada por esa vida. Es la parte más terrible pero solo es la punta de un iceberg. Si desvinculamos los asesinatos de todo el proceso previo que sufren las mujeres llegaremos siempre tarde. Si queremos dejar de contar mujeres asesinadas tenemos que indignarnos ante el aislamiento, el desprecio, la luz de gas y los silencios que sufren las mujeres. Alertarnos frente al control de la ropa, contraseñas, dieta y la última conexión en línea. Y también frente a todo aquello que coloca a las mujeres como ciudadanas de segunda categoría. Los asesinatos machistas no son casos o sucesos: son una manifestación de la estructura de violencia que sufrimos todas las mujeres. Si rompemos el hilo que vincula un asesinato machista con la igualdad de las mujeres, destruimos el recorrido que tenemos que hacer para prevenir la violencia machista. Los zapatos que necesitamos para hacer ese camino son las políticas de igualdad.

Las políticas de igualdad son el instrumento para conseguir una vida segura y libre para las mujeres. Sin embargo, observamos un cuestionamiento del feminismo y las políticas de igualdad que está rompiendo consensos y generando un caldo de cultivo que facilita la proliferación de discursos que cuestionan la igualdad entre mujeres y hombres. Resulta especialmente preocupante ver al Partido Popular, siguiendo la flauta de Vox, difundir bulos sobre la financiación de las políticas de igualdad, ridiculizando la aportación de estas políticas al bienestar de la ciudadanía o cuestionando el propio concepto de violencia de género. 

En democracia no es admisible el cuestionamiento de las políticas de igualdad porque los retrocesos en igualdad y en la lucha contra la violencia de género se cuentan -literalmente- en vidas de mujeres. En la ridiculización, menosprecio y mofa de las políticas de igualdad anida la estrategia de la ultraderecha para reducir el impacto de las políticas de igualdad e impulsar modelos conservadores de familia que colocan a las mujeres en posiciones de subordinación. El objetivo de Vox es normalizar lo inadmisible en una democracia: la desigualdad y la violencia contra las mujeres. 

A todo avance de los derechos de las mujeres le sigue una reacción patriarcal, como una ola con su resaca, y en estos momentos estamos sufriendo la reacción patriarcal a la huelga del 8 de marzo 2018 y a poner en el centro de la agenda política y mediática la violación de La Manada. El cuestionamiento del feminismo y de las políticas de igualdad es el precio que estamos pagando. Nada nos ha sido regalado a las mujeres.

Las mujeres que vivirán con maltratadores dentro de diez años puede que todavía no los conozcan. Invertir en políticas de igualdad y de prevención de la violencia machista significa que hoy, ahora, estamos a tiempo de evitar esos encuentros con maltratadores y esas vidas bajo la violencia machista: bien porque las políticas de igualdad facilitarían que las mujeres estén más protegidas frente a la violencia machista o bien, y esto es lo más deseable, porque los hombres tienen actitudes más igualitarias y menos violentas. La violencia machista se puede prevenir, no es un fenómeno meteorológico. Esa posibilidad es la esperanza del feminismo, el anhelo de no volver a escribir otra mujer asesinada. 

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