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Opinión - Exclusivo para socios El rompecabezas de ERC. Por Neus Tomàs

Y no estabas tú, Alberto

Feijóo en RTVE.

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Núñez Feijóo no acudió al debate de candidatos en la televisión pública porque, según sus estrategas, no tenía nada que ganar y sí mucho que perder.  Pasada la cita, la primera parte del argumento se mantiene: efectivamente no ha ganado nada. El problema reside en la segunda mitad de la tesis. No sabemos si ha perdido mucho o poco, pero se intuye que algo ha perdido. De entrada, la oportunidad de demostrar que viene a hacer política de otra manera, que sus convicciones democráticas le llevan a creer firmemente que los debates entre candidatos constituyen un derecho de los ciudadanos, no una opción estratégica de los políticos.  

Ha perdido o, aún peor, ha regalado lo más valioso que existe en una campaña: minutos de televisión gratis ante más de cuatro millones de espectadores y un 34.6% de cuota. Le dirán que la campaña ya está terminada y que no le hacen falta. Pero eso sólo se sabrá la noche del 23J. Si por el PP fuera, la campaña habría terminado el lunes 10, justo después del cara a cara que se habían cansado de explicarnos que no resultaría tan trascendente. Cuando tienes que refugiar a tu candidato un día entero detrás de una lumbalgia para que no se siga liando con las bolas que debe soltar para tratar de arreglar las trolas del día anterior, que acabe ya la campaña es algo más que un deseo; se antoja una necesidad urgente. Hay que matarnos de aburrimiento antes de que Feijóo se acabe haciendo daño él solo.

La izquierda supo aprovechar este generoso obsequio de minutos de televisión sin coste; la ultraderecha, no y, de rebote, el PP tampoco. Cuando dejas espacio libre, alguien lo ocupa. Es una ley de la física y la política. Si el objetivo de Feijóo era evitar la foto con el socio tóxico, nos ha obsequiado el doble de tiempo para contemplarle exhibiendo su toxicidad y su banalidad en todo su esplendor y sin contrapeso alguno. Si la idea de Feijóo era delegar la portavocía de la coalición de derechas en un debate de perdedores, el gol en propia meta resulta equiparable al que se marcó Santiago Abascal al sostener que la reforma laboral también era obra del satanismo de Bildu. 

Casi por primera vez en toda la campaña, los socios de la coalición estuvieron donde tenían que estar e hicieron lo que tenían que hacer. Pedro Sánchez hizo de presidente, que es lo que mejor sabe hacer y lo que no entendió que debía haber hecho en el cara a cara. Yolanda Díaz no se equivocó de rival. Fue a disputarle a Abascal, con el cuchillo y los datos en la boca, aquello por lo que realmente compite en estas elecciones: quitarle el tercer puesto y un puñado de diputados a las derechas. Sánchez puso el tono y Yolanda Díaz la contundencia, una ilustración de lo que podría ser la coalición durante los próximos cuatro años. 

Lo relevante de este debate no va a estar tanto en la derecha sino en el impacto que pueda causar entre los electores de la izquierda. En la televisión pública se visibilizó con toda su crudeza el relato que ha armado la campaña de unos y otros: esto es lo que viene, la ultraderecha habla y la derecha calla y otorga. Pero, además, los votantes progresistas pudieron contemplar aquello que precisamente llevaban reclamando durante toda la legislatura: dos socios diferentes que saben ponerse de acuerdo en lo importante sin dar el coñazo y no se confunden de adversario. Nunca es tarde si la dicha es buena. 

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