No lo politicéis, putas
Escuchar a un universitario gritarles “putas” a sus compañeras del colegio de enfrente mientras sus secuaces le jalean y les anuncian que se disponen a follárselas, o explicarles por qué ni es normal, ni puede ser una tradición, perpetrar semejante atrocidad. Susto o muerte, elijan, España, siglo XXI.
Tradición es dejarles higos, pasas y coñac a los Magos de Oriente la noche de Reyes, o ir ofrecido a la Virgen de los Remedios de Mondoñedo para aprobar el Derecho Romano en la USC, o aparcar en doble fila un momento para descargar las bolsas del súper en el portal. Llamarle puta a una mujer es una ofensa y un crimen que no merece más que el desprecio y la condena. Tener que volver a explicarlo a estas alturas resulta alarmante.
En las reacciones y excusas para tratar de justificar que les llamen putas a las alumnas del Santa Mónica se ha reproducido la misma secuencia que lleva siglos amparando en España la violencia contra las mujeres.
Primero se alega que no es lo que parece y que les llamaron putas porque las quieren y las respetan profundamente. Luego se invoca la aceptación voluntaria de las destinatarias de tanto cariño y se acusa a quien lo denuncia de victimizarlas, mientras los responsables de evitar semejantes atropellos se lavan las manos de la manera más cínica posible. A continuación, se apela a la tradición y a los ritos iniciáticos; ya se sabe, los chavales siempre serán chavales y tampoco ha sido para tanto, que no ha muerto nadie ni han violado a nadie y que todo se ha sacado de contexto. “No lo politicéis más, putas”, ninguno de los exculpadores se atreve a decirlo, pero se nota que lo piensan.
Finalmente, tres días después, se piden disculpas recordando que sólo fue una broma que se salió de madre, se alega que lo sienten mucho y se promete que no volverá a ocurrir, pero que les llamaron putas porque las quieren y las aprecian, igual que el que te pega, o te recluye en casa, o te acecha el móvil, lo hace porque te quiere.
Oficializa este discurso exculpatorio del machismo y la violencia que les pregunten a representantes públicos como Díaz Ayuso o Santiago Abascal por los gritos de violadores del colegio Elias Ahuja y acaben hablando del comunismo, del separatismo y de ETA para justificarlos, o aplaudiendo la ejemplar respuesta de las niñas del colegio al comprender y perdonar; como debe hacer la buena mujer española cuando su marido bebe un poco de más o se le va la mano porque, en el fondo, la quiere más que a su vida, y esto son todo tonterías.
Aunque si me preguntan a mí, aún me resulta más inquietante el atronador silencio de los padres, de ellos y de ellas.
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