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París nos desnuda

Ramón Lobo

Existen tres respuestas a un ataque como el de París. La primera nace de las tripas, que ya esgrime el Frente Nacional de Marie Le Pen –cerrar mezquitas, prohibir organizaciones islámicas–. La segunda, afirmar que estamos en guerra, intensificar los bombardeos en Siria, vengar los muertos. La tercera se centra en eliminar las causas que nutren el islamismo radical, apoyar a los musulmanes moderados, fomentar la educación. Es posible que ninguna de las tres sirva, y menos aún por separado. Vamos por partes.

No hay protección ante un suicida

Por mucho que se activen los colores y los números de las alertas de seguridad, por muchos policías y militares que se desplieguen en las calles y en las fronteras, no hay defensa posible contra un atacante que está dispuesto a morir. Él tiene una ventaja: sabe que va a matar; su objetivo está en desventaja: no sabe que va a morir.

El terrorista clásico trata de atentar, salvar su vida y escapar. Con él es posible la disuasión. El atacante fanatizado con premio celestial busca causar el máximo daño entre la población civil. Sus objetivos no tienen necesariamente una carga política –edificios simbólicos y centros oficiales que suelen estar más protegidos–, basta con que sean fáciles. Cualquiera puede ser la víctima, como sucedió en Londres en mayo de 2013: dos hombres rebanaron el cuello a un soldado de paisano.

Pese a todo, la seguridad es necesaria. Un ejemplo lo tenemos en el estadio de Francia, en el que los controles de acceso detectaron a uno de los atacantes que se inmoló en su huida. Es posible que los otros dos que estaban en las inmediaciones tuvieran también como misión hacerse estallar dentro de un recinto con más de 80.000 personas. Se puede proteger un estadio, pero no cada sala de conciertos, restaurante o café en una ciudad como París.

Defendemos la democracia y la libertad

Esta es la declaración más repetida por los líderes europeos y estadounidenses. El problema es dónde aplicamos tan nobles valores, a veces ni siquiera dentro de nuestras fronteras (ley mordaza, impunidad judicial). No los trasladamos a los territorios en los que explotamos las riquezas que alimentan nuestro sistema de vida. Donde abundan el petróleo, los minerales estratégicos y el trabajo esclavo no funcionan los principios porque los reemplazamos por los intereses.

Cuando se lanzan este tipo de declaraciones ampulosas, de consumo interno, se amplía la brecha con los mundos de la pobreza, la injusticia, el hambre, el machismo y la explotación porque demuestra que no entendemos nada, que seguimos aupados en un pedestal de superioridad moral que una parte del planeta no nos reconoce.

¿Qué tipo de democracia defendimos en Egipto al descabalgar a los Hermanos Musulmanes del poder pese a haber ganado las elecciones? ¿Qué tipo de libertad se defiende en los territorios ocupados por Israel? ¿Qué tipo de valores esgrimimos tras el 11-S con las cárceles secretas, los secuestros y los asesinatos selectivos? ¿Qué tipo de principios impulsaron la invasión de Irak, el derrocamiento de Gadafi y la guerra civil en Siria? ¿Qué moralidad puede esgrimir el Consejo de Seguridad si en él tienen asiento permanente y derecho de veto los principales exportadores de armas? Carecemos de la auctoritas, solo tenemos la podestás. Y a la podestás se le puede contestar con otra fuerza. Es lo que está sucediendo.

Qué bombardeamos en Siria

Después de más de cuatro años de guerra, entre 250.000 y 300.000 muertos y cuatro millones de refugiados, seguimos sin saber qué defendemos en Siria, quiénes son nuestros aliados, cuáles son los objetivos. Al principio se apoyó al Ejército Libre de Siria con la esperanza de que pudieran derrotar al régimen de Basar el Asad. Nunca les dimos las armas y los medios necesarios para vencer a un Ejército profesional. Ante la incapacidad operativa de este grupo surgieron otros, casa vez más radicales como el Frente al Nusra (que rinde pleitesía a Al Qaeda) y el ISIS (actual Estado Islámico o Daesh). Algunos de nuestros amigos del Golfo como Qatar y Arabia Saudí han estado muy activos en el envío de dinero y armas. Podríamos preguntar al Ministerio de Defensa por las ventas de municiones españolas a Riad y seguirles la pista hasta Siria. Aquí nadie es inocente.

Barack Obama había advertido al dictador Asad sobre las consecuencias de lanzar armas químicas contra su población. Lo llamaron la línea roja. En agosto de 2013, el régimen utilizó este tipo de armas contra una posición del Ejército Libre de Siria en Ghouta. Murieron 1.400, muchos de ellos niños. EEUU no atacó tras sopesarlo durante semanas. Se acogió a un plan ruso para destruir las armas químicas del régimen.

El motivo de su inacción es sencillo: no sabía qué grupo representaba sus intereses. A quién beneficiaría un ataque contra Asad: ¿a Al Qaeda o al ISIS? Han pasados dos años y seguimos en el mismo punto. Del Ejército Libre de Siria quedan bolsas aisladas. Todos los intentos de crear una fuerza armada alternativa a los radicales y al régimen han fracasado.

Los bombardeos se centran en el ISIS pero carecemos de soldados o aliados en el terreno que hagan el trabajo de la infantería. A pesar de los ataques, el ISIS se ha hecho fuerte en amplias partes de Siria y en Irak, donde domina algunas zonas petroleras (financiación).

Desde hace un par de meses hay un nuevo actor bélico: Rusia, el aliado de Damasco. Ha pasado de un apoyo político, diplomático y militar, pero discreto, a bombardear en su nombre. Es el único que sabe lo que quiere: fortalecer a Asad a quien considera esencial para derrotar al ISIS. La única salida inteligente es que EEUU, Rusia, Francia, Reino Unido y Turquía, los más activos militarmente, coordinen sus acciones y objetivos.

La paradoja para Occidente es que después de impulsar una guerra contra Asad, sea hoy su única esperanza a corto plazo para derrotar al ISIS en Siria. Se busca desesperadamente una componenda con Moscú que permita salvar la cara: que al menos se vaya Basar.

También están los kurdos: tomaron Kobane en Siria y Sinjar en Irak. Son una fuerza de combate formidable. Pero apoyarse en ellos plantea problemas con Turquía, a quien le hemos comprado desde décadas la existencia de unos kurdos malos (los suyos) y unos buenos (los que luchaban contra Sadam Husein ). Y ahí seguimos atrapados.

Primero habría que derrotar al ISIS y después cambiar de régimen, democratizar Siria; pero ¿con qué herramientas sociales y políticas? La sociedad ha sido destruida, como en amplias zonas de Irak. Esa destrucción moral y emocional alimenta el ISIS y a los grupos radicales.

Refugees welcome

Será la investigación judicial la que determine la exactitud de los hechos, los nombres de los atacantes, su procedencia y el modo en que llegaron a las diversas escenas de los crímenes, pero existe la posibilidad de que uno o varios de los participantes en la matanza hayan entrado en Europa confundidos entre los refugiados sirios. Un pasaporte junto a un cadáver no prueba una vinculación: puede ser un documento robado, una trampa de los asesinos.

Los radicales, ultraconservadores y xenófobos europeos no esperan a las confirmaciones ni respetan los duelos. Se han apresurado a demandar el cierre de las fronteras, la reducción de las cuotas de refugiados e impedir la entrada de nuevos solicitantes de asilo. Volvemos al viejo debate: ¿seguridad o derechos humanos?, como si fuesen incompatibles. ¿Se deben cerrar las fronteras para impedir que entren algunos terroristas pese a que los refugiados son víctimas que escapan del mismo terror que hemos vivido en París?

Son tiempos propicios para los argumentos racistas, las mentiras y la Europa fortaleza. Si se prohibiera la llegada de nuevos refugiados y se expulsara a los que llegaron este año, no tendríamos más seguridad. Lo ocurrido el viernes seguiría siendo posible porque el mayor peligro potencial son los 20.000 combatientes extranjeros que luchan en Siria e Irak bajo la bandera negra de Daesh y los jóvenes que se radicalizan en nuestros barrios y compran el relato del ISIS . Es su salida de la crisis: ser un mártir frente a un mundo que les ignora.

La solución para los refugiados sirios es la misma que antes del 13-N: más fondos para ACNUR que gestiona los campamentos de Turquía, Líbano y Jordania, apoyo a los gobiernos que acogen a cuatro millones de personas cerca de las fronteras sirias, apertura de oficinas en la zona para tramitar las solicitudes de asilo y determinar quiénes tienen derecho al estatuto de refugiado junto a la investigación policial correspondiente sobre su pasado, ya que aquellos que han cometido crímenes de guerra no tienen derecho a asilo.

Todo es fruto de una gran improvisación: la crisis de los refugiados y los bombardeos. Se actúa a golpe de titular o de fotografía de niños ahogados sin un plan definido. Esta Siria desangrada existe desde hace más de cuatro años, pero nos acabamos de enterar este verano. ¿Quién se acuerda hoy de Aylan Kurdi? Él es otra víctima de la locura que han padecido Nueva York, Londres, Madrid, Beirut o París. Las sociedades sin memoria no pueden ganar la guerra. Y menos aún la paz.

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