A propósito de Gorbachov: la gran cuestión
Asombra la capacidad de reescribir la historia en apenas 30 años habiendo personas vivas que han sido testigos de los hechos. Si pensamos en cómo vivimos hoy en el reinado de las noticias falsas, bombardeadas al minuto, cabe imaginar un futuro asentado sobre bases falsas. La importancia de Mijaíl Gorbachov se contempla a su muerte, a la luz de los intereses ideológicos o de la osada ignorancia, incluso de la emotividad subjetiva. Ni el Kremlin reivindica su legado, dicen. Naturalmente. Putin no acude al entierro, lógico: son opuestos. Occidente ayuda con fruición en la tarea. Es una figura incómoda, por su intento y por sus logros. Y, hoy más que nunca, renace para dejar una pregunta en el aire: ¿Hay que luchar por cambiar lo maltrecho o es preferible seguir la corriente y si acaso tratar de operar, sin hacer mucho ruido, desde adentro? Una cuestión eterna que ha avalado mil cesiones en la historia.
De todos los análisis leídos estos días que desde la izquierda hablan de fracaso, ha faltado ver por qué no solo Rusia sino las repúblicas soviéticas se iban derruyendo por sí mismas. Por qué, en el verano de 1989 que precedió a la caída del simbólico Muro de Berlín, los ciudadanos huían por las fronteras que se iban forzando en Checoslovaquia, Polonia, Hungría, Alemania oriental... ¿Se atreven a decir que fue Mijaíl Gorbachov quien propició la destrucción de una Unión Soviética idílica? Se atreven, sí.
Lo que sí hizo el entonces presidente de la URSS fue negarse a enviar al ejército para sofocar las manifestaciones en la RDA -que amenazaban con ser las más desestabilizadoras- como le pedían sus mandatarios. “No lo lanzaré contra el pueblo”, aseguran que dijo. Gorbachov venía promoviendo reformas desde el desastre de la Central Nuclear de Chernóbil. La “glasnost” (apertura), que ha de permitir una mayor libertad de expresión y de prensa. La “perestroika” (reestructuración) que aborda pilares fundamentales del sistema político y económico, con el objetivo de llegar a un sistema socialista de mercado, la socialdemocracia. Se hizo para ello con un equipo de expertos internacionales de primera fila.
A Gorbachov le guiaba la utopía: buscar lo que debería ser. El capitalismo observa la realidad para aprovecharse de ella. En las sociedades soviéticas los ciudadanos tenían las necesidades básicas cubiertas – casa, educación, sanidad o cultura- a cambio de una dura estrechez en el consumo y de soportar un marco de corrupción, burocracia, censura y falta absoluta de libertades. Todo ello se unió para la desintegración. Males endémicos que en buena parte soportan desde luego los países capitalistas.
Austeridad y represión que no incluían “a los de arriba”, como les llamaban. En Berlín Este, en los días que desembocaron en la caída del Muro, las verdulerías solo ofrecían coles, las casas de discos de Friedrich straße ofertaban a bajo precio lo mejor de la música, y circulaba el tranvía en unas calles apenas sin tráfico. Los ciudadanos, hasta en corrillos en la calle y a través de sus organizaciones, solo se quejaban de la falta de libertad de expresión y para poder viajar. En el vigésimo aniversario añoraban “la solidaridad que había entre ellos”, sustituida ahora por el egoísmo como motor social.
Había más. En la mezcla de causas, se resiente en alto grado la diferencia entre una economía planificada y una del llamado libre mercado. El año siguiente, en octubre, se produce la reunificación alemana. Para entonces, apenas había restos ya del Muro. La frutería ofrece un vergel, marcas cosméticas internacionales pueblan los escaparates, coches japoneses transitan por las calles, máquinas expendedoras de caramelos adoctrinan a los niños en la sociedad de consumo. Precios del Oeste, sueldos del Este… un tercio inferiores. Ha nacido una nueva ambición: el dinero. Uno de los opositores que juró no secundar nunca la reunificación es ministro, otro está en huelga de hambre.
El Jefe de la Agencia Estatal de Privatización de la RDA, habla de serias dificultades para su labor. Olivetti oferta un marco por una fábrica a condición de que reduzca su personal de 12.000 a 900 trabajadores. Las plantillas están sobredimensionadas, dicen. La productividad del Este es la mitad que la occidental, dicen. Y las reclamaciones por antiguas propiedades confiscadas retraen a los compradores. Ya hay un millón de parados.
La URSS, Unión de Repúblicas Soviéticas, se disolvió en 1991, dos años después de la caída del Muro de Berlín. 130 etnias reunidas en 15 países distintos afrontaban sus destinos con fuertes componentes nacionalistas en muchos casos. En ese tránsito, no superior a 24 meses, las reformas no se notan en la calle. Todavía es necesario contar con un “asesor de prensa” ruso para rodar en Moscú. En los restaurantes para los ciudadanos locales, el puré de patatas con pollo apenas contiene algo de carne sobre la escueta carcasa. El “asesor” me explica que muslos y pechugas se venden en el mercado negro. A todas mis asombradas preguntas, que se suceden en multitud a diario, responde: A Rusia no hay que entenderla, hay que sentirla. Y es cierto. A pesar de los pesares, el profundo legado de su cultura se hace notar y seduce. Es brutal que ahora se la prohíba en occidente por la guerra, es inaudito.
Gorbachov pensó ya en un mundo global con un eje Este-Oeste integrado en el que se abordara el cambio climático, ordenó la retirada de Afganistán y emprendió cumbres con los presidentes estadounidenses para limitar las armas nucleares y poner fin a la Guerra Fría, cosa que consiguió. Reagan, primero, y luego George H. W. Bush fueron sus interlocutores. Este último, por cierto, promovería al poco tiempo la primera guerra del golfo contra el Irak de Sadam Husein. En la práctica, una forma de hacerse con el control del petróleo. Solo por ese afán de disuasión nuclear debe ser reconocida la gestión de Gorbachov. Y más, ahora precisamente que soplan vientos bélicos contrarios por completo.
Reprochan a Gorbachov que los acuerdos para que la OTAN incluyera a la Alemania Unificada pero no a los países fronterizos con Rusia fueran solo verbales. Escribe Rafa Poch, uno de los periodistas mejor y más seriamente informados, que “luego todos los espacios de los que la URSS se retiró fueron ocupados por la OTAN contra Rusia, operación que continúa aún hoy con dramáticas consecuencias bélicas. En Occidente no creían en ninguna ”nueva civilización“. Y cita a los políticos ”vulgares y reaccionarios“ que se cruzaron en su camino y a los que abrazaron ”el neoliberalismo de aquellos, como Mitterrand o González“.
Hoy, inmersos en la guerra que no se quiso evitar, la OTAN vuelve a levantar los muros de la Guerra Fría y alienta la producción, venta y tenencia de armas nucleares. Un peligro atroz y una tragedia que en nada compete a Gorbachov. Haría falta, por el contrario, otro que lo intentara, muchos otros que lo lograran. No deja de ser curioso que China emprendiera el mismo camino que la URSS de Gorbachov, casi simultáneamente. Al gobierno comunista de Pekín le asesoró Milton Friedman, el padre de la escuela neoliberal de Chicago, quien les aconsejaría aunar el capitalismo sin abandonar el control autoritario. A juicio de Friedman, la doble vertiente había funcionado “con éxito” en el Chile de Pinochet. ¿Ése era el camino?
Gorbachov tuvo enfrente una dura resistencia en diversas vertientes. El núcleo duro del comunismo le da un golpe de Estado en agosto de 1991 mientras él estaba ausente. Solo duró tres días pero marcó su final. Boris Yeltsin, en contacto con el presidente Bush, según se supo después, lo detuvo encima de un tanque y harto de vodka. Leo que fue Yeltsin quien facilitó “la transición democrática de la URSS” y quien “remató el comunismo” y se me cae el alma a los pies. Presidente ya solo de la Federación rusa, pero elegido en las urnas por el pueblo que le prefirió a Gorbachov, su etapa se caracterizó por la entrega del patrimonio a diversos oligarcas, por la corrupción y por sus sonadas borracheras. Yeltsin propiciaría que fuera Vladímir Putin su sucesor. El antiguo agente de la KGB lleva en el poder, en diversos cometidos, desde 1999. Capitalismo sin fisuras y ambiciones zaristas. Habría que preguntarse quién fracasó.
Caído el Muro de Berlín, Occidente se apresura y aprueba en el mismo mes de noviembre de 1989 el “Consenso de Washington”, al que seguiría el “Consenso de Bruselas”. Ahí estaban las líneas maestras del neoliberalismo, con sus privatizaciones y expolios de los servicios públicos rentables que han aplicado sin piedad desde entonces. ¿También fueron culpa de Gorbachov? Es insultante incluso preguntarlo.
Escribe Rafa Poch, que le conoció bien, que Mijaíl Gorbachov era una persona carente de toda arrogancia, y que “sin ese fondo de ingenuidad y optimismo sobre las personas y el mundo, nunca habría podido proponerse metas como acabar con la Guerra Fría o democratizar el sistema soviético, Y estoy con Poch, por completo, cuando dice que ”la falta de libertad que había en los países de Europa del Este (…) palidece al lado de la pobreza, y las relaciones de desigualdad, explotación y vasallaje que imperan en la mayor parte del mundo, incluidos algunos de los países antes dominados por la URSS y que hoy padecen la habitual mezcla de democracia de baja intensidad y capitalismo“.
¿Las fachadas o el fondo? también es una cuestión que meditar.
Los obsoletos escaparates de Alexanderplatz en 1989 dieron paso en el mismo local a provocativos maniquíes de última moda apenas un año después. En el 30 aniversario, este 2019 prepandemia, se ubicaba allí mismo un masificado Primark de ropa low cost, cosida sin duda a bajo costo en países en desarrollo. ¡Claro que hoy todo es distinto! EEUU y Rusia pelean por el poder en Ucrania –lo dice sin complejos hasta The New York Times- el resto del mundo pagamos duramente la guerra. Sobre todo los ucranianos, por supuesto. Dentro de tres semanas Italia se dispone a votar un gobierno fascista extremo, encabezado por Giorgia Meloni y con Salvini y Berlusconi. El PP europeo les da sus bendiciones. Y un sujeto con tatuajes de simbología nazi ha intentado asesinar a la vicepresidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner. Tras acusaciones de law fare y con la complicidad de los medios que incluso entrevistan a los amigos y compinches del agresor. Un patrón que se repite.
Y ahora, díganme, ¿es mejor callarse para no cometer equivocaciones ni recibir críticas desde el sofá o hay que intentarlo por si alguna vez se puede? Bien mirado si Gorbachov hubiera controlado y desactivado a los enemigos de la democracia pudo haberlo conseguido. Porque es eso: la democracia. Y porque sí marcó el camino en un gran movimiento que cambió la historia del mundo. Luego el poder de siempre se reajustó. Ahí está la clave.
53