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La pseudociencia me habría matado

Un quirófano en un hospital público

Carlos Hernández

Mentiría si os dijera que le he dado muchas vueltas antes de compartir esta historia personal, por íntima que sea. No me resulta agradable, pero tengo que hacerlo. Espero que después de leer los hechos que os voy a relatar comprendáis los motivos que me han empujado a desnudarme de esta manera ante todos vosotros.

El pasado 30 de octubre murió Jesús Martín Tapias, un excelente periodista y un gran amigo. Acabó con él un cáncer de colon que manifestó los primeros síntomas cuando ya era demasiado tarde. Pasado el shock inicial, tras el devastador diagnóstico, Jesús no quiso marcharse sin elaborar su gran crónica final. Durante sus últimos meses escribió un libro titulado Mi maratón contra el cáncer en el que narró la forma en que había hecho frente a la enfermedad y denunció que un sencillo test de detección precoz le habría, muy probablemente, salvado la vida. Una prueba fácil y barata para detectar sangre en heces que ya se realizaba en varias comunidades autónomas, pero que aún no había incorporado la sanidad pública de Madrid, donde él residía. “PROTESTO enérgicamente por una situación a todas luces injusta —escribió Jesús en su libro— si hubiese vivido en el País Vasco o Valencia, lo más probable es que me hubiera librado de todo este sufrimiento”.

Tras su fallecimiento un ejército de amigos y, muy especialmente, su mujer y sus hijas dejamos a un lado el dolor y nos dispusimos a cumplir sus últimas instrucciones. Por tierra, mar y aire; o mejor dicho, por Twitter, radio, prensa y televisión nos sumamos a la campaña que, ya desde hacía años, desarrollaba la Asociación Española contra el Cáncer (AECC). El objetivo era presionar a todas las comunidades autónomas para que incluyeran cuanto antes en ese test de detección temprana al 100% de la población de riesgo, es decir a hombres y mujeres de entre 50 y 69 años de edad. La AECC calcula que así se podría evitar el 90% de los 41.000 nuevos casos de cáncer de colon que se diagnostican cada año en nuestro país.

La improvisada acción tuvo una amplia repercusión mediática y reacciones muy positivas en las redes sociales. ¿Todas? No. Confieso que no me esperaba que surgiera un enemigo con el que no estoy familiarizado. “El test no salva vidas (…) está promoviendo daños a cientos de miles de personas. No es recomendable”, empezó a contestar un médico con más de 12.000 seguidores. Inicialmente creí que era un curandero o un vidente más, de esos que llenan la parrilla televisiva durante las madrugadas. Sin embargo, al documentarme encontré que medios tan serios y respetables como La Vanguardia o Lamarea habían entrevistado al personaje y le habían servido de altavoz para sus peregrinas teorías.

No diré el nombre del supuesto doctor (al parecer lo es) para no darle publicidad y porque hay muchos otros de la misma calaña. Son los más peligrosos ya que no utilizan ridículos rituales, ni usan bolas de cristal o patas de conejo. Ellos emplean gráficos, cifras y datos extraídos de supuestos estudios médicos. Estos pseudocientíficos, además, van de progres, de ecologistas y de antisistema. Utilizan hechos ciertos y muy deplorables, como la tiranía de la industria farmacéutica, para inventarse teorías alternativas, supuestamente científicas, con las que alcanzar notoriedad y, de paso, forrarse.

“No vacunes a tu hija que eso solo sirve para engordar la cuenta de resultado de las farmacéuticas”; “No hagas caso de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud porque esa institución obedece a los dictados de las grandes potencias”; “No te hagas mamografías ni te vacunes contra la gripe, toma remedios naturales como hacían nuestras abuelas”… Mensajes de rebeldía casi revolucionaria que, además, invitan a un regreso a lo natural, a lo auténtico. Es por ello que ese discurso lo acaban comprando miles y miles de personas. Muchas por una especie de falso romanticismo; muchas otras por la lógica desesperación a la que les ha conducido una terrible enfermedad… En cualquier caso, muchas más de las que creemos. En aquellos tristes días no fueron pocos los tuiteros que hicieron suyos los argumentos de aquel charlatán.

La vida depara unas casualidades tan jodidas que dos meses después de todo aquello y sin yo decirle nada, mi médico de cabecera decidió incluir en mi chequeo anual (que suele ser bienal o trienal debido a mi innato despiste) uno de esos test de cribado de heces para detectar precozmente el cáncer de colon. Yo aún tenía 48 años, es decir, dos menos que la edad reconocida como “de máximo riesgo”. No sé por qué lo hizo, pero muy probablemente me salvó la vida (¡Gracias Fernando!). Me hice la sencillísima prueba y una semana después me dio la noticia: “¡Vaya! Ha dado muy positivo… te tienes que hacer una colonoscopia urgente”. Seis días después se me practicó esa exploración; en ella me detectaron un pólipo en el colon de un tamaño tan considerable que no fue posible extirparlo en ese momento. El médico que me intervino no quiso “mojarse”; me indicó que no parecía maligno, pero que hasta que no lo extrajeran y lo analizaran no se podía descartar nada.

A mediados del pasado abril me extirparon el pólipo. Afortunadamente habían llegado a tiempo y el colon estaba completamente limpio. Tanto el gastroenterólogo como mi propio médico de cabecera coincidieron en la conclusión: es imposible asegurarlo, pero por el tamaño y sus características había muchas posibilidades de que hubiera acabado convertido en cáncer. Los expertos en la materia y la AECC insisten en las evidencias científicas: no todos los pólipos en el colon derivan en cáncer, pero sí la práctica totalidad de los cánceres de colon empiezan siendo simples pólipos. El proceso de “malignización” de un pólipo no es ni mucho menos inmediato; tarda una media de 8 años por lo que el cáncer de colon, siendo el que más incidencia tiene en nuestro país, también es el más evitable.

Las comunidades autónomas se han puesto las pilas con este tema y, aunque con excepciones, han avanzado en la implantación de esta prueba de detección precoz que puede salvar miles de vidas. Aun así, alrededor de 37.000 españoles y españolas siguen muriendo cada año por esta enfermedad. Al igual que ocurre con otras patologías, quizás ha llegado el momento de empezar a contabilizar también los fallecimientos provocados por charlatanes como el que he mencionado.

La AECC expresó el mes pasado su preocupación por el incremento de personas que están abandonando sus tratamientos de quimioterapia para ponerse en manos de pseudoterapias. Esta asociación denuncia que cada vez reciben más llamadas preguntando “por los efectos de la guayaba, el veneno del escorpión azul o las constelaciones familiares a la hora de curar un cáncer”. No es ninguna broma. Las muertes provocadas por esos pseudocientíficos que ganan dinero a costa de la ignorancia y/o la desesperación de los enfermos se parecen mucho a un homicidio puro y duro.

Son las autoridades las que deben legislar y perseguir este tipo de prácticas. Abrir la puerta a que se vendan productos homeopáticos en las farmacias, tal y como acaba de aprobar el Ministerio de Sanidad siguiendo una directiva europea, no parece el mejor de los caminos. En este tema, como en casi todos, no valen medias tintas. Estos “terapeutas”, especialmente los que se disfrazan de progres, ácratas y ecologistas, son muy peligrosos. Que se lo digan al padre de Mario Rodríguez que vio morir a su hijo tras abandonar su tratamiento contra la leucemia aconsejado por un curandero. Que se lo digan a esas madres, hermanos e hijas que llaman desesperados a la AECC porque sus seres queridos dejan la quimioterapia para ponerse en manos de bocazas que les aconsejan tomar zumos de zanahoria. Que se lo digan a la familia de Jesús Martín. Que me lo digan a mí.

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