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Lo realmente histórico

Maruja Torres

Harta de melaza monárquica pasteurizada, intenté buscar en Wikipedia un hecho verdaderamente histórico que hubiérase producido un 19 de junio, pero me salió fatal: en 1944 se casó por primera vez Marilyn, cuando era Norma Jean –a ella le salió peor el matrimonio que a mí la búsqueda–, y además, en Querétaro, México, en 1867, el emperador Maximiliano I, también llamado el Inoportuno, fue fusilado. Maruja, mejor dejar el 19.

Y héte aquí que un día antes, precisamente cuando escribo esto, es decir, el 18 de junio, tuvo lugar un evento de real calado histórico: los profesionales médicos reconocieron formalmente, en la emblemática ciudad de San Francisco, la existencia de la epidemia del sida. Fue en 1981, y desde entonces el sufrimiento se instaló entre nosotros. Eso sí que es historia, amigos y amigas. Recordad la maldad de los conservadores que intentaron culpar de la Plaga a quienes vivían el sexo, para ellos, de forma contra natura. Recordad el dolor, la exclusión social, los despidos, el desdén, recordad como se apelaba a un castigo de Dios, de ese dios de heces que siempre tienen a mano para cebarse en los diferentes.

Siguieron investigaciones, siguieron muertes, tantas muertes y tanto sufrimiento previo que me tiemblan las manos al escribir, al recordar los nombres de las personas que amé, que amo aún, y que ya no están entre nosotros. Siguieron medicamentos, tratamientos, esperanzas.

Os diré otro hecho histórico que tampoco ocurrió un 19 de junio –qué bien empleado está el artículo indefinido ahora, aquí, por una vez, añado–, sino en otro día de la primavera de 2012, y que se perpetró oficialmente al publicarse en el BOE los recortes en la Sanidad Pública que, entre muchas otras maldades, reducían el Plan Nacional sobre el Sida y dejaban a las personas aquejadas de VIH en desprotección, en nueva condena.

Recuerdo ahora aquellos años de lucha para normalizar y para atender, y recuerdo también la pompa con que el entonces Príncipe de Asturias se complació en entregar el premio que lleva su nombre a la brava Elizabeth Taylor, por su valor en semejante lucha contra los prejuicios y por la obtención de fondos. Y me ocupa esa imagen la mente, no sé por qué, en un día histórico que a mí ni me va ni me viene.

¿Qué por qué escribo esto? Quizá porque también he leído que un 18 de junio, el de 2010, murió el ciudadano escritor José Saramago, aquel que dejó escrito que “de todos los derechos humanos, el único que no está permitido es el de disentir”.

Y dado que disiento, disiento por la parte que me sale de las narices.

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