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Retuit, el botón de tirar la piedra y esconder la mano

Twitter ganó 1.206 millones de dólares en 2018, su primer año con beneficios

Delia Rodríguez

El programador que hace diez años desarrolló el botón de retuit en Twitter acaba de decir que se arrepiente de ello, que crearlo fue como darle un arma a un niño de cuatro años. Hasta ese momento, cuando un usuario quería redifundir una opinión debía hacerlo manualmente. Escribir “RT”, comillas, vigilar que encajara en el número límite de caracteres, publicar y avalar la idea con su propia cara, que aparecía al lado. La persona citada muchas veces ni se enteraba del éxito de su mensaje.

Con la creación de un botón que simplificaba todo este proceso a un solo click, se consiguió que un comportamiento que requería unos segundos de reflexión se transformara en un impulso automático, emocional e irracional, donde se escondía al retuiteador y se primaba al retuiteado, dándole poder además con una métrica -el número de retuits- que le permitía conocer exactamente la popularidad de su opinión. El público, ante un timeline abarrotado y adormecedor, prefieren el contenido que destaca por ser emocionalmente extremo, situándose a favor o en contra. Twitter convirtió a cada usuario en un pequeño programador televisivo obsesionado con las audiencias, permitiéndole adaptar con precisión sus opiniones a los demás, a menudo radicalizándolas. Irresistible para un mamífero social.

Si añadimos que Twitter suele usarse en el móvil y que -a diferencia del ordenador- el primer impulso ante una situación emocionalmente negativa es agarrarlo, ya tenemos todo lo que se ha criticado a la red en los últimos años: su veloz irracionalidad, su capacidad para organizar a las masas en juicios públicos, su habilidad para difundir falsedades y la dificultad de deshacerlas, la asimetría en la que unos pocos consiguen toda la atención y la mayoría ninguna, la aparente polarización de las opiniones políticas, la facilidad para convertir a casi cualquiera en un troll en un momento dado, la virulencia de las guerras culturales.

En esos primeros segundos de respuesta emocional, a los que Daniel Kahneman dedicó su bestseller científico Pensar rápido, pensar despacio, y que el botón de retuit eliminó, está todo. La diferencia entre lo racional y lo irracional, entre las creencias y la ciencia, entre los sesgos y el pensamiento crítico, entre la tribu y el individuo, entre la compasión y el linchamiento.

El botón mejoró nuestra eficacia para lanzar la piedra y esconder la mano. Es difícil culpar a los programadores que hicieron bien su trabajo: la historia de Internet es la historia de la mejora de las herramientas de comunicación humana. Twitter es extremadamente bueno agrupando masas alrededor de ideas sencillas, igual que Instagram es la obra cumbre de la humanidad para crear modas a través de la insana comparación con el otro.

Instagram, por cierto, está haciendo pruebas en algunos países para limitar otro botón infame, el de “like”, debido a la ansiedad y adicción que produce entre los usuarios conocer una métrica exacta de la validación social, algo a lo que probablemente no estamos preparados como especie. En Twitter tampoco gusta su botón de like, que tuvo primero forma de estrella y después de corazón. Jack Dorsey, consejero delegado de Twitter, reconoce que llevan tiempo planteándose los efectos de sus botones, aunque sin dar nunca una fecha concreta para su cambio o eliminación.

Hace unos meses Whatsapp limitó el número de veces que podía ser compartido un enlace como una forma de intentar disminuir su capacidad para crear viralidad, pero solo después de varias muertes en India por linchamientos promovidos en su red.

Lo que está ocurriendo tiene un nombre: control de daños. Eliminemos un botón, pidamos perdón por cierta funcionalidad, mejoremos un poco este problema concreto, establezcamos algún límite.

Programadores y empresas están tomando una mínima conciencia de lo que han hecho en la última década y proponiendo algunas soluciones, que siempre son tecnológicas, individuales y ridículas en comparación con los daños que han causado. Te recomendamos que pongas la pantalla del móvil en blanco y negro, que mires el tiempo que pasas en cada aplicación y que elimines las notificaciones, nos dicen, después de haber cambiado la política, el sistema informativo, nuestro comportamiento en sociedad y nuestro cerebro.

Las soluciones tecnológicas son tan viejas como internet. El autor y pionero de Internet Álvaro Ibáñez recordaba que el programa de correo Eudora incorporaba un sistema de autocontrol de los correos nocivos hace casi 20 años, con una filosofía similar a la que pretende implantar Instagram para el control del acoso. Si a estas alturas las plataformas no han desarrollado redes menos nocivas es por la misma razón por la que las tabaqueras no han creado cigarrillos de plantas medicinales. Va contra la esencia misma de su negocio.

Y como siempre, como en todo, hay dos posturas, una pragmática, que apuesta por mejorar en lo posible el sistema desde dentro y otra desolada, que no ve la forma de arreglarlo sin destruirlo.

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