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Solemnizar lo obvio

Pedro Sánchez, durante una entrevista La Sexta

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Los líderes del PP, de la ultraderecha de Vox y de Ciudadanos no creen en la palabra del presidente. Lo consideran un mentiroso patológico, de tal modo que si faltó a su palabra cuando dijo, antes de ganar las elecciones, que jamás concedería un indulto a los líderes del procés, volverá a hacerlo ahora con el referéndum de autodeterminación. Esa es la tesis y esa es la profecía de una oposición virulenta, falaz, agresiva y dispuesta a todo para desgastar al Gobierno. Incluso a que de Casado brote un ejercicio de negacionismo histórico sobre el golpe de Estado que acabó con la II República y una justificación de facto de la sublevación de Franco que llevó a la Guerra Civil y a 40 años de dictadura. En el fondo, con sus palabras sobre el enfrentamiento entre “quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia”, el presidente del PP establecía un paralelismo entre dos gobiernos que la derecha considera ilegítimos. El de 1936 y el de 2021. 

La diferencia entre los indultos y el derecho de autodeterminación es que los primeros son legales porque están previstos en el ordenamiento jurídico y la escisión de un territorio del Estado no forma parte de nuestra Constitución ni está recogida en el derecho internacional, salvo para situaciones de dominio colonial o a minorías dentro de un Estado sometidas a opresión o discriminación, algo que no encaja en el caso de Catalunya.

“Señorías, no habrá referéndum de autodeterminación. Salvo que quienes lo defienden consigan convencer a las tres quintas partes de esta Cámara para que se modifique el artículo 2 de la Constitución y posteriormente los españoles ratifiquen ese cambio mediante referéndum. Y aun así, el PSOE, del que me honra ser secretario general, nunca jamás lo aceptaría”. Nítido, diáfano, cristalino. Así se expresó el presidente del Gobierno en sede parlamentaria respecto a la posibilidad de que su gabinete autorice una consulta sobre la independencia de Catalunya y que, en opinión de la derecha española, forma parte de una “agenda oculta” pactada ya entre Sánchez y el independentismo. 

La oposición es libre de creer o no en la palabra de Sánchez, lo que es más cuestionable es que el líder de un partido con vocación de alternativa de Gobierno como Pablo Casado desconozca la letra de la Carta Magna, las resoluciones de Naciones Unidas y el derecho comparado de Francia, Italia, Alemania, Noruega, Suiza, Bulgaria, Lituania o Estonia. Pero mucho más grave que la ignorancia -si eso fuera- es que engañe con descaro a la ciudadanía, que no tiene por qué estar al tanto del derecho internacional. Una mentira repetida mil veces -como la de que Sánchez está dispuesto a romper España para seguir en La Moncloa- no se convierte en realidad, pero sí puede instalarse en la sociedad mediante una reiterada y falaz campaña como la que la derecha ha desplegado ahora en línea con lo que hace siempre que gobierna la izquierda. 

Ni Sánchez ni ningún presidente de Gobierno del signo político que sea puede autorizar una consulta sobre la escisión de una parte del territorio. Y aun así el jefe del Ejecutivo, los diferentes ministros de su gobierno y el PSOE en pleno han de solemnizar cada día lo obvio porque la derecha, sus medios de cabecera y toda su trompetería esparcen con tanto ruido como furia una y mil veces la misma patraña. 

En el Macbeth shakesperiano se describe magistralmente el drama de la ambición del poder por el poder, ese afán que Casado atribuye a Sánchez y que subyace sin embargo en cada una de sus palabras y de sus hechos. Todo vale. Pasó en los últimos años del felipismo, pasó con Zapatero y pasa ahora de nuevo. Antes incluso de que el segundo presidente socialista de la democracia tomase posesión del cargo, la oposición del PP ya dijo que el suyo sería un gobierno ilegítimo y ahora lo vuelve a ser el de Sánchez porque primero llegó a La Moncloa mediante una moción de censura y después fue investido con los votos del nacionalismo vasco y catalán, que deben ser menos legítimos que los del PP aunque salieran de las mismas urnas, a tenor de la narrativa de la derecha.

La  agresividad que destilan las derechas ha conseguido que una parte de la sociedad se sume a la gresca nacional convencida de que España, lejos de ser un país democrático, no es más que un émulo de Venezuela, Nicaragua o Cuba, como dice Abascal, repite Ayuso y esparce Casado en una estrambótica competición por el liderazgo del bloque al que representan. No parece que todo ello forme parte sólo de una estrategia para erosionar a un Gobierno que consideran débil e impostor, también es toda una radiografía de la decadencia política y moral de quienes se niegan a aceptar la realidad de que hoy no ostentan el poder institucional y confunden su furia con la verdad. Cuando hay que solemnizar lo obvio es porque el campo de batalla está intransitable.

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