Sumar no es vetar

Yolanda Díaz es de esas personas que hacen política en voz baja, que rara vez recurren a proclamas apocalípticas, que acostumbran a abrirse paso en la escena pública con argumentos y buenas maneras. Y, con los tiempos que corren, no es poco que alguien que se pasea casi a diario por los informativos de todas las cadenas, lo haga con modales exquisitos y dedique gran parte de su tiempo a hablar de diálogo, consenso, paz, amor, corazones, fiestas y alegrías.
La alegría, que es propia de miradas y actitudes compartidas, no parece sin embargo la nota que distinga en estos días a los dirigentes de Unidas Podemos, una formación en la que Díaz no milita pero a la que sí representa y lidera dentro de la coalición de gobierno por obra y gracia de Pablo Iglesias.
La profunda brecha política y personal que separa a Yolanda Díaz de la cúpula dirigente de UP se ha convertido en un problema para la titular de Trabajo, para los morados y para el futuro de toda la izquierda, como bien ha demostrado el resultado de las últimas elecciones en Andalucía. Y es en este escenario, y sin haber tomado nota de los errores del pasado, en el que la vicepresidenta presenta este viernes en Madrid la plataforma Sumar con la que aspira a “ganar España”. Un acto al que no ha sido invitada la cúpula de Unidas Podemos. Mucho más que eso: Díaz les ha pedido expresamente que no asistan, y así lo han contado públicamente Ione Belarra y Pablo Echenique. Ella quiere un acto con “gentes”, pero sin dirigentes, pero entre las gentes al parecer sí incluye a la militancia morada y a algunos de sus cuadros medio, que han sido llamados por su equipo. “Nos impone la ausencia, pero nos reclama que le llenemos el acto de militancia”, se lamentan en el espacio confederal.
El caso es que mucha fiesta y mucha alegría no se percibe entre los morados por el desplante de quien aspira a liderar un frente amplio a la izquierda de la izquierda sin interferencias de siglas o nombres que le lastren. Que no vayan los primeros espadas teniendo en cuenta que “lady consenso” -como la llaman en algunos ámbitos gubernamentales- pretende liderar un movimiento en torno a la sociedad civil podría tener su lógica, pero como la disonancia interna ha sido la tónica general desde que Díaz asumió la vicepresidencia segunda, la decisión de vetar a los líderes de la formación morada añade más ruido al ruido entre dos partes condenadas a entenderse si aspiran, no ya a la supervivencia sino a obtener un resultado en las próximas generales que les permita reeditar el gobierno de coalición con el PSOE.
Nadie duda de que la referencia más solvente para rearmar ese frente amplio se llama Yolanda Díaz, pero tampoco de que si la vicepresidenta transita por la senda del veto, la imposición y las cuitas internas, el proyecto está condenado al más estrepitoso de los fracasos. Mucho más si el rechazo a los partidos lo que pretende es diluir tan sólo la presencia de Unidas Podemos, pero no la de otras marcas como Más País, Compromís o IU.
No ayuda tampoco a la cohabitación pacífica ni al entendimiento mutuo que de boca de Yolanda Díaz no haya salido una sola palabra de condena sobre los audios de Villarejo y Cospedal que revelan que, bajo mandato del PP, el Gobierno de Mariano Rajoy usó el aparato del estado, en colaboración de policías, jueces y medios de comunicación, para destruir a Podemos y a algunos de sus dirigentes.
Lo que subyace tras todo ello es un preocupante desarme teórico que solo conduce a la banalización política, al regate corto y a los personalismos. Los proyectos, se llamen plataformas, frentes amplios o espacios infinitos, no se construyen solo con una buena imagen ni con procedimientos para «escuchar» y «sumar» que busquen preservar la figura de Díaz en el centro del escenario político a base de moderación y de una supuesta pureza ideológica de la que carecen los demás.
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