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Teocracia, el latido de Vox

Archivo - El presidente de Vox, Santiago Abascal, y el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, en un acto de campaña

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El cuerpo de las mujeres no es un bien público

M. Schiappa

El último embate de Vox contra el derecho y la libertad de una mujer a no llevar a término un embarazo no deseado se inscribe dentro de una voluntad expresada a lo largo del mundo de devolver a las mujeres “a su lugar” reasignándoles a la fuerza su función reproductiva. Poca broma. La historia del latido está copiada de la Hungría de Orbán, que adoptó por decreto en septiembre pasado esta fórmula de coacción emocional, y es equiparable en término de chantaje a los rezos, las ecografías y los espectáculos organizados por los ultracatólicos junto a las clínicas de interrupción del embarazo y que ha sido tipificado penalmente en fecha reciente. Y ese colegio de médicos que responde con el silencio a injerencias que jamás consentiría en otros temas. Ese impulso de devolver a la mujer al puesto instrumental que ocupó durante siglos es un fantasma que recorre el mundo.

El dechado de pensamientos profundos que es García-Gallardo, a la sazón vicepresidente de una comunidad autónoma en el siglo XXI, ha relacionado su inaceptable propuesta con el fomento de la natalidad; ese hombre que “no sabe de embarazos” y que es contrario “al sexo por placer” porque “incide negativamente en la natalidad”. Natalidad, por las buenas o por las malas. Natalidad, quieran las mujeres o no quieran. En último término, como los húngaros y otros iliberales, está proponiendo en realidad un estatuto de la mujer como incubadora, en el que un presunto latido, un proyecto de vida inviable sin ese cuerpo femenino, “tiene ya derechos sobre el cuerpo 'que habita', mayores incluso a los de la mujer a quien éste pertenece”, en palabras de Veronique Voruz.

El latido como chantaje. Los videos de falsas operaciones de aborto con fetos destrozados como chantaje. Chantaje a la incubadora para que, tras haber tomado una decisión dolorosa y racional, un choque emocional la devuelva al lugar en el que la quieren. Esa expropiación del cuerpo de la mujer que pretenden llevar a cabo los fundamentalistas -“sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra”, aunque esté a reventar- pretende llevar a las leyes de los Estados la intervención de las vidas de las mujeres.

No es una broma esa expropiación del cuerpo femenino. En Washington, un juez ordenó que una mujer sufriendo una enfermedad fatal fuera sometida a cesárea para extraer el feto por imperativo legal. En Iowa, un hospital recibió a una mujer embarazada que, tras caerse por una escalera, lo comunicó a la policía por si había una “tentativa de homicidio en la persona del feto”. En Utah, una mujer que dio a luz dos gemelos, uno vivo y otro muerto, fue procesada por homicidio por no haber aceptado una cesárea unas semanas antes. En Louisiana, una mujer fue al hospital por sangrados vaginales de origen desconocido y estuvo un año en prisión acusada de asesinato en segundo grado. La lógica de la mujer incubadora. La mujer puesta en su sitio. Mas el cuerpo de las mujeres no es un bien público.

El chantaje del latido o de la ecografía es sólo un primer paso. Tragas con eso y después, poco a poco, irá llegando lo demás. La tentación de devolvernos de una patada al sitio subordinado a la biología del que salimos a base de mucha pelea es demasiado fuerte. De hecho, hay fuerzas muy diversas que pueden estar interesadas en ello. Voruz menciona tres: la religión, el capitalismo y la ciencia. La ciencia, porque su avance está dirigido a dejar de percibir el cuerpo de la mujer como un todo adecuado a su naturaleza: así, los vientres gestantes, los óvulos cedidos o vendidos o tratados, los úteros en función incubadora para terceros. El capitalismo, porque ha convertido la reproducción en un ciclo de consumo: de la fertilización a la crianza, todo se compra y se vende. La religión, porque desea la vuelta de la mujer al lugar originario al que la hembra fue destinado por el hacedor.

Los cuerpos de las mujeres que son libres o intervenidos a expensas de los legisladores. Hoy libre disposición, mañana a la cárcel por pretenderla cuando lo cierto es que las mayorías sociales son o favorables a la protección del derecho al aborto o bien neutras, no combativas al respecto. Esa minoría que quiere devolvernos a nuestra caverna. En España más de un 80% quiere o asume ese derecho y la propia cúpula del PP con Rajoy afirmaba que esos fanáticos antiabortistas “no son nuestros votantes, se nos fueron hace tiempo”. ¿A expensas de qué están pues los derechos de las mujeres? Ley. Recurso constitucional sin fallar. Nueva ley. ¿Y si el PP es secuestrado por la necesidad de los votos de Vox a nivel nacional?

En Francia son conscientes de la vulnerabilidad de un derecho de las mujeres que depende de los vaivenes partidista y por eso el año pasado iniciaron el procedimiento para reformar la Constitución e introducir un bis en su artículo 66 que rezara: “La ley garantizará la efectividad del acceso al derecho a la interrupción voluntaria del embarazo”. Pasó el Congreso y encalló en el Senado por 139 votos a favor y 172 en contra, luego debería darse un referéndum. Volverán a intentarlo a pesar de que su Consejo Constitucional falló que el derecho al aborto es un componente del derecho a la libertad de las mujeres, derivado del artículo 2 de la declaración de derechos del ciudadano de 1789.

El cuerpo de una mujer no le pertenece sino a ella y en una democracia liberal occidental ese derecho debe estar reconocido. El que no quiera hacer uso de él que no lo haga, pero no puede haber fluctuaciones ni convertirse en moneda de cambio política ¿Para cuándo un consenso entre los partidos democráticos que asuma que la mayoría de la sociedad española así lo entiende? ¿Hasta cuándo van a seguir jugando con nosotras y con nuestra libertad como arma electoral? Blinden este derecho y déjense de historias. Esta sí que es una exigencia irrenunciable del feminismo y hasta de las mujeres que no se declaran como tales, tal vez porque están seguras de que nadie podría obligarles a ser madres en la España del siglo XXI.

Teocracia y neoliberalismo. Ese es el latido verdadero de Vox.

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