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El terremoto

Imagen de archivo del vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso / Europa Press

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Este miércoles se ha desencadenado en España un terremoto político de efectos impredecibles. El detonante inmediato ha sido la decisión de Ciudadanos de romper el pacto de gobierno con el PP en Murcia y promover junto al PSOE sendas mociones de censura para tomar el control de esa comunidad -en manos de los populares desde hace 26 años- y su capital. La formación que lidera Inés Arrimadas se apresuró a aclarar que esa decisión es un hecho aislado y no implica una voluntad de replicarla en otros territorios. Pero la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, temiendo ser la siguiente víctima de la traición de Ciudadanos o aprovechando la coyuntura para abrir un nuevo horizonte político, puso sus barbas en remojo: antes de que le montaran una moción de censura, que probablemente perdiera, anunció la convocatoria de elecciones anticipadas, que al menos tiene la posibilidad de ganar. Por contra, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, del mismo partido que Ayuso, ha ratificado su acuerdo de gobierno con Ciudadanos, en medio de agradecimientos a esta formación por su “confianza”. 

Las miradas están también puestas a estas horas en Castilla y León, la otra comunidad, además de la murciana, donde los de Arrimadas tienen la capacidad aritmética para dar la patada al PP y gobernar con los socialistas sin necesidad de apoyos externos. El presidente castellanoleonés, Alfonso Fernández Mañueco, ha manifestado que no prevé “por ahora” precipitar unas nuevas elecciones, pero ya se sabe cuál es el valor de perdurabilidad de un “por ahora” en política. Y crecen además los rumores en Andalucía, donde un giro de lealtades en Ciudadanos podría sacar al PP del poder, aunque en este caso habría que contar con el respaldo de Adelante Andalucía.

No hay que ser un avezado analista para saber que los acontecimientos en Murcia no son la causa del seísmo, sino la proverbial gota que ha colmado el vaso del cada vez más enredado escenario político español. En el lado de la derecha, las fracturas son de tal calibre y tan enmarañadas que ya no se pueden ocultar con argamasa barata. La ambición de Vox por adueñarse del espacio de la derecha, que tuvo su momento apoteósico con la moción de censura de Santiago Abascal contra el presidente Sánchez en octubre pasado, ha llevado la confrontación entre el líder ultra y el jefe del PP, Pablo Casado, a un punto de muy difícil, por no decir imposible, retorno. Al mismo tiempo, la ofensiva de Ayuso por asaltar la Península desde su taifa de Madrid, de la mano de Vox y en abierto desafío al casadismo, ha profundizado la grieta en el interior del proyecto conservador. El partido se encuentra sumido en una grave crisis de identidad, no solo por las tensiones que genera la expansión infatigable de las huestes de Abascal, sino por los batacazos electorales que han dejado al PP en la irrelevancia política en Euskadi y Catalunya, con las consecuencias que dicha mengua ha tenido en su viejo discurso de ser el único partido capaz de vertebrar España.

Y si en el PP llueve a cántaros, en Ciudadanos no escampa. La formación naranja no ha hecho más que caer en picado después de unos momentos de gloria en que se supo vender como un protagonista novedoso, liberal, moderno y centrado en medio de las turbulencias políticas. Después de que su primer presidente, Albert Rivera, lograra el prodigio de conducirlo sin escalas del cielo al infierno, Arrimadas se muestra ahora empeñada en buscarle al partido algún intersticio ideológico en el mapa político que justifique su posesión de personería jurídica. Quizá los conatos de sintonía con el PSOE no obedezcan tanto al ninguneo que perciben desde las toldas del PP, como a la convicción de que, para conseguir más representación institucional, o simplemente para sobrevivir, debe aprender a jugar a dos bandas con los sectores más moderados a izquierda o derecha.

Y luego está la fractura, cada vez más clamorosa, entre los socios del Gobierno. El presidente Sánchez es bien consciente de que, en la actual coyuntura, le resulta obligado contar con el apoyo de Pablo Iglesias y de otros aliados para él incómodos, como ERC. Cabe incluso la posibilidad de que entre todos se las ingenien para mantener a flote el barco de la gobernabilidad el resto de la legislatura. Sin embargo, la posibilidad de ir conquistando bastiones–Murcia, Castilla y León y, especialmente, Madrid- de la mano de Ciudadanos le permitiría avanzar, mediante eso que los estrategas denominan geometría variable, en la construcción de escenarios alternativos para encauzar su proyecto político. Lo que está por ver es cómo reaccionará Unidas Podemos ante estos requiebros de los socialistas con la formación naranja.

Al cierre de esta columna, la tormenta apenas comenzaba. Madrid se adentraba en un laberinto jurídico porque, a la astuta renuncia de Ayuso, el PSOE y Más Madrid respondieron de inmediato con sendas mociones de censura no menos astutas para echarla de inmediato sin pasar por unas nuevas elecciones. En medio del caos institucional, la Asamblea madrileña admitió ambas mociones, que, de prosperar, llevarían al poder a ambos partidos con el necesario apoyo de Ciudadanos. Los mismos aliados, por cierto, tienen capacidad para dar un golpe de timón en el Ayuntamiento de Madrid.

Se da la circunstancia de que, en las últimas elecciones autonómicas y municipales, en las comunidades de Murcia, Castilla y León, Madrid y Andalucía el partido más votado fue el PSOE, mientras que en el Ayuntamiento madrileño ganó de calle Más Madrid. A pesar de ello, el PP accedió al Gobierno en todos esos territorios gracias a los apoyos de Ciudadanos y Vox. La derecha no habló entonces de usurpación del poder. Y, en efecto, no lo era, ya que la construcción de alianzas forma parte del juego democrático. Sin embargo, ahora que se abre la posibilidad de que gobiernen los partidos más votados, como les gusta exigir a los populares cuando les conviene, advierten de que estamos ante un peligroso asalto izquierdista al poder.

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