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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Tiempo sin sed

Elisa Beni

¡Arded sin descanso, arded!

La libertad no la tienen

los que no tienen su sed

Rafael Alberti

La base del pensamiento radica en el salto de lo concreto a lo abstracto. Me he referido estos últimos días a casos concretos de ataques institucionales y legales a la libertad de expresión. Trascendamos. Vamos a hablar de lo que realmente preocupa, de lo que atemoriza, de lo que importa.

Lo trágico del momento actual reside en la falta de importancia real que nuestra sociedad le da ya a la libertad. La española y la occidental en general, que es tanto como decir la mundial, puesto que en otros lugares ni siquiera llegaron nunca a convertirla en la base sobre la que se sustenta todo un andamiaje de valores e instituciones.

Los vientos soplan con demasiada fuerza del lado de los que opinan que el orden merece mayor defensa que la libertad. Hay cada vez más personas que se sienten libres porque pueden elegir sus cadenas. Son ojos ciegos a los recortes de las libertades verdaderas y espíritus penetrados por la falsa libertad de un mundo convertido en un mercado global y absoluto en el que todo adquiere su valor en función de su potencial comercialización.

Libres para elegir esta u otra marca, pero consumiendo siempre en la rueda.

Libres para elegir vender tu cuerpo o tu alma, pero propiciando que otros obtengan su control sobre ti.

Libres para elegir volver a vivir la vida de nuestras abuelas, dándole alas a un patriarcado que se rearma.

Libres para elegir no pelear, mientras todo lo luchado se derrumba a tu lado.

Cervantes hizo decir a Don Quijote que sólo hay dos cosas por las que merezca morir y matar, la libertad y la honra. Un viento devastador ha arrasado un mundo en el que ya sólo cabe vivir por el dinero.

Hombres que ya no entienden que la defensa cerrada de la libertad del otro, aunque nos hiera, es el seguro de nuestra propia libertad.

Gentes que ya no son capaces de ver las señales y los signos que proliferan en torno y que no pueden atacarse como espasmos concretos en Twitter, sino como verdaderos síntomas que nos están gritando a la cara la enfermedad del siglo. Algunos son tan llamativos como Trump, otros tan sutiles como que el Tribunal Supremo diga que sólo analiza los textos desde la literalidad para considerar si sus autores merecen la cárcel.

Gente ahíta. Gente anegada. Gente sin sed ni de libertad ni de justicia.

El tiempo es oscuro y promete sumergirnos en una negrura aún mayor. Por eso hace falta llamar a la responsabilidad de los que aún tienen sed. Pensadores, creadores, literatos, juristas, periodistas... y ciudadanos capaces aún de sentir cómo nos quitan gota a gota ese agua de la que pende nuestra humanidad.

Nada de lo conseguido está asegurado para siempre. Hay luchas que no tienen fin. Cuando el terror comenzó a azotarnos por manos diversas siempre nos dijimos que no les dejaríamos destruir nuestra libertad. Lo estamos haciendo. Están ganando. Y detrás el poder sonríe sin recato mientras amplía el número de colores, de formas, de sabores en los que podremos elegir nuestro próximo engaño.

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