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Tratemos la desinformación como el aceite de colza

José Luque, un sevillano víctima de la intoxicación por el aceite de colza, al inicio de una huelga de hambre en las inmediaciones de La Zarzuela en 2009 apara exigir el pago de una indemnización. EFE/Ángel Díaz/Archivo

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Las empresas alimentarias tienen derecho a vender aceite, pero no pueden embotellar cualquier cosa y comercializarla. Las empresas de medios -dejamos para otro día las redes sociales- tienen derecho a difundir información, pero no pueden empaquetar falsedades y venderlas como si fueran ciertas. El “como si” es el meollo de este asunto. Y faltan dos semanas para que los europeos votemos en unas elecciones cruciales. 

Los más jóvenes no lo recordarán, pero en 1981 un grupo de empresarios se dedicó a adulterar aceite de colza destinado al uso industrial para venderlo como si fuera apto para el consumo humano. Hubo 25.000 afectados, 300 muertos. Trece personas fueron condenadas años después por vender veneno como si fuera inocuo para la salud. 

En la redacción del artículo 20 de la Constitución Española no figura el como si.  Reconoce y protege el derecho a “comunicar y recibir libremente información veraz”. No dice como si fuera veraz: habla de aceite saludable. La libertad de información no es el derecho a contar cualquier cosa, sino aquello que es veraz según el método periodístico (contrastar los hechos con distintas fuentes o documentación, recoger el punto de vista del afectado, rectificar cuando se comete un error, etc.). Aquellos que temen por la libertad cuando se habla de perseguir la desinformación han de partir de este hecho: no existe el derecho a divulgar información adulterada como si fuera apta para el consumo humano.

El aceite de colza envenenó a miles de personas hace cuarenta años. La desinformación está intoxicando a millones hoy. Si alguna ventaja tuvo el síndrome de colza es que sus consecuencias fueron físicas. Aquel brebaje iba directo a los pulmones, al hígado, al sistema circulatorio; trituraba órganos vitales. La información tóxica golpea el cerebro: te lo destroza sin provocar fiebre ni neumonía y sigues andando por la calle con normalidad. Sus síntomas son visibles por acumulación. Cualquiera no demasiado cegado por el fanatismo ve que el odio y la división de la sociedad crecen con la información falsa. Vivimos una profunda crisis epistemológica que causa daños cognitivos, políticos y sociales. La desinformación es una de sus causas.

Dieciséis países europeos, entre ellos España, han expresado su preocupación por la injerencia de Rusia en las elecciones europeas mediante campañas de desinformación. Una declaración liderada por Alemania, Francia y Polonia afirma respecto a la información falsa que resulta crucial “revelarla rápidamente, frenar su viralidad y limitar su impacto”. Aplicado al aceite, equivale a encontrar rápidamente las botellas adulteradas y retirarlas de los supermercados. Es un magro consuelo: ya que no podemos acabar con las falsedades, persigámoslas como a una inevitable plaga bíblica. Pero existen muchas dudas sobre cómo imponer restricciones a las noticias falsas sin incurrir en censura: la línea es muy delgada. 

En cambio, los lugares donde se fabrican las noticias, las almazaras de la información, son mucho más fáciles de identificar. La gente no quiso en 1981 comprar aceite adulterado: la engañaron. Del mismo modo nadie dice: me encanta ver y escuchar falsedades para tener una visión errónea del mundo. La gente consume información falsa como si fuera veraz. El meollo sigue estando en el como si

Los esfuerzos deben centrarse en identificar los medios rigurosos, es decir, aquellos que están comprometidos con proteger el derecho a recibir información veraz, recogido en el artículo 20 de la Constitución. Para ello es fundamental que las empresas que quieran llamarse informativas se comprometan a garantizar ese derecho, que es de los ciudadanos y no suyo. Sin la colaboración del sector en esa identificación, poco se podrá hacer. Sin embargo, con ese compromiso y una adecuada alfabetización mediática, la gente puede diferenciar a quienes se dedican al periodismo de quienes hacen como si se dedicaran al periodismo. No se trata de perseguir titulares de noticias (eso ya lo hacen los tribunales), sino de identificar métodos rigurosos de trabajo. El sector alimentario es realmente inspirador, le sigue la pista a una ternera desde que nace hasta que se convierte en filete: qué ha pastado, cuánto ha correteado, qué controles sanitarios ha seguido; es un sistema con sellos de calidad, inspecciones, trazabilidad... ¿De verdad no se puede idear algo parecido para el alimento intelectual de la ciudadanía? 

Hay preocupación en los gobiernos por la desinformación procedente de Rusia para desestabilizar Europa. Y más vale atajarla rápido. Cuarenta años después de la crisis del aceite de colza, mucha gente padece aún las secuelas.

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